“El mejor predictor de la violencia futura es la violencia pasada” Jacobson y Gottman

La Organización Mundial de la Salud define la violencia como “el uso intencional de la fuerza física o poder, amenazante o actual, en contra de uno mismo, otra persona, o en contra de un grupo o comunidad, ya sea que resulte en o tenga una alta probabilidad de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastorno del desarrollo o privaciones”.

Dentro del campo de la Criminología, por lo regular, se tiende a clasificar en violencia instrumental o proactiva, y violencia reactiva. La instrumental se utiliza como medio para alcanzar un fin, por ejemplo, venganza, lucro, etc.; en cambio, la reactiva es más emocional, es más de naturaleza impulsiva, por ejemplo, reacciona ante una provocación.

Según el Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud publicado por la OMS, “la violencia es una de las principales causas de muerte en la población de edad comprendida entre los 15 y los 44 años, y la responsable del 14% de las defunciones en la población masculina y del 7% en la femenina, aproximadamente.”

Un Informe publicado por la ONU que muestra las tendencias mundiales y regionales del delito para el período 2003-2013, establece que “en el período 2003-2013, los países de ingresos altos notificaron tendencias a la baja de los delitos violentos y los delitos contra la propiedad, en tanto que los países de ingresos mediano altos registraron un aumento de la mayoría de los delitos, salvo el homicidio, y los de ingresos bajos y medianos bajos observaron tendencias diversas durante ese período.” Luego, hacen la siguiente aclaración: “Aunque también se deben tener en cuenta las fluctuaciones en la calidad de los datos y las diferencias entre las prácticas policiales, los datos disponibles indican que en el último decenio las tendencias del delito guardaban relación con el nivel de ingresos de cada país.” Es decir, no proporcionar la información completa o actualizada puede implicar un sesgo en las estadísticas registradas por esa organización y las conclusiones sobre el nivel de violencia en el país analizado.

Visto lo anterior, pasemos a revisar los niveles de violencia que registra nuestro país. Nuestro ordenamiento penal contempla diversas modalidades de delincuencia violenta, como son:

  • Lesiones (golpes y heridas).
  • Robo con violencia (robo calificado).
  • Violación o agresión sexual.
  • Tentativa de homicidio.

En este sentido, para medir el nivel de violencia que registra nuestro país, tomando en cuenta todos los ilícitos penales anteriormente mencionados, se verifican los datos publicados por la Procuraduría General de la República. Según la Fiscalía, durante el año 2023, se recibieron un total de 165,461 casos. De dicha cifra, 96,009 casos corresponden a la delincuencia violenta. Es decir, un 58% del total de las denuncias, lo cual evidencia una cifra inquietantemente alta de violencia.

En otro orden, debido a las alarmantes cifras de violencia registradas en los países estudiados por la OMS, dicha organización lo ha considerado un tema de Salud Pública, indicando en su informe sobre el tema que los esfuerzos deben dirigirse a la prevención de la violencia.

En esta tesitura, países como Estados Unidos, analiza cuánto le cuesta al Estado la violencia, siendo las sumas registradas por el área sanitaria, sistema de justicia penal, y el área empresarial, astronómicas. Consecuentemente, han desarrollado un modelo de salud atendiendo al costo de la violencia analizando aspectos como aquellos daños directos que requieren la atención del área sanitaria, los que tienen que ver con un proceso penal y la falta de productividad debido a las lesiones. Este modelo se basa, en síntesis, en la evaluación de los factores de riesgo y de protección incluyendo los costos, para diseñar planes de prevención.

En referencia al modelo de salud pública, que entraría dentro de lo que es la prevención primaria, Garrido y Redondo (2013), señalan lo siguiente: “el modelo de la salud pública se caracteriza por emplear una perspectiva multiprofesional y una gran diversidad de métodos para conseguir sus objetivos. Para ello se analiza la confluencia de los diferentes factores que interaccionan en el escenario social, con el objeto de determinar objetivos modificables y emplear, finalmente, diversas estrategias educativas, ambientales o de cualquier otra índole”.

En conjunción con lo anterior, los autores referidos anteriormente, citando a Weiss, manifiestan que “este modelo considera que la conducta violenta sigue un patrón similar a los observados en otros fenómenos epidémicos de salud pública. De ello se sigue que podemos identificar y controlar su incidencia, así como detectar a los grupos de más alto riesgo”.

En consecuencia, atendiendo a este modelo de prevención, implicaría la participación de amplios sectores como educación, salud mental, salud pública; entre otros, y la formación de los niños en situación de riesgo, para desarrollar lo que se conoce niños resistentes o resilientes, así como la intervención del ambiente.

En resumen, como podemos observar, nuestro país registra tasas muy altas de violencia lo cual debe ser motivo de preocupación. Esto no solo tiene un impacto para la sociedad en general, y para las víctimas que tienen que recurrir a los servicios de salud y recibir terapias psicológicas, por los daños ocasionados, sino que implica un elevado costo para el Estado, el cual debería ser cuantificado. Por vía de consecuencia, es menester revisar los modelos de prevención y predicción de la violencia con el objetivo reducir las tasas registradas por delincuencia violenta.