El 2024 ha sido etiquetado por muchas personas como un año electoral intenso. Cerca de dos mil millones de electores serán convocados a pasar por las urnas en distintas partes del mundo para elegir a sus representantes. Ante esta situación, podría aportar algún valor retomar algunas ideas que la pensadora María Zambrano dejó planteadas en su obra "Persona y democracia". Desde su propuesta, la democracia debe colocar en su centro a la persona humana para luego dar paso al pueblo. El gobierno del pueblo para el pueblo ya no responde a nuestras realidades actuales. Al contrario, termina degenerando en demagogia o abuso de las ideologías.

La principal característica de ser personas es el autorreconocimiento. Asumir que somos pensantes y que más allá de tener la posibilidad, tenemos la necesidad de adaptarnos a las realidades nuevas que se presentan a través del tiempo. Cuando se constituye un régimen de gobierno que deja eso de lado, entonces se da paso a la demagogia. Es decir, a la adulación del pueblo en el estado en el que se encuentre. Quien adula, inyecta la idea de que no es necesario hacer cambios porque presenta la situación actual como definitiva; la mejor de todas las posibles. Con esto se niega toda capacidad humana al cambio y se termina pasando a su anulación.

Con la anulación del individuo, el protagonismo pasa a manos del totalitarismo. La demagogia, además de llevar a una quietud que dinamita el ser persona, también fragmenta al pueblo en dos visiones. La primera visión es la del pueblo como una clase social que debe luchar y vencer a las demás. La segunda visión es la del pueblo como totalidad, en la que no hay espacio para el individuo. Las dos se configuran en torno a un vencedor absoluto como la base fundamental de toda estructura social porque buscan la hegemonía sin dar paso a la diversidad, el diálogo o la apertura al cambio. Ambas terminan convirtiendo al pueblo en masa, es decir, en cosa sin conciencia o responsabilidad sobre sí misma.

Donde se logra convertir al pueblo en masa, entonces ha ganado el abuso de las ideologías. El abuso de las ideologías no es otra cosa que la repetición de verdades asumidas como culturalmente eternas. A través de ellas, se mantiene a las personas sumergidas en la parálisis, encadenadas a la fuerza que ejerce el peso de las mayorías. La realidad se presenta como absoluta e inamovible, se extirpa el pensamiento crítico y la riqueza que cada persona puede llegar a aportar a lo colectivo. Además, se invita a un quietismo que se sostiene en lo que siempre ha sido así, en lo que nos dijeron y que simplemente debemos limitarnos a repetir.