Durante los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, a un paso de la caída del Muro de Berlín, muchos años antes del ataque a las Torres Gemelas, Mario Melvin Soto lanzaba, y nosotros asistíamos (por la magia de las pantallas gigantes y el cable), a los esperados juegos de Joaquín Andújar y a los augurados batazos de George Bell. “Uno de esos es mi jugador”, decía uno. “Yo era de Toronto”, decía otro. Otro aclaraba: “Joaquín Andújar fue un gran lanzador”. Eran años estratégicos, no cabe duda. “Como hoy, encendíamos la tele para ver los juegos”, me contaba un amigo.

Que yo sepa, solo yo he indicado que hay una larga historia de los establecimientos nocturnos que ponían el béisbol en grandes pantallas. En todos estos años, nuestros escritores se han dedicado a otros temas, no menos interesantes. Podríamos escribir un libro sobre ello. La gente entraba allí, hacía sus apuestas, se sentaba y bebía. Después de todos estos años, sería bueno saber cuál era la bebida más pedida en estos lugares: cerveza o ron. Particularmente, era un lugar para hombres. Y la noche avanzaba entre tragos, exclamaciones y vítores en cada hit (debo decir que esto ocurre también en el presente). ¿Cómo olvidar a Don Mattingly (Evansville, Indiana, 62 años), y la bien entrenada fanaticada de los Yankees? Conozco gente que tiene una gran memoria para los numeritos. Hoy vivimos en la era de los súper números.

Cada día, los estadios se abarrotan de gente. Por el WhatsApp, nos envían fotos desde los estadios norteamericanos: “estamos aquí ahora, en los bleachers”. “Te enviaremos algunos mensajes con fotos”.

Muchos años después, recordamos la época de Freddy Mondesí y Jorgito Bournigal en Lucky Seven en el aire (en la cédula Mondesí tenía escrito como oficio Liceísta). Muchos años antes, mi hermano ponía la voz de Jorgito Bournigal a las siete de la mañana. Era una manera interesante de comenzar el día: la recopilación de data, las jugadas y los próximos partidos. Desde ese momento, entendí que el béisbol era cierto tipo de suceso extraordinario: no diré que el cherry de la vida (Coca Cola es la chispa), pero sí un buen compañero. Debo confesar que yo oía los juegos en un radito que no sé dónde fue comprado. Eran los tiempos mágicos de las Grandes Ligas: tiempos de Herzog, de Saberhagen (HOF, dos Cy Young y Era en 1985 de 2.87 y Era de 2.16 en 1989), de Gooden, de Valenzuela. La historia sucedía mientras en la avenida México de Santo Domingo, hablaba en inglés con mi primito Cristopher Kesting que era un gran fan de su equipo, los Orioles. Desde esa época, heredo ese equipo entre mis favoritos.

No es lo mismo ir a un estadio del béisbol de las Mayores que ir al Tetelo Vargas. Con un trago en la mano, una persona nos asegura: “En el béisbol local, como en la gran carpa, lo obvio es tener un equipo para ir a gritarle”. “Tengo más de uno”, decía otro. “Decídete porque el torneo solo lo gana uno”, le respondía otro sin acritud.

A fin de cuentas, nunca sabes quién ganará cuando comienza el partido. Con un notable coraje que todos ven, los apostadores esperan por los batazos, los hits y los outs. Como en el box (o las elecciones del 2024), solo la noche dirá quién ganó y si podrás cobrar con la sensación de haber tomado Cartago.