En abril de 2022 la inflación interanual alcanzó casi el 10%. Ya este es uno de los choques de precios más persistentes de nuestra historia económica reciente. Desde octubre del 2020, y usando la base de datos del Banco Central, podemos ver la variación de precios por artículos, que es lo que al final la gente siente cuando va a comprar, en lugar de hablar de cifras macroeconómicas.

En este periodo el limón agrio ha aumentado un 93% (¡o sea, si usted le gusta la limonada ahora solo para obtener limones debe gastar el doble!); el aguacate ha aumentado 74%, los aceites y la carne de res han aumentado un 50%;  la carne de cerdo 38%; el arenque y el pollo, 34%; y el pan de agua, 29%. Estos son algunos de los alimentos populares que más han subido de precios.

En los combustibles la historia no es muy diferente: el gasoil ha aumentado 52%, la gasolina premium un 42% y la gasolina regular un 39%. Y estos aumentos han ocurrido a pesar de que el Gobierno ha destinado miles de millones de pesos en subsidios para evitar alzas mayores. De hecho, fácilmente se puede calcular que, de no haber sido por los subsidios, la inflación interanual estaría en un rango de 12% a 15%.

Eso sí, al Gobierno no se le puede acusar de no tomar medidas difíciles. En esta coyuntura el precio de la electricidad, reportado por el Banco Central, ha aumentado 32%, la recogida de basura, 31%; y la renovación de la licencia de conducir, un 73%. Es decir, se han aumentado los precios de servicios públicos que tenían años que no se tocaban, algunos de ellos con un peso importante para el cálculo de la inflación, como es el caso de la tarifa eléctrica.

¿Y por qué ha pasado todo esto? Es fácil criticar, pero veamos lo que ha enfrentado el país desde octubre del 2020: Los precios internacionales de la soya, el maíz y el trigo prácticamente se han duplicado. El gas natural, el petróleo y los fertilizantes se han triplicado, mientras el precio del carbón ahora es seis veces mayor. El precio de los fletes a nivel internacional ha fluctuado este año a un nivel que está entre tres y cinco veces el precio observado antes de esta crisis inflacionaria.

Imagínense un productor de pollo: el maíz y la soya representan casi el 80% del costo de los insumos. Ahora además tiene que gastar mucho más en transporte, combustibles, electricidad, mano de obra y en cualquier otro insumo.

El sector de la construcción, que es el más dinámico de la economía, está particularmente afectado por esta crisis de precios. La Oficina Nacional de Estadística publica un índice de costos directos de construcción de viviendas, el cual ha promediado un 14% de inflación en el último año y medio. El sector ha sido fuertemente afectado no solo por los costos de la energía, sino por el aumento de insumos como madera, cemento, acero y agregados, por citar algunos, los cuales en algunos casos han tenido aumentos superiores al 50%.

Por supuesto nada de esto puede haber pasado sin un empuje monetario, el cual fue más que necesario durante la pandemia para ayudar a las economías a salir del atolladero. Y sin dinero no hay inflación, aunque algunos economistas erróneamente pensaron que esa relación ya no existía.

La cantidad de dinero en circulación se expandió a niveles sin precedentes en el mundo entero. Y esto, junto a una política fiscal expansiva, permitió una espectacular recuperación de la economía mundial en el año 2021.

Claro, nadie había calculado que a esto se iban a añadir los problemas de las cadenas de suministro, el aumento de los fletes, la política de cero COVID de China que afecta los mercados mundiales, la invasión de Ucrania y numerosos otros eventos que han impactado los precios a niveles tan preocupantes que en el caso de los alimentos se teme que puedan derivar en hambrunas en algunas regiones vulnerables.

Mientras tanto, el Gobierno tendrá que seguir dando subsidios. Y por el lado monetario, el Banco Central tendrá que seguir calibrando su política. Traducción: continuará retirando liquidez y aumentando las tasas de interés tratando de evitar una recesión en el camino. Todo esto es muy fácil de abordar desde las gradas con distintos enfoques y recetas, pero lo que está claro es que la culpa de lo que está pasando no es de los limones ni de los aguacates.