El Estado y su lenguaje invaden las diferentes sabidurías políticas manteniendo sus fuerzas de choque y sus ataques planificados contra la comunidad histórica y social. El discurso gubernamental pretende lograr sus efectos de fuerza e incidencia, mediante la búsqueda de soluciones que reclama la vida civil, y sobretodo mediante variaciones ideológicas discrecionales como estrategia, para tomar el consenso por asalto e imponer la doxa dominante.

La contradicción existente entre el orden social global y la referencialidad política permite hoy la explicación y hasta la justificación del siguiente escenario de opinión:

“El hecho de que tampoco los individuos, cuando se encuentran en situaciones políticamente relevantes, pueden optar a discreción entre adoptar una actitud consensual y otra estratégica es algo que se torna claro tan pronto como escogemos como punto de referencia sistemas de orden social global”. (Habermas, op. cit. p. 309).

Existe una cierta interdicción en las actuaciones sociales, previstas  desde las estructuras dominantes y todo un consenso falso que se va imponiendo como tentación, como “fiebre” neodictatorial con rostro de democracia neoliberal; un consenso “irreal” en las representaciones y en las tomas de decisiones que activan las relaciones entre el sujeto oficial y el sujeto civil en base a madejas y fórmulas prefabricadas.  Estas relaciones mostrarán un cierto grado de contradicción entre la mediación estatal y la mediación civil con efectos particulares en la determinabilidad de la institución pública y cultural. Se trata de “la institución contra el sujeto” que hemos planteado en un debate sobre el discurso académico en el país  (2009-2015).

Es así como una crítica al discurso de Estado debe convertirse en un proyecto con carácter transformativo, rebelado ante cualquier nacionalismo oportunista, motivador de la fluencia y el experimento “solucionista” de los problemas parciales de lo político. El lenguaje de la autoridad, a través del cual se formaliza la actuación del Estado, funciona paulatinamente como la fuerza comunicativa febril y cínica empleada en la coerción, el convencimiento obligatorio y el entendimiento de los sujetos que actualizan las diversas mecánicas políticas del Estado-gobierno y de la comunidad histórico-social, esto es, lo que ha gobernado en todo el ámbito de la democracia “fascista” de los Estados-gobiernos actuales y visiblemente en la República Dominicana.

La República Dominicana ejemplifica estas formas y variedades administrativas, mediante una tipología de actuantes que motivan la concepción represiva del Estado-gobierno. Los diferentes gobiernos de la cronología 1990-2000 y todo lo que ha sido la barbarie  con máscara, pretendidamente “democrática” reproduce el arquetipo simbólico del poder mediante el “cinismo ilustrado” y el aparataje construido verbalmente para expresar y refundamentar la burocracia económica, institucional, administrativa y política, entre otras. Esa efectividad autoritaria interconectada con los diferentes sistemas de seguridad propicia el centralismo dominante del Estado-gobierno hasta el presente.

El entrecruce de miradas históricas desafirma la trama del sistema cultural que desde el punto de vista de la lógica política del signo, individualiza los actos o acciones histórico-sociales, tal como se muestra en la formación del Estado neocapitalista (altocapitalista). Pero si dicha desafirmación está en el concurso de las fuerzas sociales en conflicto, sus efectos le dan contenido como proceso previamente afirmado en la fábula política de la llamada “economía naranja”. El estado inicial y el estado final del relato oprimido y del relato opresor son la composición, presentación, desarrollo y cierre de las secuencias, en beneficio del discurso tumoral de la acción política actual.

En efecto, situarse en este entrecruce de miradas y fuerzas ideológicas significa dislocar la alteridad social del sujeto conflictual, dinamizando la relevancia política y reproduciendo los modelos socioculturales del espectro cultural convertido en Ley de cultura, Ley de mecenazgo, Ley de Educación y otras pantallas espectaculares, donde la ciudadanía termina engañada. Las interpretaciones de diversos mundos históricos registran el movimiento de lo histórico y lo cultural, en tanto que advertencias de signos-mensajes que operan en las estructuras del lenguaje autoritario, coercitivo, en un teatro de “la institución contra el sujeto” utilizado como marioneta gubernamental.

El estremecimiento ideológico propiciado por el pluralismo de una política abierta contra movimientos de amarre neoliberal, desenmascara los registros presentando las diversas problemáticas reivindicadoras por medio de la tensión Estado-comunidad histórica, y Estado-sujeto transgresor en estructura-coyuntura, revelando cada vez más el soporte opaco de la ideología estatal. Si el descrédito de la filosofía política estatal, no hubiese llegado a sus límites, las voluntades y miradas históricas hubiesen dialogado en base a puntos coincidentes no minados por la mentira y el cinismo intelectual de Estado. Pero como lo que quiere la burocracia estatal es el amarre entre sus fuerzas y el “olvido” de la sociedad conflictiva, acelera en este caso el rechazo de sus oponentes queriendo llegar hasta el punto crítico máximo: el estallido social.

Históricamente los signos, actuantes y co-actuantes de la cultura, funcionan en el conflicto social, a través de su adecuación a la institución pública y a las relaciones sociales permanentizando las actitudes políticas que se debaten entre el diálogo concertacional y el enfrentamiento tradicional de grupos de presión, los sindicatos y los partidos políticos. De ahí que las contradicciones entre la burocracia de Estado y los movimientos marginales se dinamizan en un conflicto de actuaciones culturales, religiosas, clasistas y social-históricas mostrativas de las contradicciones esenciales entre el Estado dominante y la comunidad cultural.