La constatación de que la desigualdad en el mundo se elevó drásticamente en los últimos 40 años, período de gran liberalización económica y globalización, ha despertado en reputados economistas el interés por el fenómeno. 

Uno de ellos, Branko Milanovic fue ampliamente conocido hace una década cuando, trabajando para el Banco Mundial divulgó La “Curva del Elefante de la Desigualdad”. Ha acuñado el término “desigualdad global”, refiriéndose a la disparidad de ingresos entre todos los ciudadanos del mundo en un momento dado.

Muestra que, si bien es cierto que el mundo se hizo socialmente más dispar cuando se mira al interior de cada país, es todo lo contrario cuando se observa el mundo en su conjunto. A pesar de que las políticas neoliberales provocaron la multiplicación de los ingresos de los más ricos, también permitió que los más pobres mejoraran su posición en la escala, debido a que el crecimiento económico se concentró en regiones en que antes había mucha pobreza, propiamente en Asia y parcialmente en África. 

Ahora, como académico en la City University of New York (CUNY), acaba de publicar un artículo en la Revista Foreign Affairs titulado “La gran convergencia: la igualdad global y sus descontentos”. Abunda en el extraño fenómeno de que, mientras disminuye la desigualdad global, aumenta la desigualdad nacional, debido a que, “En todo el mundo, pero especialmente en las economías ricas de Occidente, la brecha entre los ricos y el resto se ha ampliado año tras año y se ha convertido en un abismo, extendiendo la ansiedad, avivando el resentimiento y agitando la política”. 

Recuerda que hasta dos siglos atrás la disparidad entre las naciones y regiones del mundo no era muy marcada, pero “desde el advenimiento de la Revolución Industrial a principios del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, la desigualdad global aumentó a medida que la riqueza se concentraba en los países industrializados occidentales”

Antes de ese momento, la diferencia de ingresos medios entre el país más rico (Reino Unido) y el más pobre (Nepal) no pasaba de 5 a uno. Con la Revolución Industrial los países occidentales se hicieron inmensamente ricos, y aprovecharon su gran poder para colonizar, esclavizar y expoliar los recursos de casi todo el resto del mundo, sumiendo en la pobreza a la India, China, y casi toda Asia y África, acrecentando esa disparidad a más de 100 a uno. 

“Alcanzó su punto máximo durante la Guerra Fría, cuando el planeta se dividió comúnmente en el "Primer Mundo", el "Segundo Mundo" y el "Tercer Mundo", denotando tres niveles de desarrollo económico”. América Latina, cuyos países se habían independizado por ese tiempo, pasó a engrosar el Tercer Mundo a pesar de no ser tan pobre, debido a que se quedó estancada en el tiempo. 

“Pero luego, hace unos 20 años, la desigualdad global comenzó a caer, en gran parte gracias al ascenso económico de China, que hasta hace poco era el país más poblado del mundo”. Eso no niega que, al interior de cada país, incluso China y la India, se haya disparado la desigualdad. 

Paradójicamente, la única región del mundo en que no ocurrió así fue América Latina, donde los niveles de desigualdad se redujeron en lo que va del siglo XXI.  El progreso tuvo lugar fundamentalmente hasta el 2014, pudiendo apreciarse estancamiento e incluso retrocesos a partir de ahí, extremándose con la aparición del COVID-19. 

Aun así, todavía las sociedades latinoamericanas son más igualitarias que en el año 2000 pero,  a pesar de dichos progresos, la región sigue siendo la más desigual del mundo. Coincidió el indicado avance con la doble condición de un período de buenos precios para los productos primarios, de los cuales la región es gran productora, y la presencia de gobiernos con inclinaciones de izquierda en gran parte de los países. Subieron los salarios y aplicaron ciertas políticas redistributivas.

Entre los más exitosos en esa materia fueron la Bolivia de Evo, el Ecuador de Correa, el Brasil de Lula, la Argentina de Kitchner y el Uruguay de Mujica. Muy poco el Chile de Bachelet y Lagos, aunque también registraron ciertos avances países en que nunca hubo gobiernos de izquierda, como Perú, Panamá y nuestra República Dominicana.

Algunos amigos con los que discuto el tema restan méritos a los gobiernos, y lo atribuyen por completo al buen momento internacional que vivió la economía regional por factores externos. Discrepo basado en el criterio de que en toda la historia de América Latina se han alternado períodos de bonanza en materia de precios de productos básicos con otros malos, y antes no se reflejaban en mejorías sociales, sino que las élites terminaban robándose todos los excedentes.

La experiencia también demostró que la corrupción no es monopolio exclusivo de los gobiernos derechistas, sino que también entre los de izquierda puede haber corruptos. Y entonces lo único diferente que pueden dejar como legados es una mayor preocupación por lo social. Extrañamente, la desigualdad no retrocedió mucho en Brasil con Bolsonaro, debido a que, en su afán por reelegirse, replicó muchos de los programas que habían puesto en marcha Lula y Dilma.

En la época actual, la región ha vuelto a escoger gobiernos inclinados a la izquierda, incluyendo algunos que han despertado grandes expectativas. Pero la probabilidad de que vuelva a mejorar la condición de los pobres se ve muy limitada debido a que encontraron las arcas públicas exhaustas por efecto de la pandemia, mayor deuda pública y, sobre todo, llegaron con poderes muy limitados, en gran parte con los congresos controlados por las élites tradicionales, que harán todo lo posible para hacerlos fracasar. O bien que hayan tenido que pactar su propia sobrevivencia. 

Y aunque lograran avances en justicia social, poco lo valorarán sus habitantes mientras la región no encuentre la senda del crecimiento económico sostenido, lo cual parece estar lejos.