Hablemos claro y de una vez, en lo posible aplatanando la terminología discreta de nuestro campo científico: la Comunicación Institucional y la Gubernamental siguen en pañales en República Dominicana.
Para muchos se trata de un hecho intrascendente si se compara con las urgencias del día a día, como apagones, comida cara, servicios de salud muy caros, combustibles caros, viviendas caras, tránsito infernal, inseguridad pública, presión migratoria, servicio de agua potable precario, carreteras peligrosas, avenidas y calles inservibles.
Entendible porque tal vez por ese mismo agobio pocos logran dimensionar el impacto económico y social de tal problema, que es grande y malgasta el dinero público que usted y yo pagamos al Estado como impuestos cuando nos descuentan en las empresas donde trabajamos, compramos en el supermercado, echamos combustible al vehículo, consumimos en un restaurante, en la discoteca o en la barra, cuando nos hospedamos en un resort.
Y, como poco, enajena las mentes de la sociedad en la medida que incrementa la profusión de mentiras disfrazadas de verdades (anunciar logros falsos).
Cuando se soslaya el rigor científico en que se cimentan estas disciplinas para ponerlas a merced de la improvisación y el capricho de “gerentes estatales”, terminan caricaturizadas y muy costosas para quienes sostenemos la alcancía del Estado.
Pero no se trata ahora de montarnos en el carrito del ya viejo tirijala Gobierno-oposición sobre gastos exorbitantes en publicidad. Un pleito que data de al menos una década y solo varía el lugar de los actores políticos, que en un momento están Palacio; en otro, en la oposición. Y las sumas enrostradas en los discursos siempre han oscilado entre RD$4,000 millones y RD$9,000 millones.
La cantidad de “cuartos” no importaría si realmente la Comunicación fuese tal y caminara de la mano con la planificación situacional y con apego al mandato inevitable de su transversalidad en cada proceso institucional para que sea productiva y sirva a la sociedad.
El problema grave está en que aún hoy, salvo excepciones, la Comunicación en el Estado es asumida como algo accesorio que cualquiera puede pensar, teorizar, diseñar y ejecutar. Y las gerencias, departamentos, oficinas, o como les llamen, carecen de presupuestos puntuales para la realización de diagnósticos de verdad que permitan diseñar y ejecutar planes, programas y proyectos que contribuyan a situar positivamente a la institución en el imaginario de los públicos.
De paso, ahora como antes, abundan los funcionarios ególatras, megalómanos, engreídos a rabiar, sabelotodo que se creen expertos en estas disciplinas y, dependiendo del estado emocional con que amanezcan, disponen de millones de pesos de los contribuyentes para la elaboración de productos y montajes de actividades institucionalmente estériles, pero buenas para abonar su ego.
La ecuación: muchos gastos del tesoro público fruto del capricho, cero retorno de mejor posicionamiento e imagen para la institución estatal y el Estado mismo.
Para muchos funcionarios y funcionarias, la Comunicación se agota en que le gestionen sí o sí la presencia en periódicos, televisión y los programas de radio sin importar cuán impertinente resulte para la institución y el Estado la visibilización mediática.
Imponen sus decisiones irracionales contra viento y marea porque se excitan al verse en las páginas de los impresos (mejor si en primera, aunque la declaración no califique ni para refrito). Se derriten mirándose en los vídeos. Se ensimisman escuchándose en los audios de radio.
Al mismo tiempo mandan un mensaje al presidente de turno sobre la “gran labor” de dirección que desempeñan para mantenerse “fríos”. Medios y periodistas les son importantes mientras están frente a ellos. En privado, el más absoluto desprecio a esos “corruptos y analfabetas”.
Nada importa la dinámica interna de la institución (Comunicación Interna); mucho menos la existencia de los colaboradores y sus familias. Y con los públicos externos (Comunicación Externa), apenas atención ocasional a algunos, y como cumplido.
Bajo ese trama, muchos gastos y viajes con cargo al erario. Y dos o tres engordando la alforja.
Esa desgracia tiene solución porque en el mercado nuestro hay ya buena camada de profesionales especializados en el área que, al menos, comenzarían a desenmarañar y descontaminar ese tejido purulento de la cualquierización.
Solo falta voluntad política, integridad, ética y la comprensión de la comunicación como proceso, que no aparición en medios para enaltecer ego y aspiraciones políticas de individuos, ni gastos en piezas publicitarias alocadas, ni indicadores de desempeño falsos. Casi nada.