La confianza es para los gobiernos fuente de poder y de capital político. Si un Estado goza de mayor legitimidad, aumenta su margen de maniobra y autonomía (Rojas Aravena et al., 2011, pp. 21-79).
Una de las afirmaciones más repetidas en los últimos años es que la democracia, como sistema político, cada vez es más débil. El Barómetro de las Américas, en su publicación de 2021, titulada ¨El pulso de la democracia¨, establece que solo el 43% de las personas encuestadas en toda la región se encontraban satisfechas con la democracia. En la República Dominicana, el porcentaje es un poco mayor, situándose en un 52%, pero la tendencia en relación con años anteriores es a la baja. ¿Qué explica este fenómeno? La mayoría de los analistas establecen que las desigualdades sociales en conjunto con la corrupción y la impunidad son factores determinantes en el debilitamiento de la democracia. Aunque comparto esos criterios, considero que no se ha puesto la mirada en el fenómeno central de esta problemática, entiéndase la confianza.
Podemos afirmar que desde que se introdujo la idea del contrato social en la teoría política, la confianza se constituyó en el fundamento sobre el cual toda forma de gobierno inspirada en dicha idea debe sustentarse. Esto se debe a que la confianza es aquello que posibilita todo tipo de relaciones sociales que no estén sustentadas en la fuerza. Sin confianza, tiene lugar la parálisis y la falta de cooperación. Además, otro aspecto esencial de la confianza es su naturaleza en cuanto a poder conferido. La confianza no se alcanza a través del ejercicio de la fuerza o de alguna dinámica propia del mercado. La confianza es un poder conferido que posibilita ampliar los márgenes de acción. Ese es el caso de los funcionarios e instituciones del Estado. Gozan de márgenes más amplios de acción porque el ejercicio de sus poderes está sustentado en la confianza que le ha conferido el electorado. Sin embargo, ¿qué pasa cuando dicho poder es mal utilizado?
La pérdida de confianza vuelve más estrechos los márgenes de acción y dificulta la cooperación. La democracia, como sistema político basado en las libertades y la cooperación de sus ciudadanos, es agudamente afectada cuando el electorado pierde la confianza en sus funcionarios e instituciones. Sin confianza, será difícil movilizar a los miembros de la sociedad para que trabajen en pos de lograr objetivos comunes que pudieran contribuir a incrementar el bienestar de la nación. Se pierde el compromiso civil y las contribuciones que pudieran materializarse para que lo colectivo se preserve y fortalezca se vuelven una ficción. Tampoco se puede olvidar lo difícil que es construir confianza. Perderla es mucho más fácil que alcanzarla y esto debería estar muy presente en todas las personas que integren una democracia, especialmente los funcionarios públicos.
En definitiva, la confianza es una fuente de poder y capital político fundamental. Se debe gestionar y trabajar, así como se trabajan otros indicadores. El crecimiento económico, el desarrollo humano y todas las demás áreas de la vida en sociedad son dependientes de los niveles de confianza que tengan lugar en un determinado espacio y momento. En sociedades cada vez más diversas, complejas e interconectadas por la globalización, se deben procurar dispositivos que cultiven la confianza no por vínculos religiosos o familiares, sino por la transparencia, coherencia, el respeto a la dignidad humana y al contrato social. Es muy importante analizar y criticar los sistemas de justicia, la corrupción, la impunidad y la desigualdad, pero no podemos olvidar lo que queremos alcanzar. Por lo que luchamos, vivimos en sociedad, constituimos una nación y exigimos mejoras de toda la actividad política es por la confianza. Retomemos el fin y resituemos los medios.