Entre el aliento y el precipicio: poéticas sobre la belleza (Amargord, Madrid, 2021), edición de Keila Vall de la Ville, ha tenido desde su nacimiento en imprenta un abanico amplio de presentaciones, la última de las cuales fue el pasado 23 de febrero en el King Juan Carlos I of Spain Center at New York University, con la participación de Mariela Dreyfus (directora asociada de la Maestría en Escritura Creativa en Español de NYU), la editora de la antología, Robin Mayers (traductora) y León Félix Batista, Lila Zemborain y Adalber Salas (poetas incluidos). Antes, y con otros protagonistas, se lanzó en las Feria del Libro de Miami (febrero 2022) y Feria Internacional del Libro de la ciudad de Nueva York (septiembre 2021).

Se trata de un ambicioso trabajo compilatorio que, en dos tomos, “compila las miradas de treinta y tres poetas de América sobre la aparición de la belleza en la poesía y en la vida. Cada quien aborda el tema de acuerdo a sus propias inquietudes, a una cosmografía que le es intrínseca y que resulta en un mapa de trazo único. Cada quien muestra, recorre y se detiene a lo largo de una ruta marcada por hitos únicos e irrepetibles. Como resultado, este libro recopila una serie de ensayos, poemas, reflexiones, que responden a una inquietud inicial: ¿Qué es la belleza y cómo se manifiesta en poesía? Estos textos son mapas dejados como huella por cada poeta en su propio recorrer” (Luminosa y punzante verdad. Introducción). También se nos solicitó incluir poemas nuestros.

Aparecen los siguientes autores: Raquel Abend van Dalen (Venezuela), Odette Alonso (Cuba), Octavio Armand (Cuba), Edda Armas (Venezuela), Mary Jo Bang (EEUU), Igor Barreto (Venezuela), León Félix Batista (República Dominicana), Charles Bernstein (EEUU), Piedad Bonnett (Colombia), Eduardo Chirinos (Perú), Sonia Chocrón (Venezuela), Antonio Deltoro (México), Mariela Dreyfus (Perú), Jacqueline Goldberg (Venezuela), María Gómez Lara (Colombia), Silvia Guerra (Uruguay), Patricia Guzmán (Venezuela), Darío Jaramillo Agudelo (Colombia), José Kozer (Cuba), Juan Luis Landaeta (Venezuela), Chely Lima (EEUU), Gonzalo Márquez Cristo (Colombia), Amparo Osorio (Colombia), Yolanda Pantin (Venezuela), Cristina Peri Rossi (Uruguay), Margaret Randall (EEUU), Mercedes Roffe (Argentina), Adalber Salas Hernández (Venezuela), Charles Simic (EEUU), Diane Wakoski (EEUU), Enrique Winter (Chile), Lila Zemborain (Argentina), Raúl Zurita (Chile). Las traducciones al español corrieron por parte de Aníbal Cristobo, Mariela Dreyfus, Israel Domínguez, Patricio Grinberg, Adalber Salas Hernández, María Vásquez Valdez, Keila Vall de la Ville y Enrique Winter, con la supervisión de Robin Myers.

La belleza es movediza: León Félix Batista

La belleza es movediza: unas veces es parte de un objeto, un cuerpo físico, algo concreto. Otras veces se manifiesta por intermediación de sonidos, de cuerpos de ideas, de conceptos y, por qué no, la belleza se puede degustar. Esa es su condición primera, para mí: su carácter elusivo, movedizo, metamórfico. Lo cotidiano, el fluir en línea recta del día que descarta el día anterior, sólo puede iluminarse, hacerse lúcido, reluciente, si llega a ser marcado por un “evento de belleza”. Este evento, claro está, pasa por la mirada transformadora, trastornadora de lo común. La realidad de nuestro tiempo transmoderno –atiborrada de sorpresas, saltos, desconciertos–, es propicia para que la belleza se manifieste como sorpresa en cualquier segmento del cuadrante del reloj que construye nuestros días.

Pienso que hay un vínculo muy claro entre la consecución de la belleza en poesía y la comprensión súbita de los significados profundos de la realidad. Dado el material de forja del poema (el lenguaje), y lo que consigue la palabra poética iluminar de pronto, el contacto es similar, por no decir que idéntico. El poema de repente hace entender eso que estaba ahí, frente a nosotros, pero oscuro. Y, por supuesto, eso implica comprensión abrupta, erupciones de significado de lo que llaman realidad, sea esto lo que sea.

La belleza puede hallarse en todas partes: el pantano, la derrota, la hecatombe. Pocas cosas son más bellas que la demolición de la estatua de un ídolo autoritario, por ejemplo, o los miles de martillos percutiendo el muro de Berlín. Terroríficamente bellos son los insaciables agujeros negros comedores de materia, la seta nuclear, las ranas de epidermis venenosa. De modo que creo que bien puede haber un puente entre belleza y gracia: una más de las tantas conexiones que, como en sinapsis, hace entre sí belleza y realidad. Movediza como es, en su esencia, la belleza, la poesía la descubre, excava y crea, desde distintos ángulos y abordajes. Puede ser en el encuentro feliz de una sonoridad, un ritmo. Puede que sea por la plasticidad inesperada de una imagen. Y podría suceder que la palabra justa alumbre la vereda por la que puede caminar la belleza hasta el lector. El autor cuenta con un camino más, que preserva para sí: el del hecho construido como texto. El poema realizado, cómo no.

Supongo que hacer comprensiva la belleza para uno mismo, edificarse un concepto sobre ella, una estética, pasa necesariamente por la definición de identidad, esfuerzo en el que nos embarcamos muy temprano en nuestras vidas. Sólo para acabar entendiendo que la vida desemboca necesariamente en muerte, a riesgo de falsearse. Ser es, pues, dejar de ser más tarde. De ahí que los ciclos naturales acaben siendo el punto axial de todo, incluyendo el bloque de ideas, pasiones y creencias con el que uno haya ido construyendo la belleza, su belleza.

La belleza es movediza

 

camino por arena de belleza movediza

 

rescoldo de otros mares, de su medusa ósea, el puro

peso nómada a la vista de david (“los barnices de tu

busto, betsabé”): alabastros más visibles, los albatros

baten olas: era el vuelo sin embates que en la esfera le

asignaron: los recuerdos reconocen (aunque ven

ambigüedades) tantos pliegues que prescriben sin morir:

los registros intrincados en empalme de sucesos

configuran lo siniestro del volumen que consume sus

contagios, compromete su sentido a la tragedia, la

carencia de la carne –cuando rompe en levadura–, las

manzanas incorruptas de sodoma

 

¿qué pasados descomponen lo incorpóreo, aparecen,

amarillos –pero sí parasitarios– entre masa de belleza

movediza?

 

de modo que aparece así, translúcida, tensándose la

música de su luminiscencia: medusa la cabeza vacía en

su oquedad que nada en una zona movediza

 

“la piedra de mi cráneo” desatando torbellinos deslaves

del encéfalo y aludes: el lecho de una herida cosida a

claridad y el beso de sulfuro mordida de la bala

 

se cruzan y descruzan salitre de entrepiernas los lindes

de las ingles: hervor de almeja amarga a punto de crear

belleza movediza belleza de medusa

 

pero el astro me contrae su tokonoma

 

oscuras escaleras –el dédalo de dios– que dan a un

vertedero de neblinas, cavernas malheridas por un cirio,

los cuerpos cuyas carnes se descosen: dimensiones que

se abisman, montículos con ostras de triángulos

turgentes: fantasmas sedimentan proliferando en

formas, cuadrángulos de camas nada más; son aguas que

menguaron paredes implacables, la mutación del mundo

en la belleza, su solidez sinuosa de medusa movediza:

sexos próximos al mar pero infértiles espejos, mi cabeza

descuajada, la saliva de mi sed, en la última caverna que

he vivido

 

y encriptado en las canteras de mi historia: en la era

clandestina de la nada.