Desde las profundidades del tiempo, sucesivas élites religiosas y políticas lograron arremolinar en torno a su cosmovisión e intereses a multitudes ignaras que hicieron suyo el discurso de la “voluntad de Dios”, sin percatarse de que la tal “voluntad” cotiza solapada en las arcas del deseo de sus amos. En el curso de siglos y milenios, aquel discurso produjo un ganado capaz de mover montañas.

Muchedumbres alienadas, que nunca han leído ni reflexionado sobre  versículo o aleya alguna del credo al que sirven, defienden a capa y espada los dogmas sacrosantos que les prometen gloria y salvación eternas “en la otra vida”, al tiempo que en ésta los libran de las consecuencias de ser tachados de herejes, réprobos, impíos, kéfires, infieles, paganos, ateos, apóstatas, diabólicos….

La biblia, libro sagrado donde menudean los cuentos judíos, infantiles unos, truculentos otros, es la plasmación, desde su realidad epocal, de la cosmogonía y aspiraciones milenarias de las élites judías, “enriquecida” (la biblia) con extrapolaciones y acomodos posteriores.

Es lógico y normal que el dios Yahveh/Jehová aparezca como portador de mensajes convenientes al pueblo que lo creó. No extraña la “generosidad” con que se despacha prometiendo y regalando tierras ajenas a su “pueblo escogido”, al precio de despojar y matar a sus legítimos dueños.

En la Biblia judía propiamente dicha (Torá/Pentateuco), como en el Tanaj, que incluye a los profetas, el dios Jehová insiste en prometer tierras ajenas. En Gn 15:18, dice a Abraham: “A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el Éufrates”. En Éxodo 33:1-3, habría ordenado a Moisés: «Márchate de ese lugar tú y tu pueblo que saqué de Egipto; sube a la tierra que yo prometí con juramento a Abraham, a Isaac y a Jacob cuando les dije: Se la daré a tu descendencia. Enviaré delante de ti un ángel para que eche del país al cananeo, al amorreo, al heteo, al fereceo, al jeveo y al jebuseo».

En tenor parecido concurren las socorridas “revelaciones” del profeta Ezequiel, a propósito del valle de los huesos secos:

37: 21 ”…Así ha dicho Jehová el Señor:… 25: Habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual habitaron vuestros padres; en ella habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre; y mi siervo David será príncipe de ellos para siempre… 28: Y sabrán las naciones que yo Jehová santifico a Israel….”

Cero perífrasis: la voz de Yahveh es la voz de las élites judías…. Históricamente circunscritos, estos y otros trinos bíblicos subyacen en la creación del Estado de Israel en tierras palestinas, causa del prolongado conflicto que ensangrienta al Oriente Medio. Como dios/élite, dispuesto a favorecer a su pueblo a toda costa, a Jehová no le importó la tragedia que empollaba.

En concierto con las fábulas bíblicas y las prédicas sionistas, el montaje del Estado de Israel en Palestina se vio favorecido por el declive del Imperio otomano durante las guerras de los Balcanes (1912,1913), y posteriormente, con el reparto de sus territorios tras la derrota en la Primera Guerra Mundial.

La región de Palestina, que había sido posesión otomana, cobra visos de legalidad como Mandato del Imperio británico, mismo que en la Declaración de Barfour (1917) ya había visto con beneplácito el objetivo del movimiento sionista. Igualmente, la causa judía embonó con la búsqueda de contingentes humanos que brindaran protección al canal de Suez y al comercio anglo/francés con sus colonias asiáticas….

En un ambiente europeo lacerado por el creciente antisemitismo (caso del capitán Dreyfus, 1894-1906)) y los crímenes de odio que desembocaron en la “Solución final” durante la dictadura alemana del Tercer Reich…, hubieron de pesar los trinos que llevaron al gobierno inglés a pronunciarse en favor de la creación de un “hogar nacional” en Palestina para el pueblo judío.

(Conste que en la Declaración de Barfour se lee que al establecer un “hogar” judío en Palestina, “no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judía existentes en Palestina”. Conste igualmente que la población palestina resistió en todo momento el arrebato de sus tierras para hacerle cupo a un Estado intruso)

Las leyendas bíblicas triunfan en 1947 con la aprobación en la ONU de la Res. 181, sobre la partición (desigual) de Palestina en dos Estados, judío y árabe; lo mismo que en Tel Aviv (14 de mayo, 1948), entre los enardecidos seguidores de Ben Gurión, al proclamar la creación de su Estado en tierras ajenas, y anclar la política sionista de discriminación, limpieza étnica, terrorismo y expansión territorial contra la población palestina

Harto notorio que los victoriosos promotores del Estado judío, antes de recalar en Palestina estuviesen dispuestos a instalar su “reino” en diversos lugares del planeta: Australia, Kenia, Alaska, Siberia, Canadá, Egipto, …, a contrapelo de la orden de su dios.

Tras décadas de enfrentamientos, en 1993 se dieron los Acuerdos de Oslo, entre el líder palestino Yaser Arafat; el primer ministro israelí, Isaac Rabín, y Bill Clinton, presidente de EEUU, los cuales pretendían destrabar la prolongada rivalidad.

Según revela el periodista USA, Seymoun Hersh, el sanguinario Benjamín Netanyahu (varias veces primer ministro) y su partido Likud boicotearon este esfuerzo por todas las vías. Incluso habrían triangulado la entrega de millones de dólares a Hamás, para hacerlo fracasar. Hoy, desde la superioridad made in usa y la “predestinación divina”, de Likud salen voces que reclaman a su líder “mejorar” los bombardeos indiscriminados sobre la Franja de Gaza con armas atómicas, a fin de aniquilar, de una vez por todas, la resistencia palestina encarnada en Hamás.

Aunque difícil, dada la política judía de “pueblo escogido por EEUU”, con derecho a repartir amenazas y masacrar civiles, a lo que se suman acciones desesperadas y terroristas de Hamás, la solución del conflicto en Oriente Medio pasa por la aceptación de Israel como una realidad, y la creación del Estado palestino, en los términos aprobados por la ONU hace 75 años.