Nuestro juicio anterior reconoce los obstáculos de toda política parasitaria y desajustada, comprometida con las economías provenientes de la sociedad altocapitalista y cuyos objetivos apuntan a los contratos forzosos con la maquinaria opresora del FMI y sus posteriores efectos delimitadores. La distribución de mensajes y valores que dependen de las determinaciones político-económicas rearticulan los procesos de dependencia intergubernamentales.

Motivadora de una pragmática histórico-política, la práctica ideológica vigente enuncia la idealidad comprometida donde la dialéctica histórica se convierte en una estrategia económica y política fundada en la interacción y los efectos producidos por los lenguajes sociales y de contra-productividad. Se trata de alienar y tergiversar los reclamos reales de los sujetos sociales en la visión de un  mascarón político dominante.

La dialéctica llamada social participa de la improvisación de léxicos y enunciados que tienen su compromiso en determinados tipos de comprensión que se dan en la historia social de estos últimos veinte años. Hablamos de las negociaciones políticas, la unidad de “bocinas” electorales, la preparación y el bulto llamado bienestar común, el engaño y el embuste “socioeconómico”, en tanto que falsa pantalla y “fiebre” grotesca para alcanzar el anhelado poder gubernamental en los próximos comicios.

Argumentaciones y contra-argumentaciones en el plano de las diversas burocracias nacionales regidas por el núcleo burocrático del Estado pronuncian, sin embargo, los desacuerdos al interior del mismo foro estatal, propendiendo como muy bien ha mostrado Razwick (Utopía, Poder, Estado F.C.E., México, 1998), a una desarticulación de juicios políticos desde el Estado mismo.

Los escritos políticos y polémicos de los últimos años y principalmente aquellos que tienen el sello de sus actores y que refieren a una actividad política electoral y jurídica expresada en sus llamados clientelistas y populistas, sitúan el fenómeno de lo político-institucional y lo político-indagatorio, revelando la decadencia y el desmoronamiento de la ideología “triunfalista”, así como el revés de la democracia neocapitalista en el espesor de la posmodernidad. Cinismo versus sujeto, cinismo pronunciado mediante una “razón cínica”, como diría Peter Sloterdijk, en su Crítica de la razón cínica (2006, trad. española en Ed. Siruela).

La máscara política, así como el eje de esta formación ideológica es la concertación y el diálogo “difusionista” y falsificador, como anteriormente hemos señalado, cuyo escenario es la pugna política y el ambiente electoral nacional, a través de los cuales se esconde una nebulosa de signos y sujetos oprimidos, pero a la vez, un maremagnum de opiniones controversiales y parasitarias. Asistimos en verdad, a “la miseria de la razón política” y a la crisis de las ideologías neoliberales en acción.

La repetición es el concepto de gobernabilidad, la política histórica del signo ideológico, afirmándose en un solo impulso en la propiedad del poder; la gestualidad represiva en el marco institucional y el mantenimiento de las instituciones llamadas “democráticas” que sobreviven en la interacción política nacional. Es ahí donde surge el sentimiento antiético de la normatividad jurídico-nacional pretendiendo, sus actores y representantes, imponer la subjetividad abrumadora de sus intereses particulares. Pero la conciencia crítica no sufre el desmantelamiento ideológico, a través del aparato represivo, a no ser que una traición de principios, como es el caso de la ideología neoliberal, que a fuerzas de tanto persistir en sus intereses de poder, sucumbe en el proceso de concertación y diálogo por la ausencia de tópicos  y soluciones reales.

El amaneramiento y las estrategias de los cuerpos ideológicos estatales crean las nebulosas y las oscuridades del sentido social, desarticulando la representación política precisamente en el contexto de una actuación que pierde su eficacia significativa en el proceso de construcción de nuevas realidades y ritmos sociales. Pero el amaneramiento se percibe también en el mascarón creado para manipular las conciencias oprimidas y la marginalidad, a través del argumento solapado propio de los actores del aparato político del Estado-gobierno actual en todas sus extensiones clientelares y populistas. En fin:

“Se trata de un espacio. De una especie proliferante en el malestar de la cultura. De un tiempo de serios compromisos con los fantasmas y las palabras. Con los abismos de la incomprensión o la comprensión ideológica. Se trata, como veremos, de relatos, instancias de una crítica a los fundamentos, a la tradición errática, a la memoria a veces lúcida, a veces dañada por la sinrazón…”