"Mi actitud no ha sido la del político ni la del escritor que, en busca del éxito y la fama, adula a sus lectores. Hay que arriesgarse a ser impopular". Octavio Paz

 

Murió Jorge Edwards, persona non grata a regímenes de fuerza. Estos tiempos, en los que ser disidente no está bien visto, nos llevan a pensar en la corneja, a menudo descrita como pájaro que irrita e irrumpe, sin pedir permiso previo. En otras palabras, un ser impertinente y sumamente inoportuno en medio del camino. Hay personalidades irreductibles que se resisten a formar parte de comparsas llenas de armonía; personas situadas al margen del círculo cerrado y asfixiante de los acuerdos. Quien asume dicha condición sabe de antemano, que al igual que la corneja, nunca va a ser recibido con agrado en la fiesta. Sabe, sin albergar duda posible, que será ubicado en un espacio distante, relegado solo a  fumadores proscritos, fuera del salón de las grandes recepciones y al margen de la luz radiante que emiten sus altos faroles.

Existen de igual modo intelectuales, pensadores, hombres de letras pertenecientes a este mismo grupo, raras avis educadamente invitadas a permanecer en una pequeña habitación contigua habilitada a tal fin. Una especie de diminuta isla rodeada de tiburones hambrientos que vigilan sus orillas, condenando a sus habitantes al  ostracismo. Ellos no ignoran que serán comentario de pasillo, erradicados del mundo de la prensa, negada su existencia en los medios y que nadie, absolutamente nadie, encontrará razón de peso que justifique hablar  públicamente acerca de ellos. Esa naturaleza peculiar y distinta que obliga a su aislamiento, es la que a ojos del buen lector va a separar definitivamente la paja del arroz, haciendo exquisita su lectura.

Es esta, no lo olvidemos, una condición que ha venido repitiéndose de modo inexorable a través de los tiempos. Nada nuevo ni desconocido para todos cuantos, a lo largo de la historia, tomaron distancia y acabaron siendo  abandonados a su suerte. Sólo ciertos individuos dotados de finísimo olfato, se adelantan y ponen de relieve aquello que aún no ha sido bendecido por una mayoría incapaz de percibir el delicado aroma de una gran obra. Y es que lograrlo requiere de una sutileza olfativa a prueba de caprichos generacionales, de una grandeza y de un enorme deseo de libertad dispuesto, incluso, a equivocarse en el veredicto. Discernir, en medio del follaje, la espiga que altanera se eleva distante de lo ya conocido y cansón de una época.

Gustavo Martín Garzo, al referirse a la poesía de Aníbal Núñez dice que fue una voz que no se plegó al discurso de su generación, de ahí su asociación con la corneja que a su vez sugirió y me dio pie para este artículo. Afirma el autor que "la corneja también representa la burla la ironía (…) Así debe ser la poesía, incómoda, crítica, llena de inesperadas disonancias, una burla del lenguaje y de sí misma, burla sobre todo de sus acólitos."

Las personalidades como Jorge Edwards no abundan, y mucho menos en períodos donde ser complaciente produce cuantiosos dividendos. Situarse en el punto equidistante del coro es arriesgado y se convierte en sinónimo de valentía. Los hombres y mujeres con voz propia, serán considerados para muchos perros solitarios, pájaros de mal agüero. Otros, por el contrario, serán capaces de reconocerles como seres construidos de una sola pieza, pertenecientes a ese reducido y selecto grupo de personas capaces de constituir, por derecho propio, una minoría que da sentido a su vida de manera digna.