Históricamente, las relaciones entre Haití y la República Dominicana, han afectado de diversas maneras las opiniones, relatos y discursos de los intelectuales dominicanos. En la actual coyuntura no ha sido diferente. Frente a la profundización de la crisis haitiana, debido, entre otras cosas, al asesinato del presidente Jovenel Moise, la prolongada crisis económica e institucional de la nación haitiana y, el aumento de los fuertes flujos migratorios hacia el territorio dominicano, se ha producido una fuerte división y diferenciación en el campo intelectual dominicano.
En el actual contexto sociopolítico dominicano, de un capitalismo global, de incremento de las desigualdades sociales y precariedades laborales, de fuerte flujo migratorio, de relativa pérdida de autonomía del Estado-nación y, de auge de los nacionalismos, se ha producido una fuerte división en la cultura intelectual dominicana en relación a la cuestión haitiana.
En ese sentido, de manera muy general, se pueden distinguir tres posiciones en relación a la crisis haitiana: La primera, anti-haitiana, asociada al discurso histórico-nacionalista que heredamos de la era de Trujillo-Balaguer, pero que, en la actualidad se expresa con algunas variantes. La segunda posición: pro-haitiana, vinculada a un discurso político, anti-imperialista y el reconocimiento de la soberanía y la libre autodeterminación del pueblo haitiano y, una tercera posición, caracterizada por un discurso social que, procura destacar las condiciones socioeconómicas de extremas pobreza del pueblo haitiano y el reconocimiento de los derechos humanos de los inmigrantes y descendientes de origen haitianos.
De manera muy evidente, la primera posición recurre al relato histórico, a la tradición intelectual, a la historia oficial, como fuente de legitimación, para poner en evidencia el peligro de la presencia haitiana en el territorio dominicano. En ese sentido, sus relatos y argumentos recurren a las fechas y efemérides patrias, a las luchas históricas de los héroes dominicanos por la independencia en contra del ejército haitiano.
En el marco de esta tradición intelectual, se presentan las posiciones, relatos y discursos históricos de los intelectuales, como si fuera la realidad, el ADN de los dominicanos, donde, en muchos casos, se obvia mencionar las transformaciones y cambios permanentemente que experimenta la sociedad haitiana como la dominicana. Esta estrategia discursiva, apela al poder del Estado para garantizar una frontera segura, la expulsión de los inmigrantes del territorio dominicano y, la unidad de la nación dominicana. Es, en cierta medida, el discurso oficial del Estado dominicano.
La segunda posición que, se ha puesto en evidencia, en relación con la crisis haitiana, nos viene del discurso político de izquierda, se trata de apoyar y reconocer las luchas del pueblo haitiano a su libre autodeterminación, en contra de la explotación capitalista y la intervención de los imperios europeos y norteamericano. En el marco de esta estrategia discursiva, se retoma las luchas de clases en contra de la clase gobernante haitiana y el discurso del anti-imperialismo norteamericano.
La tercera posición, muy cercana al discurso social y de los derechos humanos, se trata de reconocer las actuales condiciones socioeconómicas de pobreza, desigualdad y exclusión social en las que viven la mayoría de los descendientes de origen haitiana en el territorio dominicano. Su condición de manos de obra barata, explotada, sin derechos sociales, ni laborales. En ese sentido, la narrativa se desplaza desde los relatos y textos históricos, al estudio de la realidad socioeconómica del pueblo y los inmigrantes de origen haitiano.
Estas tres posiciones ideales, en relación a la crisis haitiana, han puesto en evidencia el fuerte proceso de división y diferenciación que caracteriza la cultura intelectual dominicana.
Por tanto, de la misma manera que, no se puede hablar de homogeneidad en la cultura intelectual dominicana, tampoco se puede pensar que haya unanimidad en los intelectuales haitianos. Analíticamente, el campo intelectual, a cualquier país que se refiera, es siempre un campo de luchas y disputas, de producción y, diferenciación de nuestras representaciones sociales. En ese sentido, no tengo duda que en la cultura haitiana existe también una fuerte división y diferenciación intelectual en relación a los dominicanos.
Sin embargo, al margen de las disputas y querellas de los intelectuales, de aquí y de allá, hay un pueblo haitiano que está atravesando una crisis social de dimensiones inconmensurables. Condiciones de extrema pobreza, hambres, de inseguridad social y ciudadana, ausencia de servicios públicos de educación y salud. ¿Frente a este drama humano, nos preguntamos qué hacer? y, aunque no tenemos respuesta, de seguro que no hay solución mirando hacia atrás, promoviendo un nacionalismo autoritario que no reconoce los derechos humanos, construyendo al otro como enemigo, fomentando el odio al extranjero y el miedo de invasión. Pues cualquier intento de solución de la crisis de parte de la comunidad internacional, comienza por reconocer a los haitianos como interlocutores válidos: a los intelectuales, la clase política, los empresarios y, los representantes de los sectores populares.