En los últimos años, abundan estudios y ensayos que llaman la atención sobre el deterioro de las democracias y del respaldo social. Para interesados en desarrollo económico y social que promuevan el progreso con equidad, calidad de la vida y sostenibilidad ambiental, en América Latina, estos debates no pueden ser ajenos. La democracia, en nuestro contexto es una conquista social irrenunciable, por la cual se ha ofrendado muchos esfuerzos y vidas valiosas. Profundizar la democracia es un valor inherente a todo proyecto transformador. La inconformidad con el modelo de desarrollo prevaleciente nace precisamente de las inequidades en el ejercicio y garantía de dichos derechos democráticos a una vida digna. Si pierde valor y significado para la ciudanía es porque se necesita más y mejor democracia. Más que adorno discursivo ocasional, la democracia es una forma de vivir en sociedad.
“La Revancha de los Poderosos”, es la más reciente obra de Moisés Naim. Este autor ha sido Ministro de Economía en la Venezuela pre chavista, director ejecutivo del Banco Mundial, director de la revista Foreing Policy y cercano colaborador del “Fondo Carnegie para la Paz Internacional”. Difícilmente podría considerársele anticapitalista o radical izquierdista. Habla como adalid promotor y defensor de la democracia liberal, entendida, sobre todo, en el sentido de la tradición norteamericana y de la Revolución Francesa, que se ha constituido modelo para la mayoría de nuestros países. Es decir, regímenes caracterizados por la división de poderes, alternabilidad de gobernantes, y marcos constitucionales y legales que consagran derechos para todos los ciudadanos y legitiman el poder de los gobernantes, al mismo tiempo que lo limitan, mediante contrapesos y sobre todo mediante una ciudadanía informada, activa y participativa, para evitar excesos del poder predominante.
La edición en inglés del libro tiene como subtítulo: “Como los autócratas están reinventando la política para el siglo XXI”. Su tema central, por cierto muy bien documentado, es la emergencia de regímenes autocráticos, que socaban las bases de la democracia, para concentrar y prolongar su poder, aparentando que actúan en el marco de los fundamentos de la democracia liberal. Encuentra que los aspirantes a autócratas y sus regímenes, sean de ultraderecha o de izquierda, se las arreglan para aplicar una estrategia común para perseguir sus objetivos, fundamentada en tres pilares: populismo, polarización y posverdad, articuladas y potenciadas entre sí.
El Populismo, según el autor, busca legitimar al líder con vocación autocrática como quien “encarna la voluntad popular y debe defender su causa contra le élite corrupta”. Todo lo que se pueda presentar como una posición “defendida” por el pueblo es “pura y legítima”, y toda crítica o discrepancia “defiende intereses de la élite corrupta”. Para conseguirlo se utiliza diversas herramientas:
Campañas catastrofistas. Todo lo anterior es “corrupto, caótico o fallido”. La criminalización de los adversarios políticos o críticos los degrada a la condición de delincuentes que deben ser juzgados en los tribunales. Los cargos, según el autor, pueden ser de corrupción, sedición, traición, terrorismo, abusos sexuales o conspiración, según cada país. La utilización de “amenazas externas”, además de la interna de los “delincuentes”, sumado, en ocasiones, al argumento de “debilidad de las fronteras” busca crear un escenario de emergencia nacional que justifica la necesidad de apoyo irrestricto al gobierno, la militarización y, en algunos casos, la paramilitarización busca utilizar la imagen, o la acción, del poderío armado para intimidar a los disidentes. Otra herramienta es sembrar desconfianza sobre el conocimiento científico y los expertos, la intelectualidad es “cómplice de las humillaciones que sufre el pueblo”. Desprestigiar a los medios de comunicación y voceros que informen y expresen opiniones con independencia de la voluntad autocrática. “El mesianismo es la respuesta a todos estos enemigos”.
La Polarización, “demonizar sin descanso a todo adversario y resaltar asuntos viejos y nuevos que dividan la nación”. Promueve el fanatismo. Elimina toda posibilidad de soluciones intermedias y confiere identidad a los seguidores. No hay posibilidad de diálogos productivos o acuerdos, porque los adversarios y discrepantes son “enemigos”, a quienes incluso “debe negársele el legítimo derecho a aspirar al poder”.
La posverdad, va más allá de la simple mentira. Su principal propósito, señala el autor, no es que se acepten mentiras como verdades, lo que no es novedad, sino “enturbiar las aguas hasta que sea difícil distinguir la diferencia entre verdad y falsedad”. La “desaparición de criterios objetivos comunes sobre lo que es verdad”.
El autor destaca que los aspirantes a autócratas utilizan “el sigilo” como táctica clave. Un complemento indispensable para que las tres estrategias descritas alcancen el éxito deseado. De allí que, en muchos casos, cuando se descubre sus verdaderas intenciones, es demasiado tarde. De allí la necesidad, plantea, de que las sociedades se mantengan vigilantes. Agregaríamos nosotros, fortalecer la ciudadanía activa y la demanda de participación como actor clave en los espacios y procesos de decisión, más allá de su rol de votante.