En Suecia, las bandas criminales se multiplican, y la droga, y las bombas y las balas circulan como antes a penas se veía en los más abandonados países del sur – cuando el peso del crimen está en el sitio donde menos se imagina, los ideales y la Constitución exhiben una turbulencia inesperada. En Suecia, ya se habla de un llamamiento de los militares a las calles, y el infierno ahí está en la periferia y en el centro de lo que parecía ser uno de los países más cercanos a la humana perfección.
En septiembre, 11 personas asesinadas, y la policía dice: "hemos tenido bombas y tiros casi a diario".
Traficantes de armas y de drogas asesinan hasta a jóvenes adolescentes.
El primer ministro de Suecia dice: "esta es una tragedia profunda".
Unos hablan de vetar violentamente a los migrantes, otros hablan de una revisión general del sistema educativo y del sistema de reintegración de extranjeros; otros, pese a todo, todavía hablan de las nubes y de ese clima, cada vez más imprevisible y peligroso.
La discusión entre qué hacer a día de hoy para resolver los problemas del día de hoy, y entre qué hacer hoy para solucionar los problemas del futuro, a menudo queda suspendida, y ante lo que es urgente, se pone al futuro en el almacén o en el congelador para ocuparnos de él más tarde.
Los países desesperados, como las personas desesperadas, sólo pueden hacerse cargo de las horas siguientes. La vida se vuelve respiración, comida y urgencia.
El futuro desaparece del horizonte y en este empiezan a surgir de un modo terrible cosas muy prácticas y materiales.
La desesperación, el miedo y la pobreza hacen esto: ponen, en el horizonte óptico, la comida del día, la casa urgente y decente que aún no se tiene, el bienestar de los hijos, la seguridad física.
Y de pronto desaparece aquello que hizo de las sociedades y de los humanos la base de su progreso: una línea de horizonte desocupada, disponible para que lleguen a ella utopías y nuevos proyectos; o sólo una sencilla casa, un T1 modesto.
Más terrible que la ceguera física es esa ceguera colectiva que nos impide de ver lo que puede aparecer a lo lejos – en los años o décadas siguientes – y hace que las personas y las sociedades se vuelvan hacia el presente como un animal colectivo con hambre o con miedo.
En Suecia, la línea del horizonte está ahora mismo, en estos días, invadida por bandas criminales que matan a adolescentes y dinamitan casas de familias cerca del centro.
La línea del horizonte es una línea que no existe físicamente y que depende, evidentemente, de la posición de cada individuo.
Es una línea que cada uno tiene falsamente en los ojos y en la cabeza y que permite entender que a nuestros pies y a nuestras ideas les queda mucho espacio por delante.
Si el humano no tuviera esa alucinación benigna, que es la línea del horizonte, y en su lugar sólo tuviera ojos para lo que ya existe, hoy aún estaría en vísperas de inventar el fuego.
Como bien es sabido, los países y las personas pasan por fases: no todo es constante bajo el sol.
A veces, personas y países, agachan la cabeza para ver si es seguro el metro cuadrado que pisan; otras veces, confiantes en la consistencia del suelo bajo sus pies, levantan la cabeza y dicen: me quiero ir al sitio que veo desde aquí.
El territorio concreto de Ucrania ha sido invadido por los rusos, el territorio concreto de Suecia ha sido invadido por las bandas criminales.
La línea del horizonte es una línea imaginaria, sí, claro, no puede trazarse en ningún mapa, individual o colectivo – sin embargo, también puede ser invadida como es invadido un espacio o un país – y quizá esa línea imaginaria sea a veces más importante que algunos kilómetros cuadrados concretos de un territorio.
La línea del horizonte en Ucrania ha sido invadida por los rusos y ahora está ocupada por la urgente resistencia; en Suecia ha sido invadida por el tráfico de drogas y de armas.
Salid del mapa de mi territorio, desalojad la línea del horizonte -dicen los países y las personas en muchos puntos del mundo en 2023-.
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Traducción de Leonor López de Carrión
Originalmente publicado no Jornal Expresso