Conceptos como burguesía e imperialismo eran usados por Juan Bosch mucho antes de que hiciera el giro hacia la izquierda, propiamente hacia el marxismo, a partir del 1965. Conocedor a fondo de la historia política latinoamericana antes de llegar al país en 1961, nunca transitó el camino fácil de generalizar las causas de los procesos golpistas latinoamericanos y no tuvo temor de afirmar sus convicciones analíticas en todos los casos. Un buen ejemplo es que las izquierdas latinoamericanas siempre apelaban al imperialismo norteamericano como motor de todos los procesos de derrocamientos de gobiernos democráticos y liberales en nuestra área.
Cuando en Venezuela el breve gobierno de Rómulo Gallegos fue destruido por los militares Bosch postula una interpretación propia. “Se ha dicho a menudo que el golpe militar de 1948, que destruyó la democracia en Venezuela, fue obra del imperialismo norteamericano. Cierta declaración de Rómulo Gallegos, hecha al llegar desterrado a La Habana, en diciembre de 1948, dio pie para esa propaganda; y hay muchos círculos venezolanos que así lo creen, sobre todo porque las medidas de la tiranía han favorecido de manera tan evidente y tan cuantiosa a los empresarios norteamericanos que parece haberlo hecho en pago de una deuda. Hasta el momento, sin embargo, el autor de este libro no tiene pruebas de que haya habido tal intervención; si las tuviera no tendría por qué callárselo, como no se las ha callado en los casos de la República Dominicana y de Nicaragua”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 318). La generalización de la acción golpista de los Estados Unidos contra muchos gobiernos democráticos en el Caribe y América Latina no puede desembocar en una afirmación de que siempre es causa de ellos. Ni son tan poderosos, ni siempre están interesados en aniquilar las democracias al sur del Rio Grande. Una buena muestra lo fue la revolución que llevó a Costa Rica a la democracia.
“… Los militares venezolanos que se alzaron con el poder en 1948 no necesitaron ayuda extranjera, como no la necesitaron ni la solicitaron en la rebelión de 1945, que llevó a Acción Democrática al poder; y que si Pérez Jiménez ha sido tan generoso con los empresarios norteamericanos —e ingleses y holandeses— se ha debido a que trata de obtener en el exterior el respaldo que le falta en el pueblo de Venezuela”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 318). En América Latina, desde sus revoluciones independentistas hasta finales del siglo XX, los ejércitos fueron el principal eje de poder en sus Estados respectivos. Diferente al caso de las Trece Colonias donde el poder recayó sobre la burguesía, en nuestro caso fueron los cuarteles quienes detentaron el control social y político, incluso fueron trasladándose hacia el poder económico, no es de extrañar que terminaran sus líderes siendo grandes terratenientes y empresarios. Hasta el caso cubano desde el 1952 hasta el presente cumple esa regla.
Es indudable que, antes y después del triunfo de la revolución cubana, para Estados Unidos siempre era preferible un gobierno autoritario leal a sus intereses que una democracia defensora de los intereses nacionales de sus países. El caso de Guatemala fue más que evidente. A la vez es innegable que a partir de la crisis de los misiles en 1962 la atención de los Estados Unidos en los países de la región se tornó prácticamente paranoica; quedan dudas sobre el tema del golpe de Estado contra el mismo Bosch en 1963. Este estado de la cuestión cambió radicalmente a partir de la disolución de la Unión Soviética y muestra de que desde ese momento ascendieron al poder partidos políticos y líderes latinoamericanas con fuertes discursos marxistas y antimperialistas. Basta ver el mapa político actual de América Latina para aceptar esa tesis. Además, eso es importante, muchos de esos partidos y líderes fueron moderando sus discursos y prácticas, sobre todo en cuanto al respeto de los procesos democráticos. Nicaragua y Cuba en la actualidad son las dos grandes excepciones.
Siguiendo con el caso venezolano, una de las cartas de póker de espanto en el Caribe, cuando las elecciones convocadas por la dictadura militar el 30 de noviembre de 1952 descubrió que iba a ganar las elecciones la oposición democrática aniquiló el proceso y proclamó a Pérez Jiménez presidente de facto, algo semejante a lo que Balaguer y los militares trujillistas tenían en planes en 1978. Lo explica Bosch así: “Los votos favorecieron, en más de un millón, a un partido de ideología democrática, y toda Venezuela esperaba que después de esa demostración los militares entregarían el poder. Pero sucedió lo contrario. Los datos oficiales de los sufragios iban dándose desde el palacio de Miraflores; y cuando se hizo evidente que el gobierno de facto perdía la batalla electoral se suspendió la transmisión radial de los datos; al día siguiente Marcos Pérez Jiménez disolvió la Junta y se proclamó presidente. Un comité de militares de alta graduación respaldó su nuevo golpe de Estado”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 331-332) El error táctico de intentar justificarse mediante elecciones llevó a los militares venezolanos a paralizar el proceso electoral y afirmarse en el poder al margen de criterios democráticos, pero también es señal ese proceso de la profunda vocación democrática del pueblo de Venezuela.
Como ocurrió en muchos países nuestros, incluido nuestro caso con Trujillo, el control militar y económico de las dictaduras aspiraba a presentarse ante el mundo como un gobierno democrático. Nuestro sátrapa incluso celebró elecciones de manera regular para aparentar que era querido por el pueblo con su votación y hasta llegó a tener varios presidentes títeres. Apuntala Bosch el caso de Pérez Jiménez. “La situación política iba, pues, de tumbo en tumbo, sin que nadie supiera a qué atenerse ni se le viera salida legal a tal estado de cosas. Pero por fin, al cabo de cuatro años Pérez Jiménez se quitaba la careta y les decía a Venezuela y a América que lo que sucedía en Venezuela era que él aspiraba a gobernar por sí solo, sin Dios ni ley. Y para que nadie abrigara dudas al respecto hizo encarcelar a los diputados constituyentes que no se plegaron a su voluntad y deportó a los restantes, entre ellos a Jóvito Villalba, el jefe del partido que había ganado de manera tan contundente las elecciones. Después de medidas tan persuasivas, los diputados adictos a Pérez Jiménez se reunieron, aprobaron el proyecto de Constitución que les sometieron del palacio ejecutivo y designaron a Marcos Pérez Jiménez presidente “Constitucional” de Venezuela. Poco más tarde el hemisferio aprobaba esos democráticos procedimientos celebrando en Caracas una conferencia interamericana. Y mientras los cancilleres discurseaban, las cárceles se hallaban llenas de presos políticos”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 332) Y semejante a la intervención militar que quebró nuestra democracia en 1965 con el respaldo de dictaduras militares de la región, en el caso venezolano los organismos regionales legitimaron la falta de libertad, la represión y la negación de la democracia, en gran medida por el océano de petróleo que esconde el subsuelo venezolano. Igual que hoy, en los años 50 prevaleció la demanda del oro negro por encima de las ansias democráticas de dicho pueblo. Guaidó es un fantasma y a los ojos de Biden el transportista Maduro puede ser amigo de nuevo.