En febrero de 2022, Melvin Mañón y Roque Espaillat Tavárez, dos buenos amigos del movimiento “Rescate democrático”, me invitaron a participar en un programa de televisión para analizar el discurso presidencial del 27 de febrero en materia cultural. Les acepté la invitación. Reproduzco aquí el contenido de mi intervención:
“En el campo de la filosofía y la teoría de la comunicación hay una disciplina, un campo del saber que se llama análisis del discurso y teoría del discurso, que no es lo mismo que análisis de contenido. El análisis del discurso estudia y analiza lo que es el sentido del discurso, mientras el análisis de contenido se refiere más bien al significado del texto. El análisis del discurso como herramienta de investigación se aplica en este caso al discurso del señor presidente de la República. Este es su segundo discurso de rendición de cuentas ante la nación en su período de gobierno, que es de dieciocho meses, o año y medio.
Los ejes temáticos fundamentales fueron sobre todo la pandemia, la economía y el anuncio de obras públicas en remodelación o en construcción. Abarcó casi todos los aspectos de la vida de la nación. No todos, ciertamente, pues siempre hay aspectos que quedan apenas esbozados o que se ignoran.
El presidente incurrió en los lugares comunes que suelen abundar en este tipo de discursos, en las frases habituales ya dichas por discursos presidenciales de otros gobernantes de que somos la economía que más crece en el Caribe, de que somos la economía de mayor crecimiento económico en América Latina, etc. Afirmó que hemos superado la pandemia (un tanto demasiado optimista de su parte, pues aún no sabemos si podrían aparecer nuevas pandemias; hemos tenido ya cinco olas de pandemia y podrían aparecer otras; el virus es mutante, por lo que no podemos darla por terminada) y destacó el mérito de que somos un modelo en la lucha contra la pandemia a nivel mundial (muy típico de nosotros, los dominicanos, eso de que somos modelo, patrón a seguir; muy propio de nuestra idiosincrasia eso de creernos el ombligo del mundo). Esta visión permea el discurso de todos los presidentes, y permea también el de funcionarios, intelectuales, comunicadores…
Aparte de estos lugares comunes de los discursos presidenciales, me interesa destacar el tema que me concierne directamente como profesor universitario y como gestor académico. Me refiero al tema del arte y la cultura. Suelo echar en falta y lamentar que el presidente de la República casi nunca hable de la cultura ni de las políticas culturales necesarias de implementarse en este país, por ejemplo, en la gestión de las industrias culturas y creativas. El tema casi nunca aparece. Se suele confundir la educación con la cultura (cosas íntimamente relacionadas, pero distintas), la necesaria inversión en educación con la inversión en cultura, en políticas culturales, en gestión cultural en los pueblos y las comunidades del interior, en el fortalecimiento de las capacidades de grupos y entidades, para la promoción de los valores culturales identitarios; se suele confundir también el turismo con la cultura (se anuncia la revitalización de la Zona Colonial como patrimonio, legado histórico). Pero una cosa es el turismo y otra cosa la cultura. Nuestro turismo carece de una visión amplia, integral, inclusiva de lo que somos como pueblo, como nación; la marca país, esa supuesta marca identitaria, es una marca de sol, playa, arena, hoteles (el presidente agrega “cultura”), pero ese concepto es demasiado ligero, demasiado light.
Cuando hablamos de cultura nos referimos a una totalidad del quehacer humano, totalidad existencial y orgánica. Cultura es todo lo que hace un individuo o un pueblo, no sólo las obras artísticas y literarias. Por eso, hace falta una mayor presencia de la cultura –el sector cultural lo demanda- en los discursos presidenciales. Es obvio que hay siempre cuestiones palpitantes, apremiantes, prioritarias como la economía, la inflación, la salud, la vivienda, la seguridad… Sin embargo, la cultura nunca debe estar ausente. El presidente de la República debe dirigirse a la totalidad de la nación, a todo el mundo, a todos los grupos y actores sociales, sin excluir a ninguno. Porque, así como en las campañas electorales, en busca del voto, se incluye y se apela a todos los sectores de la nación, de igual modo estos sectores debieran aparecer incluidos y mencionados en un discurso de rendición de cuentas.
Es curioso y hasta extraño que el presidente Abinader no haya mencionado, o no se le haya sugerido mencionar (¿olvido o error de sus asesores?), el tema del mecenazgo cultural, pues hace apenas cinco meses, en septiembre de 2021, mediante el decreto 558-21, aprobó el reglamento de aplicación de la llamada ley de mecenazgo. Este reglamento es el instrumento que le otorga operatividad y funcionalidad a la Ley de Incentivo y Fomento del Régimen de Mecenazgo Cultural en República Dominicana, la ley 340-19, que fue aprobada por el expresidente Danilo Medina en julio de 2019. No hay mención alguna de esa ley, ni de ese reglamento en su reciente discurso. Es importante que esa ley de mecenazgo, que ya tiene su reglamento, empiece a funcionar; importante que se cree el Consejo de Mecenazgo, que se elija al director de la Dirección Nacional de Mecenazgo, y que el ministerio de Cultura se involucre más en todos estos aspectos.
Lo que me interesa resaltar ahora, como visión general, es que el presidente Abinader sigue la misma línea discursiva de sus predecesores. Es como si siguiera un esquema, un patrón previamente establecido. Menciona los datos económicos de siempre, del crecimiento de la economía, del crecimiento interanual, y luego prosigue de manera sensata con un largo rosario de cifras y datos. Anuncia casi quinientas obras públicas, sin distinguir entre las obras en remodelación, las nuevas obras en construcción y las obras en continuación, que suelen llamarse “paralizadas” –es decir, obras que pertenecen al gobierno anterior. Y termina de una manera eufórica, efusiva, exultante, llamando a la unidad nacional de todos los dominicanos, llamando a unirnos para vencer las dificultades del momento, en medio de las circunstancias y los factores externos que nos afectan: la crisis sanitaria, la crisis económica y los posibles efectos de la reciente guerra entre Rusia y Ucrania.
El presidente Abinader es un mandatario decente y democrático. Los ciudadanos que estamos con él y votamos por él debemos mantener siempre un espíritu y sentido crítico, constructivo, precisamente para que pueda mejorar su gestión de gobierno y hacer la mejor de las gestiones posibles”.
El tono mesurado del último párrafo de mi comentario delataba mi ingenua ilusión de hace apenas un año, cuando aún esperaba y creía en el cambio. Hoy ya no lo suscribiría.