El problema del círculo social dominicano son los múltiples obstáculos dejados en suspenso. El más notorio de ellos, -en medio de yolas de `cuerpos y almas´ en fuga, así como de ciudadanos de todos los estratos y edades buscando visas para un sueño-, son las narrativas que inspiran expectativas desmedidas y camuflan la realidad social del pueblo y de la sociedad dominicana.

La cuestión es compleja.

Si inicio hurgando desde el principio, tardaría una eternidad enredado en los vericuetos del tiempo. Desde el hecho de que la madre patria ni nos reconoce, luego de tantos siglos coloniales de miseria y abandono, a menos que sean revestidos de visa de entrada, hasta un presente en el que nos cuenta de todo, incluyendo ilusiones acerca de un Nueva York chiquito y otras tantas linduras.

En blanco y negro, la pregunta sobre el fundamento de las narrativas contrarias es de carpeta. Dado el significativo y reconocido crecimiento dominicano, ¿cómo es posible la coexistencia de, tanto éxito bien avalado por los datos, así como percepciones de frustración y desilusión? Los datos están a la vista de quien sepa leerlos, -e interpretarlos. Transcribo algunos.

En el año 2023, la pobreza monetaria en el país disminuyó, del 27.7% en 2022, al 23% y, la pobreza extrema también se redujo del 3.8%, en 2022, al 3.2 %, en 2023.

Al mismo tiempo, durante los últimos 50 años, la economía que más ha crecido en nuestro continente es la dominicana. Expertos locales advierten la estabilidad de precios, con inflación por debajo del 4% y con devaluación que no supera esa proporción, a la vez que empresas calificadoras de riesgos como Moody’s, Standard & Poor’s, Fitch y otras entidades como J. P. Morgan, elogian nuestra economía. Sigue llegando la inversión extranjera y, cuantas veces el gobierno acude al mercado para emitir bonos soberanos, “los compradores se ponen en fila y su demanda excede los bonos que queremos emitir”.

Quizás más significativo, en términos democráticos y de justicia social. El índice de desarrollo humano del país habla por sí solo. Sigue mejorando. República Dominicana mantiene un nivel de desarrollo humano alto, ubicándose en la posición 82 de 193 países, de acuerdo al Informe de desarrollo humano (IDH) 2023/24, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), titulado `Rompiendo el estancamiento: reimaginando la cooperación en un mundo polarizado´”. A pesar de asimetrías territoriales, el informe destaca que, desde 1990, año en que se inició el primer informe, “el país muestra un progreso constante en diversas dimensiones evaluadas, como educación, salud e ingresos”.

¿Conclusión…? Salta a la vista un progreso positivo en la mejora de las condiciones económicas generales de la población, en viva contraposición a dichos “cuerpos y almas” desilusionados, descontentos y en fuga. Estas parecen resentir que “la distribución del ingreso apenas ha mejorado” a favor de ellas, la ausencia de oportunidades laborales, la inflación y esos salarios cetrinos que en poco contribuyen a su bienestar, en medio de “la decreciente  participación del ingreso de los trabajadores en el PIB” del país

De ahí, no solo lo eufemístico de la narrativa del crecimiento (económico) dominicano, sino de sus urticantes limitantes, tales como niveles de informalidad, índices de salud, analfabetismo, informalidad, administración de justicia y, cómo olvidar, horizontes de educación solo próximos a los del conglomerado social siamés limítrofe al país y tan alejados de cualquiera en las pruebas de Pisa -esto último a pesar, o debido a las inversiones realizadas últimamente gracias al 4% para la educación en `varilla y cemento´-, por lo que en conjunto y en buen dominicano estamos bien `feos para la foto´.

Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol. Se trata del mismo escepticismo que hizo mella en la formación consciente de nuestros progenitores: abandonados abandonados por la metrópolis por siglos a la miseria del `primum vivere, deinde est philosophare´. Leo, copio y coincido ahora, desde el cristal de la equidad social, que “hemos tenido mucho crecimiento, pero la distribución del ingreso apenas ha mejorado”.

Y, por tanto, a propósito de la narrativa del creciente bienestar dominicano, finalizo que se requieren con urgencia, desde la reforma tributaria, la de sectores eléctrico, de la educación y de la seguridad social, hasta la del sector de salud, la del Código Laboral y la justicia, -para no evocar todas las demás. Pero atención, eso así porque, si seguimos conduciendo a la República Dominicana y sus instituciones, tal y como nos conducimos en la vía pública, en breve seremos una nueva víctima del infernal tráfico de influencias y desorden dominicanos; tan endemoniado, que llevan a “mi otro yo” al borde de la esquizofrenia -incluso- colectiva.

Cualquier explicación que pretenda convencernos de que podremos seguir progresando económicamente con un status quo tan retrógrado como el actual clientelar y `oligopolista´, no es fruto de una mala concepción estructuralista de la dualidad de la sociedad dominicana dividida en dos, -pues esa es su apariencia, a modo de fiebre en una sabana sudada-, sino pura falacia mendaz e interesada de quien o de quienes lo sustenten y se beneficien de las circunstancias en la plaza pública. Sean estos decisores económicos y/o, sobre todo, figuras políticas.