“Ambos se dañan a sí mismos: el que promete demasiado y el que espera demasiado.”
–Gotthold Ephraim Lessing-
En la actualidad, es común observar un fenómeno fascinante en el ámbito político y social, la aparente incoherencia de quienes ocupan posiciones de poder. Esta incoherencia, lejos de ser un simple desliz o un error, parece constituir una forma de coherencia interna, un entramado de contradicciones que, de alguna manera, se mantiene firme. La pregunta que surge es: ¿cómo es posible que aquellos que prometen una cosa y hacen otra, que dicen defender ciertos valores y luego los traicionan, puedan ser vistos como coherentes dentro de su propia incoherencia?
Los líderes políticos suelen ser maestros en el arte del discurso. En la oposición, sus palabras resuenan con fuerza, cargadas de promesas y compromisos que apelan a la esperanza del pueblo, sin embargo, al asumir el poder, muchas de estas promesas se evaporan, sustituidas por decisiones que contradicen lo que se había dicho anteriormente. Aquí es donde emerge una primera capa de coherencia, el alineamiento interno de sus acciones con una lógica que, aunque perversa, es comprensible y coherente dentro de la incoherencia pues se repite una y otra vez.
“El Populista vende logros y victorias no conseguidas y al llegar al poder sus promesas se vuelven humo”
-Luis Gabriel Carrillo Navas-
Este fenómeno puede explicarse a través de la teoría de la «coherencia práctica». Aquellos en el poder suelen priorizar la estabilidad política y el mantenimiento de su estatus sobre los ideales que promulgan. La incoherencia en sus palabras y acciones refleja una adaptación a las realidades del poder, donde el pragmatismo se impone a la ética. Así, su incoherencia no es una contradicción vacía, sino una respuesta funcional a las demandas del contexto.
Partiendo de la premisa de que la imparcialidad no existe ya que, siendo imparcial, se asume una nueva postura que se parcializa dentro de la imparcialidad, debemos analizar las características para la manipulación del sentido común. Los políticos inician sus discursos apelando a un lenguaje que resuena con las preocupaciones populares, pero rápidamente ajustan sus posturas cuando la realidad de gobernar los confronta. Este comportamiento revela una coherencia en su estrategia; saben cómo operar dentro de las expectativas y deseos de la ciudadanía, solo para revertir esas expectativas una vez en el poder.
La práctica de engañar al pueblo se convierte, así, en una estrategia deliberada. No se trata de un fallo moral, sino de un modus operandi que responde a la lógica del poder. La coherencia en este sentido reside en la capacidad de crear narrativas que, a pesar de ser opuestas a la verdad, logran mantener a la gente en un estado de ilusión o conformismo. Es decir, prometen un puente y si no hay río, prometen hacer el río y luego el puente.
«Quien fácilmente promete difícilmente cumple»
Proverbio hindú.
El ciclo de incoherencia no podría sostenerse sin la complicidad del ciudadano. La ceguera ante las contradicciones se alimenta con la esperanza de que, en algún momento, las promesas se cumplirán. Esta relación simbiótica entre gobernantes y gobernados genera un estado de pasividad en el que la incoherencia se normaliza. Así, la coherencia de los incoherentes se ve reforzada por la inacción de quienes, a pesar de estar decepcionados, eligen creer en la posibilidad de un cambio.
Los políticos con recursos económicos abundantes, contratan estrategas en marketing y expertos en comportamiento humano para diseñar discursos persuasivos, basados en estudios sobre las necesidades de las comunidades. De esta manera, logran proyectar la imagen de ser conocedores de las problemáticas locales y presentan planes de acción para sus primeros cien días. Sin embargo, tras esta fase inicial, al ganar las elecciones, suelen desaparecer durante los primeros tres años, solo para regresar con una nueva ola de promesas y compromisos.
La coherencia de los incoherentes plantea importantes preguntas sobre la naturaleza del poder y la política. Nos invita a reflexionar sobre la relación entre discurso y práctica, y a cuestionar nuestra propia responsabilidad como ciudadanos en este juego de engaños. En última instancia, la paradoja de la incoherencia nos enfrenta a la realidad de que, aunque podamos estar atrapados en un ciclo de contradicciones, es posible encontrar un camino hacia una política más auténtica, en la que la coherencia no sea una cuestión de estrategia, sino un verdadero compromiso con los valores que se defienden.
En un mundo donde la incoherencia parece ser la norma, la búsqueda de la autenticidad y la coherencia se convierte en un acto de resistencia y transformación.