El otro día, en una reunión de profesionales de publicidad, un grupo de colegas estábamos hablando de nuestros nietos y como era de esperar todos teníamos los mejores nietos del mundo, los más graciosos, los más maravillosos, los más inteligentes, los más deliciosos, a todos se nos caía la baba. ¡Faltaría más!

En un momento determinado para sorpresa de todos saqué mi billetera y se quedaron asombrados, estaba ajada, mordida, deshilachada, rota, descascarillada, en resumen, fané y descangallá, como decía el tango aquel de Carlos Gardel, peor que si la hubiera recogido del vertedero de Duquesa. Los presentes, entre sorpresas y risas dijeron: Sergio, pero cómo llevas un anafe de cartera así. Yo les respondí: para mí es una cartera Armani y les diré el por qué.

Hace varios años, cuando mi nieto tenía cuatro, vio mi billetera, se encapricho de ella y me dijo que la quería para él. Dicho y hecho, saqué todo su contenido y se la regalé con todo el gusto del mundo. Una semana después me pidió otra y por algo los abuelos somos de mantequilla derretida, se la compré -más barata, no se olviden que soy catalán- y así sucedió varias veces más, al nieto le gustaban las carteras y había que complacerlo. Y si me hubiera pedido una docena de ornitorrincos australianos hasta ese continente hubiera y nadando si hiciera falta.

Pensé que tal vez el niño demostraba una temprana afición a ser banquero, o tal vez hasta un respetable carterista nato que deseaba familiarizarse con tan icónico instrumento guardador de caudales.

Hará como un mes, seis años después de ese caso de raro coleccionismo y ya casi olvidado por mi parte, un mal día extravié mi cartera con todos mis documentos -por suerte con poco dinero, y por mala suerte con varios de ellos – lo que me enfrentaba a las tediosas gestiones y trámites correspondientes incluidos los de embajada que para una persona de avanzada edad son del todo molestos.

La pérdida como era natural la comuniqué a mis hijos que a su vez lo comentaron en entre sus familias. Bien, pues al día siguiente mi nieto me trajo la primera cartera que le regalé, toda vuelta un sebo, un etcétera, como señalé antes, pero para mí era el modelo Armani más nuevo, más elegante y el más fabuloso del mundo.

Desde aquel día la llevo encima con el mayor orgullo. No me importa lo que digan o piensen quienes la vean, es la cartera que me devolvió mi nieto. Señores ¡qué detalle! ¡qué datallazo! Mi nieto me obsequiaba uno de sus tesoros bien guardados, el estado de la billetera es lo de menos, el hecho sí es lo de más. Así que si alguna vez me ven con ese modelo Armani tan peculiar, ya saben, no es por lo de catalán sino por Abuelo, ese sustantivo gramatical masculino o femenino tan maravilloso!