En septiembre de 1980, mientras gran parte de Centroamérica vivía tiempos más agitados que los actuales, Tim, un joven norteamericano estudiante de la facultad de derecho de la prestigiosa Universidad de Harvard, fue recibido como voluntario por los jesuitas que vivían en un pueblo de Honduras llamado “El Progreso”. Allí Tim vivió con los campesinos de la zona, dio clases de carpintería y soldadura en una escuela técnica y aprendió una oración, nueva para él, que se rezaba antes de comer: “Señor, da pan a quienes tienen hambre y hambre y sed de justicia a quienes tienen pan”.
Muchos años después, en una entrevista, Tim contó que, mientras andaba de pueblo en pueblo con uno de los sacerdotes, fueron invitados a comer por una familia muy pobre. A él le parecía casi abusivo aceptar el ofrecimiento, pero junto al cura aprendió que “hay que ser lo suficientemente humilde para aceptar que una familia tan pobre te regale comida”. Poco a poco, durante el tiempo que fue voluntario, Tim comprendió que si uno piensa que alguien no es capaz de dar de lo que tiene, lo despoja de su humanidad y que esa consideración resulta clave para transformar —junto con los más pobres— la sociedad.
Sus experiencias en Honduras le dieron al joven voluntario una perspectiva nueva sobre su futuro profesional. Ya como abogado, se dedicó a la defensa de los derechos civiles y progresivamente se fue integrando a la política, entendiendo que era un camino idóneo para incidir en la construcción de un mundo más justo.
He recordado mucho a Tim Kaine (elegido por primera vez a un cargo público en 1994 y en el 2013 como senador de los Estados Unidos por el estado de Virginia) mientras leía las entrevistas o veía los debates celebrados con candidatas y candidatos dominicanos a los distintos puestos para las elecciones presidenciales y congresuales del 19 de mayo próximo. Me he tomado el tiempo de escuchar sus comparecencias en los distintos programas de televisión, y de husmear en sus redes sociales, intentando enterarme de qué hacían con su tiempo y sus talentos cuando aún no se conocía su interés en los asuntos públicos. En la mayoría de los casos me he quedado sin saber cuál de los múltiples caminos posibles despertó en ellos el deseo de aspirar a un cargo público.
Quisiera pensar que una buena parte de ellos ha llegado a la política por el camino de la indignación, porque les enfada la desigualdad o porque les da rabia la manera en que los recursos naturales de nuestro país son destruidos o porque les avergüenza que seamos un país profundamente injusto. Sin embargo, tomando en cuenta que votar basados en el cumplimiento de las propuestas que ellos presentan genera más desilusión que esperanza, quienes en verdad me están entusiasmando son aquellos que han entrado a la política por la puerta de la compasión.
Compasión no es encubrir las causas de la injusticia con sentimentalismos ni abordarlas con ese aire de superioridad que asumen quienes creen que no tienen nada que aprender de los más pobres. Hablar de compasión en el contexto de la política es asumir como propia la situación de las poblaciones vulnerables y desde ahí buscar y encontrar modos de solucionarla.
No estoy diciendo nada que no hayan dicho otros antes que yo, y probablemente de mejor manera. Hace unos años, En el Reino Unido surgió un movimiento que intenta poner la compasión, la inclusión y la cooperación en el centro de la política. Ese movimiento, llamado Compassion in Politics, consiguió establecer un grupo cuyo propósito es reformar el sistema parlamentario para promover leyes fundadas en la compasión.
Imagina por un momento a la compasión en el centro de las decisiones políticas. Imagina funcionarios que sientan compasión cuando discuten soluciones a la desigualdad social. Imagina congresistas que miren las propuestas de reformas fiscales o de la ley de seguridad social desde la perspectiva de las personas más necesitadas de compasión. Imagina cuidar del medio ambiente sintiendo como propia la vida de los campesinos. Imagina también, en cada candidato o candidata, su capacidad o falta de capacidad para mirar la realidad desde los ojos de las víctimas. En ese contexto, “la compasión en política se revela como la motivación más valiente, sabia y moral para hacer frente y aliviar el sufrimiento ocasionado por los problemas actuales del ser humano” (Paul Gilbert).
Alguien ha dicho que “somos lo que hacemos de forma repetida”. Parafraseando esas palabras, podría decirse que “somos un poco aquellos por quienes votamos”. Porque en verdad votamos por personas, no por los partidos que los proponen. Por lo tanto, para las próximas elecciones del 19 de mayo conviene recordar cuáles de los candidatos han actuado con compasión por los más vulnerables, ya sea como funcionarios o desde el sector privado.
Recordar quiénes han participado activamente en esfuerzos para aliviar el sufrimiento ajeno, quiénes han sido capaces de comprender la realidad social dominicana desde la perspectiva de los que sufren y no desde el lugar de los privilegiados, nos permitirá votar por aquellos que en verdad desean construir una nación en la que se trabaje por mejorar la vida de quienes necesitan de una adecuada gestión de la cosa pública para tener acceso a salud, a educación y a una vejez digna… nos permitirá elegir a quiénes están dispuestos a dejar a un lado sus privilegios para tener un país más justo y solidario.