En la medida que el Renacimiento va entrando en decadencia, aparecen en Europa, América y otros lugares del mundo formas figurativas que se apartan de la imagen clásica tradicional, observando procedimientos artísticos dinámicos, así como un movimiento específico que le otorga densidad a la imagen pictórica, escultórica, mural, dibujística individualizando lo figurativo y la imaginería que permanece en los diversos momentos de unidad de la imagen.
Desde el siglo XVI y aún antes, este tipo de imagen hizo su aparición en el marco de las artes visuales, la literatura, la filosofía y la crónica de la humana forma, de tal manera que la densidad barroca y su práctica entraban firmemente en contradicción con la imagen establecida. Esto así, porque ya la crisis que se operaba en el Renacimiento daba lugar a otros estilos y a otros modos de representación o destrucción de la realidad. El reino de la alegoría pura iba a ser constituido por un mundo, alegórico, metafórico, de “clara oscuridad” y “oscura claridad”. La plasmación de nuevas temáticas impuestas por coleccionistas, mecenas, taxonomistas y banqueros de la época, dieron pie a la narración exagerada y laberíntica del mundo, tal y como lo plantea Gustav René Hocke y en su obra titulada: El mundo como Laberinto, (Eds. Guadarrama, 1961).
Así nacía el ideal Barroco entre 1600 y 1750, desarrollándose hasta poner en crisis el signo pictórico y la representación plástica material y los ideales de la forma. Un nuevo discurso de las artes empezó a reflejar y a prometer nuevas posibilidades significantes en el campo del arte, siendo así que el dinamismo híbrido impuesto por el Barroco en sus pinturas, iglesias, monumentos y en las artes decorativas, anunciaba un nuevo campo de la modernidad y una nueva visión del mundo del arte y el pensamiento con nuevas estrategias visuales y un nuevo marco representacional, así en Europa como en América Hispánica y otros lugares del mundo.
El Barroco se hace partícipe de una nueva retórica visual, pero sobre todo de una culturología cuya base es el cuerpo y su expresión; también la sustancia-forma aparecía un tanto violenta y estridente que ofrecía en superficies mixtas y profundidades laberínticas. La dialéctica de los extremos es la principal cardinal de la filosofía y la episteme barroca, pues no solo el arte podía ser barroco en la “Cultura del barroco”. Este modo de concebir, pensar, esculpir, construir, pintar o dibujar iba a fortalecer una nueva imagen que penetró poco a poco el orden de un cuerpo ideológico en crisis y un dispositivo que solamente obedecía a los moldes del dictado clásico. Saludable sería en este sentido sopesar el término y la expansión de su conocimiento en ese libro adulto, riguroso y abierto escrito por el historiador español José Antonio Maravall, titulado La cultura del Barroco. Análisis de una estructura histórica (Ed. Ariel, Barcelona, 1998).
El uso de materias fuertes, el vigor de los volúmenes, la luminosidad, la combinatoria de formas específicas, la claridad, las sombras, las líneas incidentes, la unificación entre pintura, dibujo y la metaforización del mundo, hacen que el Barroco sea entendido como una modalidad que iría más allá del mismo Renacimiento y de las estructuras mentales que le servían de fundamento. Por eso, la historicidad del barroco surge de su propio movimiento de formas visuales, cromáticas, escritas y visibles a un tiempo mismo. La vida del barroco no se encuentra solamente en manuales al uso, ni diccionarios, como cree la ignorancia atrevida, sino más bien en su extensión filosófica, poética, histórica y funcional, entre otras cosas.
La explicación del barroco mediante adopciones viciadas reproduce el error y la opinión “barata” simplificadora de ciertas especies de “supuestos” pensadores, críticos, “orientadores” de capa y espada. La confusión de claridad y oscuridad no es cosa de falsa sinonimia, sino más bien de búsqueda conceptual y estético-filosófica. Al preguntar qué es lo claro y que es lo oscuro en el orden de la lengua, el lenguaje y el sentido se produce en algunos presuntos “intelectuales” un cisma que atraviesa y rebasa todo planteamiento teórico-práctico sobre la experiencia de las formas: la materialidad es en diálogo con las ciencias y la humana filosofía del barroco un extenso espacio-tiempo de libertad, hibridez formal y temática.
Vasario como biógrafo, pintor, historiador, historiógrafo de Italia y el primero de la modernidad renacentista, destaca la vertiente, donde la forma se impone como documentabilidad y como perspectiva de un campo que se enuncia en el espectáculo de las estructuras artísticas y sus creadores, dando lugar a muestras, conjunciones y nuevos funcionamientos en el orden iconográfico.
La visión del Barroco ha tenido su influencia en la modernidad, puesto que los artistas idealizaron formas más ligadas a la masa y a alguna que otra signografía, a veces esotérica y opaca y otras veces transparente o esplendorosa. Conduce este hecho a un nuevo condicionamiento de las junturas y la visualización de específicas realidades que, poco a poco van imponiéndose en la práctica de la pintura, la escultura, la poesía, la narrativa, el ensayo, el teatro, la música y la arquitectura.
Una nueva subversión iba a revelar también nuevas búsquedas y a proponer un nuevo campo de interpretación en el orden figural, en la selección del trabajo y en los nuevos modelos para la reproducción artística. Lo que indudablemente daría al traste con lo que quedaba de las formas clásicas, pero al mismo tiempo proporcionaría un nuevo pensamiento figurativo. El neobarroco fue su primera reacción teórica e inferencial (los cubanos Lezama Lima, Severo Sarduy y Alejo Carpentier, entre muchos brasileños y sudamericanos que “hablan” su cuerpo espectral en algunos géneros artísticos.
Las artes del Barroco serían las formas que adoptara cierta mentalidad post-renacentista, haciendo posible nuevos esqueletos visuales o modelos de inscripción que, en cambio, iban a recrudecer una forma de ver lo artístico apegado todavía a los registros figurativos de la modernidad y donde el ideal humano remite necesariamente a un nuevo mundo y a nuevas clases de saberes, donde la religión, la política, la economía, la literatura y el arte se imponen como formas vehiculares y especulares.
Actualmente las investigaciones sobre el Barroco remiten a un cuerpo de imagen más abstracto, pero donde se exige un mayor rigor formal y un nuevo campo de actuación que no es privativo solamente de una clase de signos y discursos de otros discursos cuyas aspiraciones son las de un arte cercano a lo cotidiano, aunque no alejado de lo estético y de las ideas de ruptura.