En el estudio El empleo en la base del modelo social: edad, sexo y territorio, Pau Miret Gamundi, sociólogo y demógrafo investigador del Centre d’Estudis Demográfics de Barcelona, buscó, desde una perspectiva evolutiva y al futuro, utilizando las proyecciones oficiales de población del Instituto Nacional de Estadística (INE) y datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) de España, comprobar la veracidad de la tesis del discurso recurrente que sostiene que la baja fecundidad y el envejecimiento son las causas de la insostenibilidad del sistema contributivo de pensiones en España.
Como premisa teórica de inicio Miret plantea que tanto las diferencias en el patrón de ocupación por género como el comportamiento por edad de la actividad laboral –según él “enmascarado este por el fantasma del envejecimiento, mediante el indicador conocido como «relación de dependencia»”- se fundamentan ideológicamente en el modelo tradicional y conservador de división del trabajo en el que la institución familiar es el sustento económico y la fuente de cuidado o bienestar de sus miembros y se asigna a las mujeres los roles de cuidado de la familia y a los hombres la búsqueda a través del empleo de los recursos que aseguren la subsistencia.
Impugnando el concepto de «relación de dependencia» porque a su juicio está “completamente disociado del mercado laboral, tienen un efecto social sumamente ambiguo, pero no supone por sí mismo ninguna ventaja ni desventaja”, el autor del estudio cuestiona la validez de este indicador, pues está basado -al igual que otros indicadores- únicamente en una concepción fija de la trayectoria laboral asociada a una edad ordinaria de jubilación en un momento dado, sin tener en cuenta a que edad se produce la inserción laboral o el abandono ni la duración de los periodos de actividad laboral.
Observando que, de acuerdo con la estimación del INE, para 2025 la población mayor de 70 años (edad a la que la que la actividad laboral es casi nula) será igual a la de menores de 16 años (edad de inicio de la vida laboral), pregunta Miret si esta situación demográfica debería esto ser motivo de “preocupación y desasosiego” y en qué medida la caída de la natalidad afecta o afectara a corto o mediano plazo la población económicamente activa en relación al trabajo remunerado, cuestión que constituye a su juicio “el nudo gordiano de la dependencia laboral, pues se trata de compensar, por un lado, la caída de la natalidad (y en consecuencia, la escasez de nuevas incorporaciones potenciales al mercado laboral) y la extensión de la longevidad con, por otro lado, la prolongación de la vida o biografía laboral activa efectiva en general, es decir, entre la juventud (iniciando lo más temprano posible), la población adulta (manteniéndola en pleno empleo) y la más mayor, retardando su salida del mercado laboral. Y, por otro lado, incorporando a colectivos como los inmigrantes y las mujeres”.
Otro hallazgo importante del estudio es que debido a la incorporación de inmigrantes y mujeres al mercado de trabajo, la población adulta potencialmente activa tuvo su mayor volumen en el momento de la explosión de la última gran recesión económica y se ha mantenido hasta hoy día: unos 33 millones y medio de personas entre 16 y 70 años, 10 millones más que lo que había en los años 70, lo cual se considera “un enorme potencial que,…no siempre se destina a tal fin en su totalidad, ya fuere porque no se considera necesario, o no se permite o se desea aprovechar”, potencialidad que de hecho solo se ha utilizado en periodos de prosperidad económica.
Observando las proyecciones del INE de la población de 16 a 70 años para 2040 y 2100 que indican que esta se mantendrá en cerca de 30 millones en dicho periodo, Miret sostiene que en ese volumen de población no está el problema y “quien sabe sí en él se encuentra la solución”.
Para examinar esto, en lugar de la «relación de dependencia» (demográfica o etaria) a secas Miret utiliza el indicador relación de dependencia laboral, el cociente o razón de la población de 16 años ocupada con trabajo remunerado entre la población de igual edad que no está ocupada, encontrando dos aumentos vertiginosos de la tasa de dependencia laboral a mediados de los años 80 y de los 90, pero que bajaron a partir de la última crisis -contrario a lo que se esperaba-, hasta que a mediados de la primera década del siglo XXI cayó por debajo de 1a unidad. Pero a partir de 2008 con la crisis económica de finales de ese año volvió a aumentar hasta alcanzar 1.3 a finales de 2012.
Como resultado de una política monetaria del Banco Central Europeo que garantizó la estabilidad y permanencia del Euro, esta tendencia a la baja y por debajo de la unidad se mantuvo desde 2012 hasta la fecha hoy: menos de una persona (0.95) de 16 años y mas no empleada por cada una que si lo está. Pese a esta evidencia, se queja el autor que “el envejecimiento ataca de nuevo, y sigue ofuscando el debate sobre las pensiones sin una clara base científica y ni siquiera técnica”, formulando la siguiente pregunta: ¿Cómo se solucionaron las “amenazas del envejecimiento” en la tasa de empleo entre 1996 y 2007?
Estandarizando la relación de dependencia laboral, es decir manteniendo constante la estructura por edad de la población, encontró que la dependencia no se modifica de manera significativa, concluyendo que la estructura por edad no fue ni es ahora la causa de la actual situación de la dependencia laboral; que los ciclos en la relación de dependencia no se debieron a envejecimiento de la población, “sino a las circunstancias de la coyuntura económica o de las pautas de relación con el mercado de trabajo”.
Contrario al relato oficial, el estudio encontró que el factor que ha actuado como catalizador en principio y más adelante como potenciador para que en periodos de auge de la economía se haya logrado un descenso sostenido de la dependencia laboral ha sido la masiva y exitosa incorporación de las mujeres al mercado laboral, que hizo caer la relación de masculinidad laboral desde fines de los años 80 hasta la segunda década del siglo XXI –solo interrumpida por la crisis económica de 1992- de 27 hombres a sólo 13 por cada 10 mujeres, logrando bajar la dependencia a niveles “que harían inaudible cualquier queja sobre el envejecimiento de la población” y no atentaría contra el Estado de bienestar. Al caer la dependencia laboral el patrón laboral que garantizaba la sostenibilidad de la seguridad social tuvo que ver en su patrón etario con la mejora en la ocupación de la población entre 18 y 65 años, y no con el rejuvenecimiento de la estructura por edad ni con la prolongación de la vida laboral más allá de los 65 años.
Por el contrario, el aumento de la relación de dependencia laboral entre finales de 2008 y mediados de 2013 se fundamentó en lo denomina “el sufrimiento de la juventud”, pues la dependencia laboral entre la población menor de 30 años se incrementó considerablemente, y en cambio se mantuvo la dependencia entre la mayor de esta edad, por lo que se verificó una extensión de la vida laboral.
En general, concluye, no fue el envejecimiento lo que condujo a mínimas valores de la relación de dependencia laboral, sino la abundancia de empleos demandados. La sostenibilidad del sistema actual de pensiones dependió, depende y todo parece indicar que dependerá en realidad, de un mercado laboral que demande empleo a todo el potencial demográfico de la oferta laboral. Lo del envejecimiento “es una cortina de humo para no atacar el problema subyacente al sostenimiento del estado de bienestar: el reparto del trabajo remunerado para que la obtención de rentas provenientes del empleo y los derechos concomitantes este mejor equilibrada en las sociedades de las distintas regiones y nacionalidades”.
El envejecimiento de la población ha tenido muy poco que ver con las tensiones en la dependencia laboral. Debido a la caída de la relación de masculinidad producida por la masiva incorporación de las mujeres al mercado de trabajo remunerado, la relación de dependencia nunca ha sido tan baja como en la actualidad, la que no se ha conseguido forzando la legislación para que la retirada laboral sea mas tardía.
La dependencia laboral ha aumentado en momentos de recesión económica a causa del incremento del desempleo, pero a partir de mediados de los años 90 hasta la crisis de 2008 inicio el descenso, al que no contribuyo ningún componente etario, sino la masiva inserción laboral de las mujeres, que ha conducido a resolver las tensiones que se hubieran producido sobre el sistema público de transmisión de recursos desde las contribuciones laborales a las pensiones y prestaciones de desempleo.
La incorporación de las mujeres al mercado laboral parece ser un proceso imparable, a pesar de la persistencia de cierta desigualdad en edades adultas, tal vez debida a la resistencia del hombre a insertarse igual y masivamente en trabajos de cuidado familiar no remunerados.
Finalmente, recalca Miret que “fiar la sostenibilidad del sistema de seguridad social a prolongar la vida laboral para luchar contra un supuesto envejecimiento, que se considera causa del colapso, resulta completamente ineficaz tanto a corto como a largo término”. “El edadismo se presenta en sociedad española de manera contundente, y la emponzoña de una u otra manera para que la cada vez más joven población de alrededor de 60 años abandone presta el mercado de trabajo, con la connivencia e incluso la instigación del sistema público de pensiones”.