Ya para 1955 Juan Bosch había publicado muy buenos análisis sobre la política latinoamericana y del Caribe en revistas y periódicos en Cuba entre el 1939 y el 1952, pero además ya conocía en persona a muchos de los grandes líderes democráticos de la región caribeña, tanto los que estaban en la oposición, como los que ocupaban u ocuparon el gobierno de sus naciones. Venezuela siempre fue una sociedad a la que le prestó atención, la primera vez que vivió en ella fue entre finales del 1930 y el verano del 1931, pero previo a eso conoció a Rómulo Betancourt en Santo Domingo cuando este nos visitó promoviendo un libro de su autoría y de Miguel Otero Silva titulado En la huellas de la pezuña donde denunciaba la represión contra el levantamiento estudiantil del 1928 por parte del gobierno de Juan Vicente Gómez.

No es de extrañar la atención de Bosch sobre el caso venezolano en Póker de espanto en el Caribe, porque las sucesivas dictaduras militares que padeció este pueblo se prolongaban hasta el momento de la escritura de esa obra, con la excepción del breve gobierno democrático de Rómulo Gallegos en 1948, algo semejante a nuestra historia de dictaduras entre el 1930 y el 1978 que tuvo la sietemesina primavera democrática del mismo Bosch en 1963.

En los años 50 gobernaba despóticamente Marcos Pérez Jiménez y sobre él opina Bosch: “Marcos Pérez Jiménez es hombre de una alma gélida, de frialdad tan notable ante el dolor de los demás que toca los lindes de la insensibilidad. El caso de Pedro Estrada es otro; es el de un policía por vocación que se halla un buen día con toda la autoridad y todos los medios para satisfacer, a lo largo de un país, sus más profundas inclinaciones. Esos dos hombres se complementan y reclutan sus servidores en la multitud de gente, uniformada o no, que necesita ganarse la vida sin parar mientes en escrúpulos o que aspira a funciones y honores que no podría alcanzar en la competencia de la capacidad que provoca el clima democrático”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 334) Estrada era el Johnny Abes de Pérez Jiménez, con más preparación e influencia política que el segundo, incluso realizó “servicios” para Trujillo. Cuando cayó la dictadura en 1958, mientras Pérez Jiménez vino a refugiarse con Trujillo, Estrada marchó a Miami, ya que los vínculos de él con el Departamento de Estado databan de su tiempo en Washington como embajador venezolano. Ambos, Pérez y Estrada, merecen figurar de manera destacaba en la historia de la ignominia y el crimen de nuestro continente, sobre todo como feroces hienas contra los anhelos democráticos del pueblo fundado por Simón Bolívar.

Otra de las cartas de la obra de Bosch que estamos comentando es la de Cuba, la sociedad que mejor conoció él luego de República Dominicana, y brota de su pluma la profunda admiración por José Martí y su reconocimiento como apóstol por la independencia cubana, además de sus grandes méritos como intelectual y escritor, entre los mejores en lengua española. En el proceso independentista cubano la llamada Guerra de los diez años (1868-1878), que tuvo como chispa inspiradora el éxito de los restauradores dominicanos en sacar a las tropas españolas de su territorio en menos de dos años, merece la atención de Bosch: “El hecho de que los diez años de lucha habían contribuido a formar una conciencia de libertad, que fue extendiéndose por todo el país, y habían dejado un legado de heroísmo de que acabaron sintiéndose orgullosos todos los cubanos, sumado al origen común de los grandes y pequeños jefes de la guerra de 1895, hizo que esta última tuviera un acentuado carácter popular. A ese carácter contribuyó en gran medida la obra de José Martí, el primero de los libertadores de la América Latina que daba a su prédica un acento profundamente democrático, pues Martí propuso a los cubanos no sólo una república libre, sino además —y sería mejor decir sobre todo— una república digna, de hombres realmente satisfechos en lo político, en lo social y en lo moral”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 338) Existe un vínculo dinámico y fértil de la Guerra de los diez años con la Guerra de Independencia de 1895 y la Revolución cubana del 1959, quien no se capaz de verlo es por ceguera interesada.

Precisamente el mismo Bosch intuye ese proceso antes incluso de que desembarcara Castro y sus compañeros para combatir a Batista. Y el eje que lo vincula es precisamente José Martín: “Pero quedó su prédica, la más hermosa, y hasta la más prolija, sobre las necesidades de un pueblo y el modo de satisfacerlas. Esa prédica está viva, de manera que muchas decenas de años después de su muerte en el campo de batalla José Martí sigue siendo el apóstol de la libertad cubana, de la democracia cubana; un maestro en activo, en quien todos los luchadores hallan estímulo para proseguir la tarea de superar los males de Cuba. A tal extremo llega esa actualidad de Martí que cuando los instructores del juicio abierto con motivo del asalto hecho por un grupo de jóvenes a un cuartel en Santiago de Cuba, en 1953, le preguntaron a Fidel Castro, líder de los asaltantes, quién había sido el autor intelectual del ataque, el interrogado contestó sin el menor titubeo: “José Martí”. Con esa sombra resplandeciente tienen que luchar los tiranos de Cuba”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 339) No conozco a nadie más que en 1955 destacara de tal manera la figura de Fidel Castro, a quien conoció en los preparativos de Cayo Confites, y la relevancia mayúscula de Martí en la lucha por la soberanía y la democracia en Cuba. Que nadie dude que en el futuro ocurrirán hechos de gran importancia inspirados por el autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada.

La reflexión sobre Martí de parte de Bosch es honda y trasciende los límites de la isla cubana, el autoritarismo prevaleció sobre la libertad. “Cuba no escapó a esa especie de frustración histórica que hizo de los libertadores latinoamericanos enemigos de España, pero no patriotas. A pesar de las prédicas de José Martí, de su esfuerzo en darle contenido democrático a la guerra libertadora, y a pesar de los ejemplos que ofrecieron con sus vidas Maceo, y Gómez, en Cuba ocurrió lo mismo que en los demás países, o que en casi todos: muchos generales utilizaron el prestigio ganado en la lucha para llegar al poder y desde allí traicionar a su pueblo. Incluso el primer presidente, que no era general pero sí veterano luchador contra España, y que era hombre honesto como administrador público, prefirió solicitar la intervención militar de los Estados Unidos a permitir que sus adversarios políticos, el Partido Liberal, llegaran al poder. La intervención se produjo; y después de haber cesado se turnaron en el poder liberales y conservadores, todos más atentos a la voluntad de Washington que a las necesidades del pueblo”. (Bosch, 2009, v. XIV, p. 343) Seguimos la próxima semana.