La culpa, esa emoción tan poderosa, es un arma eficaz para limitar el vuelo de las mujeres. La culpa inmoviliza, frena, detiene. Es una cadena invisible que ahoga el desarrollo personal, profesional y social de las féminas.

Desde la infancia, a las niñas se les enseña a priorizar las necesidades de los demás antes que las propias. Esta lección, impregnada de normas culturales y religiosas que glorifican el sacrificio como virtud femenina, se traduce en un mandato: servir, obedecer y callar. Y cuando una mujer osa desafiar estas reglas, la culpa aparece como un muro invisible, una voz interna que cuestiona cada decisión. El desarrollo moral femenino, moldeado para ser responsable hacia los demás, las hace vulnerables al látigo de la culpa al sentir que han fallado en cumplir obligaciones impuestas.

La maternidad, quizás, es el terreno más fértil para cultivar la culpa. Las madres trabajadoras, atrapadas entre sus aspiraciones y los mandatos que exigen devoción exclusiva a sus hijos e hijas, son empujadas a abandonar carreras y sueños.  Las mujeres enfrentan niveles alarmantes de culpa y estrés al intentar equilibrar dos mundos que la sociedad aún percibe como incompatibles.

En el ámbito laboral, el peso de la culpa sigue silenciando. Las mujeres, muchas veces, se subestiman y evitan tomar riesgos por miedo a fallar y cargar con la culpa de no cumplir las expectativas. Así, el patriarcado perpetúa la brecha de género en liderazgo y salario.

La culpa es una fuente de deterioro de la salud mental. Niveles crónicos de culpa están asociados con trastornos como ansiedad y depresión. Esto crea un ciclo en el que la inmovilización inducida por la culpa refuerza el malestar emocional, dificultando aún más la acción.

En relaciones de violencia, la culpa es un grillete más. Muchas mujeres, atrapadas en dinámicas abusivas, sienten que abandonar a sus agresores sería un fracaso, un abandono de su rol de cuidadoras o salvadoras. Este sentimiento, profundamente arraigado, es una de las razones por las que tantas sobrevivientes no abandonan a su pareja agresora.

La culpabilidad es una herramienta de control social, un recurso del patriarcado para perpetuar desigualdades y silenciar voces. Reconocer cómo la culpabilidad opera es el primer paso hacia la emancipación, hacia la liberación de roles impuestos que limitan.

¿Hasta cuándo seguiremos cargando con un peso que no nos pertenece? Desde que Eva ofreció aquella manzana a Adán, la culpa de los males del mundo ha descansado sobre los hombros de las mujeres.