Lo que sustenta como base ética y moral a la sociedad dominicana, a pesar de estar afectada en términos de la formación en valores, por los propios cambios, que normalmente definimos como desarrollo económico, social e histórico, es la conducta ciudadana que exhibimos.

Esta conducta es el producto o resultado del aprendizaje en el hogar y en la escuela. Esa unidad (escuela y hogar) que opera de manera socialmente discreta y que no se publicita en los textos escolares ni en los discursos públicos ni privados. Ni en los grandes eventos nacionales e internacionales sobre educación nacional o preuniversitaria; tampoco es un tema a debatir o discutir en las discusiones de las universidades en la carrera de educación.

Lo que somos como ciudadanos, desde el amor profesado y practicado; desde el saludo afectuoso y cariñoso que nos cala en el alma y nos emociona cuando tratamos a quienes respetamos y queremos o en el trato formal y protocolar de las relaciones interpersonales, se lo debemos a la educación formal sistémica o informal y a la familia. Lo mismo ocurre con nuestra formación en valores éticos.

Eso que produce en nosotros un cierto nivel de elevación del espíritu y alegría, si es que realmente amamos al prójimo, como nos enseñaron en el hogar, no en la casa, pero sí en la escuela y en la iglesia, lo aprendimos en un contexto social y moral de nuestra infancia de ayer. Todo lo que sea conducta positiva derivada de la construcción de ciudadanía, habrá de provenir de esas dos fuentes esenciales para la formación de los sujetos sociales.

La enseñanza de la moral y cívica, como materia obligatoria en las escuelas dominicanas, fue sufriendo un largo proceso de degradación hasta llegar a su total desnaturalización como asignatura. Por supuesto, que esto es parte de una agenda en el currículo oculto, lo que no se ve, en el diseño curricular de la educación dominicana. Esta asignatura devino en recomendar una simple presentación de un trabajo, copiado y de mal gusto, que tratara de cualquier cosa, menos de asuntos éticos, morales y cívicos. Se convirtió en una actividad sin esfuerzo, la cual era una especie de pretexto para poner una simple nota o calificación.

El tiro de gracia se le dio a la asignatura o materia moral y cívica, en el programa de enseñanza, cuando se eliminó del currículo de la educación dominicana y la colocaron en lo que elegantemente se denominó como un eje transversal de todo el que hacer pedagógico en el programa curricular del sistema educativo dominicano. La materia moral y cívica murió de transversalización educativa.

La mayoría de las sociedades están en una crisis de valores y conflictos que amenazan a las naciones. Hoy es más necesario que nunca la formación en valores desde la niñez y la adolescencia y esto solo lo garantizan la familia y la escuela como sólidas instituciones de formación moral y cívica.