Ilustración Thelma Vanahí

Estamos analizando un libro escrito por Juan Bosch en 1955 y publicado en 1988, fruto de la vida errante de él como exiliado. Entre 1939 y 1952 él tuvo una cierta estabilidad en Cuba, pero a partir del golpe de Batista en 1952 y sobre todo luego del asalto al Cuartel Moncada por jóvenes del Partido Ortodoxo, liderados por Fidel Castro, Bosch tuvo que ausentarse de su segunda patria por la persecución que desató el gobierno contra políticos e intelectuales vinculados al PRC-A y el PO. Entre 1953 y 1961 Bosch tuvo que moverse por varios países latinoamericanos, siempre escogiendo naciones donde sus autoridades no intentaran apresarlo y enviárselo al sátrapa dominicano.

Bosch explica el motivo de su obra: “Póker de espanto en el Caribe aspira a ser una contribución seria al estudio de los males políticos que agobian a los pueblos de esa zona. Tal vez ese estudio sea útil a otros pueblos de América ayudándoles a evitar que en sus países se reproduzcan las enfermedades que tan siniestros frutos han dado en las riberas del Mar de las Antillas”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 210-211) Es una obra analítica y con la finalidad que los caribeños y latinoamericanos en general que buscaban la democracia y derrocar la tiranías de la región encontraran en dicho libro ideas y argumentos que les sirvieran en sus luchas.

La continuidad entre la dictadura militar de los Estados Unidos (191-1924) y la dictadura de Trujillo (1930-1961) es evidente en la formación militar de Trujillo por tropas extranjeras y su odio hacia el pueblo llano dominicano impregnado por los Marines a la Guardia Nacional. “El pueblo dominicano no había tenido tiempo ni fuerzas para crear instituciones públicas o políticas que le permitieran pasar de un salto de la anarquía a la democracia, y su único instrumento de lucha contra los aspirantes a tiranizarlo eran las armas; las autoridades de ocupación lo dejaron absolutamente desarmado, y, por tanto, inerme en manos de una maquinaria militar —la fuerza constabularia— que no podía tener moral patriótica porque sus oficiales habían comenzado por jurar obediencia al poder invasor de su propio país”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 219). Los rasgos de racismo del régimen y un ejercicio violento del poder lo aprendieron el sátrapa y los demás oficiales de esa fuerza de sus instructores estadounidenses. Y es una herencia tan pesada que todavía en la actualidad es evidente en el comportamiento de los cuerpos policiales y la prédica racista anti-haitiana y aporofóbica de muchos de los políticos.

Literalmente seguimos bajo la sombra del trujillismo y las actitudes sembradas en la primera intervención norteamericana. Construir un régimen democrático que respete la dignidad de todos los habitantes que viven en nuestro territorio es una pendiente que espero la juventud actual pueda edificar, ya que de mi generación espero muy poco.

El desarme de la población y la promoción de la corrupción entre los oficiales de la Guardia Nacional creó las condiciones idóneas para la dictadura trujillista. El intervalo del gobierno de Horacio Vásquez no supo erradicar ese veneno. “La situación que se planteaba al nuevo gobierno era absolutamente nueva en la historia nacional desde cierto punto de vista; y era ésta: hasta entonces los partidos políticos estaban compuestos por ciudadanos que guardaban sus armas en sus hogares y las usaban cuando los adversarios querían derrocar al gobernante de su color. A partir de tal momento sólo tenía armas el ejército, de manera que desde el ángulo de la tradición política del país el ejército quedaba consagrado como la fuerza decisiva. Para compensar esa ausencia de poder real se hacía necesario darle al gobierno otra arma, y en la enseñanza de la ocupación se halló tal arma: era la corrupción, el negocio oculto, el cargo bien remunerado. Con todo, como el presidente Vásquez, aunque incapaz, tenía prestigio ganado en más de veinticinco años de luchas y no podía ser acusado él mismo de venal, y como además la situación económica fue mejorando entre 1924 y 1929, el gobierno pudo desenvolverse en buenos términos democráticos”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 221). Un hecho fortuito, la crisis económica del 1929, y la ruptura del orden democrático con la extensión inconstitucional del mandato de Vásquez y la pretensión de reelegirse en el gobierno, detonaron las condiciones para el ascenso violento de Trujillo.

La reelección, motivo de la inmensa mayoría de nuestra reformas constitucionales y la agenda oculta reeleccionista de la mayor parte de los gobiernos elegidos democráticamente (salvo el caso de Antonio Guzmán y Salvador Jorge Blanco) ha sido uno de los factores que más daño le ha hecho al orden político democrático dominicano.

Los que defienden el progreso durante la dictadura trujillista son predicadores de la tiranía o ignorantes de la realidad de esos 30 años. “Algunos interesados o tontos afirman que el país ha progresado. ¿Y cuál no en veinticinco años (lo escribe Bosch en 1955), sobre todo en los veinticinco años de mayor progreso en la historia de la América Latina y especialmente en el Caribe? Pero no hay duda de que en relación con países de gobiernos democráticos, el progreso se ha estancado en la República Dominicana; ha sido rígido, dirigido y beneficioso sólo para el tirano y sus secuaces. Como todo régimen de su tipo, el de Trujillo está llamado a derrumbarse el día menos esperado. La tarea de sus sucesores será de titanes. Pues será la de llevar a una masa aterrorizada, empobrecida, inmoralizada sistemáticamente, hacia la libertad, el bienestar y la dignidad”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 253) Corregir esas taras sociales le tomó a Bosch cada día de los siete meses de su gobierno, pero luchaba contra fuerzas titánicas que ambicionaban enriquecerse con la miseria del pueblo dominicano, tal como lo hizo Trujillo.