Santo Domingo de Guzmán, capital de la República Dominicana, fundada el 5 de agosto de 1496 por los españoles, es la primera ciudad europea en América. Luego de más de tres siglos de vida colonial bajo dominio español, el país obtuvo su independencia de Haití en 1844 con el nombre de República Dominicana, gentilicio de Santo Domingo, fundador de la Orden de los Dominicos. La bandera dominicana lleva una cruz blanca que la divide en cuatro cuartos y un escudo en el centro con una Biblia abierta en Juan 8:32 del Evangelio según San Juan con la cita “…Y conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres”. Asimismo, una cinta en la parte superior del escudo lleva el lema “Dios, Patria, Libertad”. Como se puede ver, no solo lleva la ciudad capital el nombre de un Santo, sino que también el Estado dominicano nace como un “Estado Confesional”. El fervor religioso de muchos dominicanos ha llegado al extremo de que, en 2012, un diputado sometió ante el Congreso un proyecto de ley para declarar la Biblia como Libro Nacional, lo cual es, a todas luces, inconstitucional, ya que la Constitución Dominicana asegura la libertad de cultos para todos sus ciudadanos. Entonces, no es de extrañar que la Biblia haya tenido un gran impacto en la cultura y en generaciones de intelectuales y escritores dominicanos a través de los siglos.

 

La Biblia en la poesía

Las primeras muestras de literatura durante la colonia fueron escritas por sacerdotes y religiosos españoles. Sor Leonor de Ovando (1550-1610), monja del convento Regina Angelorum, es considerada la primera poeta en haber escrito poesía religiosa en el Nuevo Mundo (Rosario Candelier 17). Entre sus sonetos, de los que apenas se han conservado unos cuantos, sobresale el “Soneto Pentecostés”. Algunos de sus poemas revelan la intercesión divina en su escritura: “Pecho que tal concepto ha producido,/la lengua que lo ha manifestado,/la mano que escribió, me han declarado/que el dedo divinal os ha movido” (Candelier 17). Entre 1516 y 1518, el sacerdote y famoso dramaturgo del Siglo de Oro español, Tirso de Molina, residió en la ciudad de Santo Domingo, donde fue profesor de teología y recopiló materiales que luego usaría en sus comedias. Tirso de Molina es el autor de varios autos sacramentales y comedias bíblicas, entre otros.

 

Sin embargo, no es sino hasta después de la independencia de la República Dominicana (1844), cuando se puede hablar de literatura dominicana propiamente. Más específicamente, durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando emerge una nueva generación de poetas románticos. Félix María del Monte (1819-1899) es el único poeta en dedicarle un poema completo de elogio a la Biblia. En “Impresiones de la Biblia” (1851), el emisor invoca la Biblia y la llama “Santo libro”: “Ven a mí, Santo libro, en que el Eterno/dictó su voluntad omnipotente…”  (Penson 197). Para éste, la Biblia es fuente de sabiduría y modelo de vida. En su poema, Del Monte convierte la Biblia en un agente que actúa en personajes tales como Adán y Eva, Caín, y Moisés, entre otros. Poemas de carácter religioso escribieron también Manuel María Valencia (1810?-1870) ( “Una noche en el Templo”) y Javier Angulo Guridi (1816-1884) (“Al grande arquitecto del universo”). Una importante poeta finisecular, Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897) en el poema “El cantar de mis cantares”, parafraseando “El cantar de los cantares” del Sabio Salomón, propone a la amada como la Patria, a quien el yo poético va a cantar: “¡Quisqueya! ¡Oh Patria! ¿Quién si en tu suelo/le dio la suerte nacer feliz…” (Penson 98).
En el siglo XX, algunos poetas tomaron símbolos o imágenes bíblicas como pretexto en su poesía. El poeta modernista Fabio Fiallo (1866-1942) escribe un curioso poema, “Gólgota rosa”, en el que erotiza la figura de Jesucristo: “Del cuello de la amada pende un Cristo,/joyel en oro de un buril genial,/y parece este Cristo en su agonía/dichoso de la vida al expirar.” El Cristo es descrito como un Don Juan y su muerte no es dolor sino gozo erótico en los pechos de la amada. También, de influencia modernista, el nefasto político dominicano Joaquín Balaguer (1906-2002), incluido como poeta en la controvertida antología de Manuel Rueda, escribe textos llenos de invocaciones a Dios. Más específicamente en el poema “A Dios” en el que el yo emisor se identifica con la figura de Cristo y al final pide: “¡Hágase en mí tu voluntad, Dios mío!” (Rueda 15).

A partir de 1940, en lo que podría denominarse la Década de Oro de la poesía dominicana, surge un conjunto de poetas agrupados en el movimiento de la Poesía Sorprendida, la Generación del 48 y los Independientes del 40 y. Los integrantes de la Poesía Sorprendida abogaban por una universalización y renovación de la poesía dominicana (Raful 30). La Generación del 48 podría ser considerada como la continuación de la poética de la Poesía Sorprendida. Por su parte, los Independientes del 40 no apostaron a ninguna de las poéticas de esa década. Con una gran influencia del surrealismo y la poesía francesa, en la poesía de esta década aparecen metáforas, símbolos y alegorías bíblicas que se refieren veladamente a la opresión de la dictadura (1930-1961) de Rafael Leonidas Trujillo en la República Dominicana, de acuerdo con algunos críticos. Muchos de estos poetas, como se verá a continuación, recurrieron a la Biblia, ya fuera como testimonio de su fe personal o para expresar el ambiente generalizado de opresión en que se vivía en esa época.

Los miembros de la Poesía Sorprendida se nuclearon alrededor de la revista del mismo nombre. Franklin Mieses Burgos (1907-1976), considerado el guía espiritual del movimiento -tanto así, que su casa fue llamada la “Casa de la Poesía Sorprendida” (Rueda 45)-, plantea el pecado original en poemas tales como “Adán de angustia” y “Eva recién hallada”. En el primero, Adán siente el “clamor” de la mujer que nacerá de él. En el segundo, Eva es presentada como el amor “primigenio”. Otros dos poetas, Freddy Gatón Arce (1920-1994)  y Manuel Valerio (1910-1980), según María del Carmen Prosdocimi, utilizaron la Biblia para articular comentarios sociales (52).

Continuará….