Resultan muy interesantes y sugerentes para el debate de las ideas las exposiciones y artículos sobre los riesgos y amenazas a la democracia que ha estado presentado a la opinión pública nacional el medio digital acento.com.do.

En estas interesantes exposiciones se discuten varias teorías de la democracia: la relación entre economía y democracia, las consecuencias sociales de la globalización de los mercados (pobreza, desigualdad social) y la inmensa concentración de las riquezas de algunas empresas. El papel histórico de la poliarquía, la tendencia oligárquica del sistema de partido y las debilidades de las instituciones, normas y reglas de la democracia. Como también, se ha hecho referencia, aunque en menor medida, a la función de la esfera pública: la sociedad civil y la opinión pública en la erosión de la cultura democrática.

La democracia como forma de gobierno ideal, que garantiza un estado de derecho, la deliberación y participación de los ciudadanos en las decisiones públicas, es siempre un proyecto ideal-normativo en permanente construcción. Por eso, se ha reiterado miles de veces, no hay democracia perfecta, pues ya abrimos la caja de pandora y salieron todos los dioses y demonios que gobiernan nuestras vidas y no hay forma de transparentar las relaciones entre los seres humanos, de buscar la salvación con una supuesta vuelta a la “naturaleza”, al “paraíso” o al “comunismo”.

La sociedad es un conjunto de sistemas sociales marcado por la funcionalidad, relaciones de poder, conflictos de intereses y culturales. Estamos atravesados por la conflictividad de nuestra diferencias culturales y condición social, por las luchas de clases, de género, los conflictos generacionales, étnicos y, nuestras preferencias religiosas, sexuales, etc. Por tanto, la única utopía posible, no excluyente y autoritaria, es ampliar y fortalecer los espacios de participación y deliberación que nos permite la construcción de una democracia progresista.

Sin embargo, entendemos que estamos viviendo en un complejo período histórico que ha erosionado el ideal, el sentido, de los que entendemos como política democrática progresista, pues los ideales de un estado de derecho, de participación, deliberación, de reconocimiento de la multiculturalidad, de respecto a las diferencias y, de desarrollo humano se están deteriorando.

El problema es que, con la globalización de los mercados, el estado nacional ha perdido la capacidad de orientar el rumbo de la economía y la sociedad. Los partidos no son capaces de dirigir los cambios en el mercado, tampoco tienen la capacidad de darle respuesta a las necesidades de bienestar y seguridad de los ciudadanos.

En ese sentido, la democracia de partidos que tenemos en la actualidad, no garantiza el orden, la seguridad, el bienestar, ni la participación política de los ciudadanos. De ahí viene el escepticismo sobre la democracia: los discursos, los partidos y los actores políticos en la actualidad.

En la democracia de partidos, los valores de la solidaridad, el respeto a las diferencias y la responsabilidad por los otros, han pasado a un segundo plano y, una de las consecuencias más significativa es que los ciudadanos, despojados de soportes institucionales, buscan conseguir los objetivos que pretenden por sí mismo, de manera individual. En ese sentido, la participación política, en una parte importante de la población, adquiere sentido y significado cuando resuelve problemas y necesidades privadas, vinculada a las demandas de servicios públicos, de mejora salariales, de obtener un empleo y ser objeto de alguna forma de seguridad social.

En la democracia de partidos y las luchas por el poder, poco importan los méritos personales, sino tu afiliación a un partido. La participación política de los ciudadanos se ha clientelizado y, cada día más, se está convirtiendo en un medio, un recurso de movilidad social, de búsqueda de bienestar, de autorrealización personal y, una forma de hacer negocio y obtener beneficios privados. Con las redes clientelares y los casos de corrupción en el país, sobran los ejemplos.

De manera que los obstáculos y desafíos a enfrentar para la construcción de una política democrática progresista en el país, de izquierda o derecha, proceden de varias áreas: 1) de la falta de control de la globalización de los mercados y sus consecuencias, 2) de la impotencia de los poderes públicos del Estado de realizar grandes transformaciones sociales, 3), de la corrupción y corporativización (tendencias oligárquicas) de los partidos y, 4) de las que proceden de la falta de educación cívica y, la capacidad de asociación y movilización de los ciudadanos.

Como ha destacado Anthony Giddens, vivimos en un mundo desbocado; plagado de complejidades y ambigüedades: globalizado, informacional e individualizado. Y para entender los obstáculos y desafíos de la política democrática progresista en la actualidad, no es suficiente tomar en cuenta lo económico, lo político y lo tecnológico, sino también lo cultural.

Por tanto, la construcción de una política democrática progresista en la sociedad dominicana no puede reducirse a los conflictos de clases o las luchas ideológicas entre capitalismo y comunismo, sino que debe abrirse a las exigencias de participación de la sociedad civil, al reconocimiento de las demandas de los nuevos movimientos sociales feministas, ambientalistas, sexuales, al reconocimiento de los derechos humanos de las minorías étnicas y, a las diversas formas pensar y hacer política de los ciudadanos. De lo contrario, corremos el riesgo de producir y reproducir nuevas formas de autoritarismo.