Estos entresijos etéreos gratamente narrados son ristras de vivencias de Monseñor Freddy Bretón, al modo de las remembranzas de Pablo Neruda en su obra Confieso que he vivido, en las que, en una dimensión coloquial, prevalece la celebración de la cotidianidad. No hay vocación arquetípica en la creación de los personajes. Desde una condición casi anodina, el narrador trata de testimoniar el asombro que subyace en lo habitual, el mundo que descubre una persona sencilla y devota. La nostalgia, la melancolía, en tanto antídoto contra el olvido, priman sobre cualquier otro aspecto, cual confiesa en el introito: “En este libro relato las interioridades y peripecias de alguien”. Por modestia, el autor no se refiere directamente, sino como metáfora del viento, esa esencia invisible que fluye por todos los espacios y, ahora, también por las épocas. Más que en la tradición del Quijote, donde los protagonistas relatan sus aventuras de ficción, evolucionando en medio de circunstancias a la vez risibles y heroicas sin abandonar sus ideales, Bretón se sitúa tangencialmente en sí mismo, para compartir con nosotros su contacto con lo real, con sucesos verificables en la historia y en la cultura, haciendo méritos, a veces con atisbos cercanos al realismo mágico, de la herencia de fantasías y creencias del entorno: “Refiero hechos históricos entretejidos con alguna fantasía, consciente de que a menudo la realidad supera la ficción”.
En definitiva, hay en estas páginas mil y un entresijos de memorias propias, familiares y prestadas que, como en aquella recopilación de cuentos orientales tradicionales, se entrelazan o enmarcan, a partir del relato mayor de su propia historia familiar, la del clan Bretón. Se tratan de relatos, anécdotas y estampas, enriquecidas con recursos y técnicas narrativas con las que el autor, a través del humor, el suspenso y descripciones vívidas y emotivas, procura mantener la atención del lector.
Esta singular obra narrativa cuenta con una extensión de 369 páginas, estructurada en siete partes tituladas: “Encampanado”, “Gozar la vida”, “Banderas del viento”, “Siembra al voleo”, “Otros aires”, “Aires sureños” y “Esperando el viento favorable”. La exquisita prosa del volumen ha sido complementada con 64 poemas que confieren al conjunto un aire de memoria creativa, puesto que monseñor Freddy Bretón nos hace participe de las motivaciones y técnicas de su versificación. Cada uno de los 26 relatos, como imágenes de un caleidoscopio o piezas de un crucigrama, contribuyen a una cartografía integral de los diferentes viajes emprendidos por las almas y los campos dominicanos: “Supongo que conviene, al internarse en esta obra, tener a mano la rosa de los vientos o tal vez mejor el GPS”. Tal vez sea necesario algún dispositivo de orientación espacial para situarnos en la vasta geografía contenida en las narraciones, sin embargo, no se requiere más que prestar atención para disfrutar de una escritura transparente, directa, sencilla, pero dotada de una profunda y meditada sapiencia, y también de una contagiosa emoción por vivir.
Vivir o el arte de innovar, la otra obra en prosa analizada, orilla horizontes diferentes. En lugar de la verosimilitud a la que aspira la anterior, esta obra persigue la verdad. Les une el cuidado estilo del autor y su vasta visión del mundo, así como su conocimiento de las culturas occidentales, especialmente la judeocristiana. Los textos que contiene lucen concebidos al viejo estilo humanista (a la manera de Aristóteles, San Juan de la Cruz e incluso de René Descartes), a través de la intuición y el pragmatismo estético, más que mediante el rigor, tan del gusto de algunos cientificistas, que tiende a ahogar los hallazgos en el método.
En estos ensayos hay sabiduría relajada, cultura con sabrosura. Siempre en estas reflexiones, el fondo seduce a la forma, y viceversa. Las palabras juegan con diferentes estados de ánimo, brillan con agudeza en las exégesis bíblicas, en las digresiones metafísicas y ontológicas, así como derrochan gracia en las anécdotas, en las semblanzas y viñetas, algunas de ellas llenas de deslumbrantes remates propios de los aforismos.
Monseñor Bretón se preocupa por transmitir los conceptos con claridad, ya que escribe, glosa y ejemplifica con propiedad y suficiencia. Fluye con soltura por diferentes registros discursivos, siempre adornados con el español dominicano, llegando con facilidad a públicos distintos. Cuando la complejidad lo amerita, abunda, esbozando perspectivas complementarias. Sus afirmaciones se basan, sin saturar, en fuentes bibliográficas fiables, preferentemente primarias, siendo la Biblia su principal referente. Despliega vastos conocimientos filosóficos, teológicos, escolásticos, filológicos, idiosincráticos y, por qué no, mundanos.