En la anterior entrega del análisis sobre Póker de espanto en el Caribe señalaba Bosch que Estados Unidos no estaba detrás del golpe de Estado del 10 de marzo del 1952 ejecutado por Batista en Cuba. Otros autores incluso señalan que para el Departamento de Estado fue una sorpresa esa acción. Pero el 27 de marzo de 1952, a 17 días del golpe, el gobierno de Estados Unidos reconocía al gobierno golpista por la influencia del embajador Willard L. Beaulac, embajador de Estados Unidos en Cuba. Al momento del golpe el proceso electoral cubano apuntaba a un triunfo del Partido Ortodoxo a pesar de que su líder Eduardo Chibás se había suicidado el año anterior. Batista ocupaba un tercer lugar en las preferencias y su ansia de poder lo llevó a ejecutar el golpe. Ese reconocimiento de parte del gobierno norteamericano de un gobierno golpista y su indiferencia frente al desarrollo de la democracia cubana le costó caro, todavía en el presente Cuba representa un problema a la potencia del norte.

La respuesta al golpe provino de la juventud del Partido Ortodoxo y el 26 de julio del 1953 un grupo de ellos bajo el liderazgo de Fidel Castro atacó el Cuartel Moncada en Santiago de Cuba. Bosch describe ese hecho de manera precisa: “En julio de 1953 se produjo uno de esos hechos con que el pueblo de Cuba, casi por sí mismo, acostumbra a encararse con su destino. Un grupo de acaso cien jóvenes, armados de rifles de calibre 22, de escopetas y revólveres, atravesó toda la isla, en un viaje de mil kilómetros, sin ser notadas por la numerosa y ávida policía política, y en la madrugada del día 26 atacó el cuartel principal de Santiago de Cuba —donde había más de mil soldados— así como otro en una ciudad cercana. La heroica y desesperada acción estuvo a punto de tener buen éxito, puesto que unos ochenta jóvenes penetraron en el cuartel de Santiago. Pero no conocían bien la posición de las dependencias y cayeron en una que se hallaba casi aislada. Ahí fueron masacrados a fuego de ametralladora. Varios lograron retirarse; la mayoría quedó herida y fue rematada después por los soldados. Los que presenciaron la matanza cuentan que tras destrozarles los rostros a culatazos y a tiros, les cortaban sus miembros viriles y se los ponían en las bocas”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 371) Fue un hecho tan dramático que la dictadura no podía ocultarla y generó un fuerte sentimiento de repulsa por la población.

La respuesta de Batista fue incrementar la represión contra la población. “La ola de crímenes avanzó sobre todo el país. Centenares de registros, en todos los cuales la soldadesca robaba cuanto hallaba a mano; centenares de prisiones y torturas inconcebibles, asesinatos en las calles, asaltos a mano armada a hogares y negocios, toda suerte de violencia se ejerció para dar con los depósitos de armas y con la jefatura de los núcleos clandestinos que organizaban a las fuerzas democráticas”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 373) Ese hecho, del cual Bosch se encontraba totalmente ajeno, le provocó serios problemas. Recordemos que él había sido el secretario personal del Prio Socarrás, el presidente derrocado, y era muy conocido en Cuba, tanto por su colaboración con el PRC-Auténtico, como por ser el líder antitrujillista más reconocido en esa isla. Y para agravarlo Batista era aliado de Trujillo.

Bosch cayó preso el mismo 26 de Julio. “El día mismo de los sucesos de Santiago de Cuba comenzaron las cárceles de toda la isla a ser llenadas con hombres de todas las clases, de todos los partidos y de todas las edades. El autor de este libro estuvo entre ellos. El autor lleva muchos años en lucha contra la tiranía dominicana, y desde luego un conocido antitrujillista tenía que estar fichado como adversario de Batista, ese “grande y buen amigo”, como le llama públicamente Trujillo”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 372) Los hilos del destino colocaban a Bosch en el medio de uno de los hechos más dramáticos de la historia cubana. Él tenía claro que su apresamiento era el primer paso para su envío a República Dominicana donde Trujillo lo esperaba para asesinarlo. “En el cuartel del servicio de inteligencia militar el autor fue saludado por un capitán con estas palabras. “Prepárese, que hoy mismo sale usted en avión para la República Dominicana”. “Usted sabe que en Cuba no hay quien se atreva a cometer crimen semejante”, respondió el autor. Tanto el capitán cubano como él sabía que llevarle a Santo Domingo era enviarle a la muerte. “Podemos hacerlo, porque tenemos seis meses sin garantías para hacer lo que nos dé la gana sin que nadie se entere”, dijo el capitán”. (Bosch, 2009, v. XIV, pp. 372-373)

¿Cómo se salvó Bosch de esa condena de muerte? Bosch lo narra en otro libro titulado El PLD, un partido nuevo en América. (Bosch, Obras completas, vol. VIII) “Yo vivía a mil kilómetros de Santiago de Cuba, Lo que equivale a decir a mil kilómetros del cuartel Moncada, sin embargo fui acusado de haber participado en el asalto que capitaneó Fidel Castro. El acusador fue el jefe del Servicio de Inteligencia Militar, comandante Ugalde Carrillo, que había sido agregado militar a la Embajada de Cuba en la República Dominicana, lo que indica que aprovechó la primera oportunidad que se le presentó para servirle a Trujillo haciendo preso al secretario general del Partido Revolucionario Dominicano”. (Bosch, 2009, v. VIII, p. 641) Bosch tenía claro que estaba en las últimas horas de su existencia. Con lo que no contaba era que su esposa Carmen Quidiello se estaba moviendo para lograr su excarcelación y envío a otro país de América Latina. “…el plan lo hizo fracasar una decisión de mi mujer, que se fue a ver al general Enrique Loynaz del Castillo, el sobreviviente de más alto rango de la Guerra de Independencia cubana, ayudante de Máximo Gómez y dominicano como Gómez, persona tan respetada en Cuba que ni siquiera Fulgencio Batista se atrevía a negarle lo que él pedía (…) (Loynaz) se dirigió al Palacio Presidencial y le pidió a Batista mi libertad. Salí de La Cabaña ese día, pero no fui a dormir a mi casa y allá se presentaron a media noche los soldados de Ugalde Carrillo que iban en busca mía (…) me fui a la Embajada costarricense y salí de ella protegido por el Derecho de Asilo para ir al aeropuerto de Rancho Boyeros donde tomé un avión que me condujo a San José de Costa Rica” (Bosch, 2009, v. VIII, p. 641-642) Trujillo se quedó con las ganas de matar a Bosch.