El último estudio de Latinobarómetro (2023) arroja como resultado una decepción generalizada con el sistema democrático.
Este fenómeno incluye a uno de los países referentes de la democracia latinoamericana, Chile, como lo muestra la encuesta 2023 de la Universidad Alberto Hurtado-Criteria sobre los imaginarios democráticos. (Encuesta Chile Dice: un 60% piensa que el autoritarismo se justifica en algún caso, pero los chilenos buscan una democracia participativa | EL PAÍS Chile (elpais.com)
Si bien una mayoría significativa (más de un 60%) valora de modo positivo al sistema democrático, la encuesta señala que más de un 50% de las personas encuestadas justifica un régimen autoritario si se producen situaciones de mucha corrupción o si los políticos no cumplen las leyes. Lo importante a destacar aquí es que para muchas personas la defensa de la democracia no constituye un asunto de principios, sino de situaciones. Por tanto, si estas lo ameritan, pueden aceptarse prácticas autoritarias.
La experiencia histórica nos muestra que, dependiendo de las circunstancias y como se interpreta el nivel de impacto de las mismas en sus vidas personales, la ciudadanía puede valorar positivamente el ascenso de un tirano. Por ejemplo, ¿hasta qué punto un segmento importante de la ciudadanía puede interpretar en un determinado momento que existe un serio peligro generado por la inmigración ilegal y que existe un grado de complicidad de los líderes democráticos? ¿Qué nivel de confianza generan los gobernantes ante un grave problema de seguridad pública como el de las bandas criminales? Estas son circunstancias que pueden propiciar una disposición a la aceptación de valores y prácticas que, en otras situaciones, serían repudiadas.
Al mismo tiempo, los principios abstractos que fundamentan la democracia pueden no ser parte de la vida cotidiana de las personas que viven día a día la exclusión de esos supuestos. Es lo que pasa en muchos países latinoamericanos donde principios, como los derechos humanos, constituyen expresiones vacías para quienes sufren del acoso policial, el abuso de poder, o la inequidad ante la ley.
Paradójicamente, en el caso de las democracias avanzadas, la solución de las necesidades básicas también produce insatisfacción, pues una vez los seres humanos logran satisfacer determinadas expectativas, las mismas se incrementan. Así, por ejemplo, si una sociedad avanza en la reducción de un determinado problema social, como el de la inequidad de género, resulta natural que aumenten las exigencias con respecto lo que se entiende por equidad y qué criterios marcan el límite a las conductas permisibles. Al mismo tiempo, una refinada sensibilidad colectiva hace que surjan indignaciones ante actos que, en fases históricas previas, se habrían considerado anecdóticas.
En este sentido, la democracia implica un estadio de insatisfacción permanente. De ahí que el cultivo de la democracia no solo implica abordar las problemáticas sociales, sino también cultivar una educación de la insatisfacción democrática.
En otras palabras, ejercitar el cuidado de la democracia conlleva desarrollar las disposiciones espirituales que fomentan las formas de vida democráticas, incluyendo aquellas que nos muestran como seres vulnerables, limitados e inconclusos que construyen soluciones igualmente vulnerables, limitadas e inconclusas; perfeccionables, nunca mejorables por regímenes que intentan solucionar los problemas de las personas excluyéndolas.