Para nadie que siga la política española a través de los medios de comunicación, puede resultarle una sorpresa, que desde el surgimiento de PODEMOS y, sobre todo, después que en las elecciones europeas de mayo de 2014 sacara 1.253.837 votos, el 7,98% del total y cinco escaños en el Parlamento Europeo. Se produjera una alerta sobre este partido, en determinados centros de poder político, económico y de los servicios de Información.

Podemos, según las encuestas, estaba ganando tal apoyo entre los votantes que había el peligro de que el PSOE perdiera el cuasi monopolio de la izquierda en el Parlamento. Que mantenía desde las primeras elecciones democráticas de 1977. La política española se basaba en un bipartidismo esencial, aunque a veces imperfecto, ya que en determinados momentos, tanto el PP como el PSOE, necesitaron el apoyo de los nacionalistas catalanes o vascos, para tener una mayoría suficiente para formar gobierno y para aprobar las leyes en el parlamento.

Ese escenario era maravilloso tanto para el principal partido de la derecha  (PP) como para el de la izquierda (PSOE). Básicamente porque el bipartidismo permitía más puestos para repartir entre los políticos de ambos partidos. Así como, era más fácil para los jefes mantener la disciplina interna.

Se hizo famosa la frase, muy descarada, del entonces vicepresidente Alfonso Guerra – que se jactaba de tener el control en su puño del PSOE-, de que “quien se mueve no sale en la foto”. O sea, quien discrepa o disiente, quien no obedece las órdenes, no obtendrá ni  su nombre en las listas electorales, ni ningún puesto político en el gobierno. Eso se hacía tanto en el PSOE como en el PP. ¿Stalin? No. Cosas de demócratas y de liberales.

Todo eso se vino abajo con la entrada, como un elefante en una cacharrería, de PODEMOS. Y además los líderes de ese nuevo partido venían con “hambre de poder”. No se conformaban con ser diputados, querían llegar al Gobierno y ser miembros del mismo en puestos relevantes. Vendían caro sus votos. No replicaban en la metrópoli el intercambio de espejos por oro y plata.

Esa situación hizo que se destinaran, ¡sabrá Dios!, cuantos cientos de millones de euros en montar una campaña negra en los medios de comunicación contra Podemos, en la cual participaron con la alegría de los bien pagados, diarios como El País y el resto, con alguna excepción, excepcional. E incluso, algunos servicios secretos o de información se pusieron a hacer montajes burdos y chapuzas contra Podemos y sus líderes.

No uso el término Inteligencia, para referirnos a estos servicios, porque creo que eso lleva aparejado otra manera de accionar. Sólo se puede denominar como tal a los que trabajan con rigor y sujeto a una cierta deontología profesional, por muy “flexible” que ésta sea. Más que hacer chapuzas, la Inteligencia se basa en análisis rigurosos y objetivos de datos, hechos constatables, en simulaciones y proyecciones, en composición de escenarios alternativos o múltiples, y en recomendaciones basadas en las leyes del Estado sobre que se puede o no hacer. Eso es parte del trabajo de Inteligencia.

Lo otro, lo que hicieron lo que se ha denominado la “policía política” creada por el PP, no tiene nada que ver. Crearon una falsedad cuasi infantil por lo grotesca. Y utilizaron a sus peones de la prensa escrita, digital y de las televisiones, para difundir que Pablo Iglesias usando el nombre de su madre, había creado una cuenta dónde el gobierno de Maduro le ingresaba unos 230 mil euros para sus acciones electorales. ¡Pura invención!

El periodista que difundió ese bulo es el director de un periódico digital, Eduardo Inda,  asiduo en los programas de TV y de debates de la emisora llamada La Sexta, propiedad de unos de los grandes grupos multimedia de España. Una TV que busca mantener una audiencia de centro izquierda y que tiene algún programa crítico con el sistema.

El escándalo ha estallado cuando se han difundido unas grabaciones donde el ex Comisario Villarejo, un experto en el uso de las grabaciones para hacer sus negocios particulares y es de suponer que, algunas vez, para obtener información útil para el Estado, conversa con Antonio Ferreras, director de Informativos de La Sexta, y dónde este afirma que eso de la cuenta de Podemos le parece un bulo, pero que pese a ello lo va a difundir.

Ello ha significado un desprestigio profesional para Antonio Ferreras, porque ese comportamiento va en contra de toda ética periodística. Es un ABC del periodismo que el oficio consiste en comprobar las fuentes, verificar  y contrastar la “noticia” y, sólo entonces, difundirla. Si no se hace así, se borra la diferencia entre Facebook, Tweeter, Instagram y etc., dónde cualquier hijo de vecino dice lo que se le venga en ganas, porque no se espera que en esas redes haya un control de la veracidad de lo que se publica.

Pablo Iglesias ha sido entrevistado en muchas emisoras para tratar del tema pero Ferreras le ha vetado para comparecer o entrar en su programa “Al Rojo Vivo”, temeroso de que en ese “cara a cara”, la suya,  no solo se ponga roja sino que estalle, junto a su credibilidad periodística, ahora mismo, en caída libre.

Aprovecho para señalar que en España se está dando un fenómeno que lleva a una progresiva degradación del ejercicio del periodismo. Hay programas en casi todas las emisoras de TV y en la radio, dónde los periodistas son verdaderos portavoces de los diferentes partidos y lobistas de sectores empresariales (eléctricas, petroleras, Uber, etc.).

Comentan y defienden las posiciones de los partidos que les pagan con el fervor de los fanáticos. No informan, Adoctrinan. Repiten los argumentarios de sus partidos o de sus empresas. No son periodistas aunque tengan una titulación profesional. Son portavoces de intereses. La verdad, las fuentes, la verificación, la deontología profesional no les importa un comino. Estamos ante la eclosión hispánica del Trumpismo informativo.