¡La chichigua estaba ahí todavía! Nadie la había comprado. Simón corría a la esquina de su casa para verla cada vez que llegaba del Colegio, a las 2 de la tarde. Su papá le había prometido comprarla. A Simón le tocaba ahorrar treinta pesos. Mientras tanto, Simón iba planificando todo. Tenía guardado un rollo de gangorra. Había pertenecido a su primo, el joven médico, que hacía años ya no volaba chichiguas. Simón tenía escogido el punto del Mirador donde la iba a volar. Su chichigua no moriría crucificada en los crueles cables de la Compañía Dominicana de Electricidad. A las chichiguas las entierran en el cielo.

La chichigua era la mayor que Simón jamás hubiera visto en sus 9 años.

La encontró un viernes. Simón amaba los viernes. Ese día, después de llegar del Colegio, se quitaba el uniforme, almorzaba y luego se reunía con su amigo Benjamín. Fue Benjamín quien le dijo a Simón: Esa chichigua es grande. Debe llevar una cola que pese mucho. Así volará serenita. La chichigua sin cola se aloca y da vueltas y vueltas, luego se rompe y se va en banda.

-Irse en banda !¡Eso no me pasa a mí! — Había gritado Simón.

De una vez se puso a fabricar la cola. Buscó y requete buscó qué poner en la punta de la cola. Por fin su hermano le regalo una camiseta blanca con un roto en la manga derecha y un letrero que decía: “Cambie este mundo egoísta. ¡Empiece conmigo!”

El viernes antes de Semana Santa a las 3 de la tarde, Simón fue en procesión con su papá y Benjamín a comprarla. Enseguida acostaron la chichigua al frente de la casa. La sujetaban su papá y Benjamín mientras Simón operaba con manos expertas, amarrándole la cola y la gangorra y desenredando los vientos.

Toda la cola estaba extendida y en la punta, la camiseta blanca bien amarrada. Simón iba de un lado a otro, apurado por montarlo todo en el carro. Fue entonces que pasó por la acera el limpiabotas.

-Va a ¿limpiá?

– No!, respondieron todos a coro, sin ni siquiera mirarlo.

Aquel limpiabotas con la cajita y la lata sólo miró a Simón, como si supiera que Simón era el jefe de esa operación y le pidió: –Muchachito, regálame esa camiseta blanca, de la cola de tú chichigua-.

Simón no era mala persona, pero durante las últimas semanas sólo soñaba con este momento.  El limpiabotas mismo parecía una chichigua que volaba por la tierra con el viento seco de cuaresma a su espalda. Caminaba lento, con la firmeza de la gente pobre, balanceando el peso de la caja y de la lata como si fuera una cruz. Vestía una camiseta que había sido roja. El sol se iba con él y jugaba dentro de la lata azul de leche.

El vuelo de la chichigua los hizo olvidarse de todo. Pasaron las horas. Era casi de noche cuando empezaron a volarla más alto. Le daban gangorra y gangorra. De pronto Simón pego un grito, ¡la gangorra del primo estaba cortada! ¿Quién iba a pensar en eso?

Primero la chichigua se fue elevando lentamente. Luego voló como un rayo, cruzó en banda la zona de Herrera y se perdió huyendo, como si fuera una yola de ilegales por el cielo. La noche se tragó a la chichigua y a Simón.

Estuvo triste varios días y eso que era Semana Santa. En la iglesia, el Viernes Santo, Simón todavía encumbraba la chichigua en su pensamiento. En eso se fijó que, junto al altar, había colocada una cruz desnuda. De sus brazos colgaba un lienzo blanco. De repente, en vez de la cruz enorme, a Simón le parecía estar mirando los pendones de su chichigua. El lienzo le lucía igualito a la camiseta blanca que no quiso darle al limpiabotas. En su banco y sin que lo vieran, Simón se secó las lágrimas. Regresó a su casa como mango después de aguacero: sacudido, pero goteando paz.

El Domingo, muy de mañana, cuando salían para la misa de Pascua de resurrección, ¡qué sorpresa! En la acera estaba su chichigua enorme de pie. Detrás la sujetaba con los brazos abiertos en cruz, el limpiabotas. Llevaba puesta la camiseta blanca. El sol se le salía por el roto de la manga y en la cola de la chichigua todavía estaba amarrada su vieja camiseta.

Simón se acercó y tomó la chichigua. La acostó en la grama. No le dijo nada. Todo fue tan rápido que el limpiabotas todavía tenia los brazos abiertos cuando Simón le dio un abrazo agradecido. El limpiabotas le conto: -Estaba enredada en la mata de limoncillo de mi barrio.

La camiseta le quedaba a la medida al limpiabotas.

El papa y la mama de Simón decidieron asistir a la misa a las siete de la noche. – Ahora vamos a llevar a nuestro amigo hasta su casa.

Desde ese Domingo, el papa ha comenzado a conversar con Simón acerca de los pobres. Las chichiguas tienen su cola; las sociedades también. Simón ha seguido volando chichigua con más fiebre, pero ya no se fija tanto en el papel ni en los flecos. Ahora cada vez que mira los pendones piensa en la cruz, se recuerda del limpiabotas y del abrazo de hermano, chichigua y sol de aquella mañana de Pascua.

Un ayuda para compartir el cuento.

  1. Cada uno cuenta lo que recuerda del cuento.
  2. ¿Quién necesitaba más la camiseta, Simón o el limpiabotas? ¿Por qué?
  3. ¿Por qué dice el cuento que “la noche se tragó a Simón”?
  4. ¿Por qué Simón abrazó al limpiabotas?
  5. Después de la Pascua, ¿qué recordaba Simón cuando miraba su chichigua?
  6. ¿Cómo entiendes el lema que llevaba impreso la camiseta?
  7. Si has leído los evangelios, ¿a quién se te parece el limpiabotas? ¿Por qué?
  8. ¿Qué otras lecciones, te enseña el cuento? Aquí puedes comentar otros detalles del cuento que te impresionaron especialmente.