El clientelismo es una de las prácticas políticas más aberrantes que tienen los sistemas electorales en aquellos países que mantienen, con ciertos niveles de estabilidad, procesos constantes de elección para elegir a sus representantes. Con dicha práctica se pretende corromper la consciencia del electorado para evitar con ello que el voto no se incline mayoritariamente a favor de las mejores propuestas políticas, sino más bien que gravite en torno de aquel que ofrezca favores inmediatos procurando satisfacer con ello necesidades perentorias. Se ha definido al clientelismo como aquella practica que ofrece de favor lo que a las personas les corresponde por derecho, cuestión esta que es utilizada constantemente por los actores políticos dominicanos. Si bien es cierto el fenómeno constituye una expresión efectiva de manipulación y que suele emplearse con regularidad en el campo político electoral, también es una realidad que el pueblo que sucumbe seducido por dichas ofertas, demuestra en el acto una condición humana miserable y una pobreza material e intelectual evidente.
Los peligros que conlleva la práctica clientelista son múltiples y se expresan en perjuicio de las grandes mayorías, puesto que, si afirmamos que el resultado de los procesos altamente clientelistas será la elección del peor de los representantes, pues debemos concluir que los efectos negativos de esa representación irán siempre en detrimento de los representados. En una situación similar pierden todos, los que cayeron imbuidos en favores o falsas promesas y los ciudadanos conscientes que participaron dignamente del proceso de elección. Lamentablemente, en República Dominicana se ha instaurado una cultura clientelar que permea todos los extractos sociales de la nación, aunque se exprese de forma distinta y con diferentes matices.
Los primeros síntomas de la practica clientelista en nuestro país aparecieron durante la dictadura trujillista. El régimen implantado por el dictador durante 30 años no solo se basó en una compleja mezcla de miedo y propaganda, sino que también se incluyó el culto a la personalidad de Trujillo basado en sus bondades y hombre proveedor de favores. Al respecto, Euclides Gutiérrez Félix en su obra Trujillo, monarca sin corona, refiere que el gobernante se desplazaba siempre con significativas sumas de dinero en un maletín, el cual repartía a modo de dádivas a cualquier pobre dominicano que le pidiera cualquier providencia. Naturalmente, el propósito “del Jefe” no era ser autor de un noble gesto caritativo, sino más bien que aquel comportamiento respondía a la necesidad de granjearse una figura proveedora del pueblo. Virgilio Álvarez Pina, en sus memorias sobre la dictadura de Trujillo y su servicio prestado a la misma, también resalta esa particular característica del gobernante como un esfuerzo llevado a cabo por este para asegurarse el favor de las mayorías.
Desde aquellos años la practica clientelista se ha convertido en un fenómeno indeseado por quienes aspiran a una sociedad más sana y un mejor país, donde impere la justicia social y una mejor calidad de vida. El clientelismo es ya esa cultura enraizada en nuestro pueblo y que nos legaron la gran mayoría de gobernantes; se trata de esa obra inmaterial de gobierno que ha carcomido la moral nacional y que ha llevado a nuestra gente, paulatinamente, a creer que la política es un espacio creado para la solución inmediata de apetencias personales, o de lo contrario, la participación social activa no comporta ningún sentido. Que lamentable…