En países como el nuestro, altamente politizado, donde se respira hablando, escuchando o viendo sobre situaciones políticas, seamos miembros de un partido o no, seamos apáticos con la política o activos entusiastas de analizar el contexto nacional, en tiempos de campaña, se atiza mucho más la presencia en todos los medios audiovisuales y exteriores de los rostros de políticos que buscan captar la atención de sus posibles electores.
En esta época las grandes ciudades, las que ya por historia arrastran una planificación urbana y crecimiento que en años recientes es que se ha podido ir regulando, se vuelven aún más complejas a la óptica por la contaminación visual o estética que suponen la cantidad de vallas de gran escala, letreros en los postes y paredes, letreros en techos de casas y otras clases de avisos con caras, logos y proclamas de todos los partidos, de todos los colores.
Particularmente, aunque soy parte del sistema, y probablemente contra mi voluntad pero por la presión de equipo, en una ocasión circulé mi rostro en esta clase de propaganda, me parece abusivo contra el entorno, el paisaje, el urbanismo, y hasta agresivo contra los sentidos, la sobreestimulación visual que nos invade en tiempos de campaña a todos los ciudadanos. La sobreexposición indiscriminada y sin orden, que se gesta para estas fechas, donde no hay tamaños, distribución regulada, materiales ni formas, pues todo prácticamente es válido, que vivimos al salir a las calles, viendo tantas caras y nombres, sobre todo en una precampaña donde se magnifica la cantidad de postulantes a querer ser candidatos, crea un caos que puede incrementar el estrés y generar ansiedad a los ciudadanos de a pie y a los que circulan en sus vehículos.
Si bien la publicidad en exteriores es un medio que se dirige al público en movimiento en calles y avenidas, y existen empresas responsables con su debido permiso para operar vallas de alto tránsito y mobiliario urbano en vías de circulación primarias de las grandes ciudades, es la publicidad informal desmedida la que afecta negativamente y perturba la estética de la ciudad y altera la tensión de los seres humanos, porque no podemos procesarla adecuadamente en nuestro cerebro. Son tantos los precandidatos, de tantos partidos a varias posiciones electivas, que ahora son parte de la decoración de avenidas, calles, callejones y paredes en todos los barrios sin distinción.
Ojalá como ciudadanos y como políticos, los que incurrimos en este rol con sentido del deber, hagamos un ejercicio de consciencia colectiva y reduzcamos la parafernalia propagandística visual en las calles y apostemos a otros medios en los que la gente pueda escoger vernos y/o escucharnos como la televisión, la radio, las redes sociales y otros medios digitales, los encuentros con las comunidades, y los foros de debates para que conozcan nuestra propuesta. Que la política no sea sólo el populismo de la cara más exhibida o conocida, sino que cambiemos a conocer a profundidad los perfiles, la vocación, la formación y las propuestas, eso que no se da a conocer en un cartelón.