1.

“Hospital en Kenia desbordado por peticiones de personas que quieren vender sus riñones”.

2.

Las noticias tienen títulos que hacen temblar a quien lee.

Como si las noticias estuvieran hechas en forma de pared rápida contra la cual de pronto nos chocamos.

Estamos a velocidad media en nuestra media vida, sentados o en un paseo prudente y, de repente, como si el pie derecho no encontrara suelo ni cualquier otro apoyo físico, la noticia:

“Hospital en Kenia desbordado por peticiones de personas que quieren vender sus riñones”.

Pobreza e inflación creciente, se explica.

3.

La desesperación de los humanos causa esto: primero mira alrededor buscando solución en el exterior; luego se pone frente al espejo y hace la pregunta que sustituye cuestiones estéticas por cuestiones más siniestras: ¿cómo puedo salvarme? ¿Cómo puedo salvar a mis hijos?

Y luego va del espejo hacia más adentro. Los órganos salvan, pero no de la manera obvia. Salvan de una manera atolondrada y última.

En Kenia, los humanos quieren vender un riñón. Tienen miedo y tienen hambre, dice la noticia.

4.

El espejo no es un objeto tan perteneciente al mundo estético y tranquilo.

¿Hay alguien más bello que yo?

¿Hay alguien más desesperado que yo?

El espejo no solo refleja lo bello y lo feo, la forma y mayor y menor simetría; la indumentaria o el grano que fastidia la fiesta que viene.

5.

El rostro, por ejemplo, en el espejo o fuera de él, a veces tiene rasgos que salen del exterior y acaban en terribles ideas, que oscilan entre el desánimo suave y la desesperación sin medida y que acaban, algunas veces, en la sencilla palabra suicidio que casi siempre se susurra o se calla, como si la palabra llamara al acto –en una creencia clásica en el poder del lenguaje.

Un abracadabra al revés que, en lugar de abrir por arte de magia cuevas y bunkers, colocaría a los ciudadanos desprotegidos en colas suicidas. Esto es en lo que se cree. No digas la palabra suicidio; ser mudo, pero solo con vocablos específicos.

Esto no es una pipa, decía Magritte, cuando pintaba una pipa; y quizá también la palabra suicidio no haga crecer en la vida de los humanos la frecuencia del hecho.

Pero sí, ¿qué sabemos nosotros de la potencia de las palabras?

6.

La noticia dice, volvamos a ella, en Kenia: “el Hospital Nacional Kenyatta ha revelado en una publicación de Facebook que, “¿Cuánto pueden darme por mi riñón?” se ha convertido en la pregunta más enviada a los servicios.

El cuerpo y sus piezas se vuelven el oro del más pobre.

Un oro hecho órgano prescindible.

Un órgano vendible en vida y que permite al vendedor mantenerse vivo pese a todo.

“El hospital recuerda que la venta de órganos es ilegal.”

Pero sabemos que la pobreza, pese a los esfuerzos jurídicos, sigue siendo legalísima.

-Es ilegal ser pobre-

Será una frase que viene de la política de lo absurdo, pero a veces casi la escuchamos en un tono serio; cuando se anuncian decretos decisivos para terminar con esta casi enfermedad que casi quieren hacer pasar por involuntaria.

Puede la pobreza salir de errores evidentes, es verdad, pero nunca sale de la voluntad; pobreza involuntaria solo en determinados circuitos religiosos, decisiones individuales que vienen, no de la carencia o de la perturbación extrema, sino de su opuesto, de una tranquilidad muy lúcida.

7.

Pero, con la palabra suicidio circulando o estando inmovilizada o escondida, lo cierto es que los humanos ahí están por la calle, con su vida entera apoyada en los pies y en las manos, y a la espalda llevando lo que pueden.

Unos, traen comida, comprada en el supermercado; otros solamente traen una cierta prisa benigna porque quien los ama los está esperando y ya mueve la pierna con la buena ansiedad de los amantes.

Otros, a su vez, nada traen en las manos y los pies, allí abajo, se turnan, derecho e izquierdo, en una triste lentitud que cualquier observador atento percibe.

Y sí, a veces, aquí y allí, en Kenia o en cualquier otro país del mundo, el rostro de un desconocido trae un desánimo portátil de quien hace su último o penúltimo paseo. ¿Qué hacer? ¿Entablar conversación? ¿Fingir que no se ve o no se entiende?

8.

Entablar conversación con los alegres, entablar conversación con los desesperados: dos maneras de estar vivo que no necesariamente se excluyen.

¿Dónde vas con esa alegría? ¿Dónde vas con esa desesperación?

Me voy, pero ahora vuelvo. Me voy, pero ahora muero.

Traducción de Leonor López de Carrión

Originalmente publicado no Jornal Expresso