El fin de la humanidad tiene dos vertientes: la primera es la del Armagedón o apocalipsis; la otra es la del edén, el nirvana y la plenitud. En este mundo existimos dos tipos de personas: los que sabemos que el mundo se acabará de manera trágica y los que todavía no lo saben. El mundo se va a acabar, o como me dice dicho popular: “El mundo se acaba para el que se muere”.

La culminación de un sistema capitalista, siguiendo teorías neoliberales, sería la ejemplificación del estado de bienestar perfecto. ¿No será acaso que la etapa final del capitalismo es una sociedad comunista? Es la mezcla del ideal utópico de Tomás Moro, junto con el apocalíptico y perverso mundo de George Orwell. Al final, el socialismo y el capitalismo están a tan solo un paso y ambos quieren llegar al mismo objetivo.

En el aburrido y lineal mundo de la economía, algunos se atreven a cometer la indecencia de experimentar con su conocimiento, su creatividad (mayormente nula), y fantasear con el futuro de nuestras civilizaciones, por supuesto, desde la óptica de las estadísticas. Gracias a este ejercicio, se han podido desarrollar políticas, que han permitido el desarrollo y el progreso del mundo.

Una propuesta que se ha debatido mucho en los últimos tiempos, principalmente desde Estados Unidos y en Europa, donde ha sido implementada en planes piloto, es un proyecto que busca otorgarle dinero a la gente por el simple hecho de existir. La Renta Básica Universal (RBU), o Ingreso Básico Universal, es una política económica que consiste en otorgar un pago periódico a todos los ciudadanos, sin condiciones, para que puedan cubrir sus necesidades fundamentales, como la vivienda y la comida. La idea es garantizar un nivel mínimo de vida y reducir la extrema pobreza, la miseria y la desigualdad, permitiendo que todos tengan los recursos necesarios para vivir dignamente.

Pese a que esta política es rechazada tajantemente por los integrantes de la derecha neoliberal, esa que tiene como uno de sus ídolos irrestrictos a Javier Milei, varios pensadores y economistas han respaldado la idea de la Renta Básica Universal a lo largo de los años. Su caso más notable es el de Milton Friedman, un economista conocido como el padre del neoliberalismo, que propuso sustituir los servicios públicos del estado de bienestar por un concepto similar a la RBU a través de un Impuesto Negativo sobre la Renta. Principalmente este bando de la teoría económica es defendido porque elimina la burocracia en las retribuciones que hace el Estado hacia la población. Por ejemplo, en vez de otorgar un bono alimenticio, otorgaría dinero para que sean los ciudadanos los que tengan la capacidad de decisión para elegir la comida. Más que nada, sería fijar un mínimo nivel de vida para que todos los seres humanos puedan vivir con dignidad.

En Estados Unidos, este tema ha tenido mucha relevancia. Y es curioso, porque lo que pareciera emular una política digna de una sociedad socialista, surge y tiene mayor relevancia en la “cuna del capitalismo”. En los últimos años, tenemos figuras políticas como Andrew Yang, ex precandidato presidencial demócrata, quien abogó por un "Dividendo de la Libertad" de $USD 1,000 al mes para todos los estadounidenses. También tenemos el caso de Elon Musk y Mark Zuckerberg, que han sugerido que la automatización y la inteligencia artificial podrían llevar a la necesidad de un ingreso básico universal para sostener la economía, ya que estos provocarían que millones de personas pierdan sus empleos.

Elon Musk, el hombre más rico del mundo, ha elaborado y fantaseado con ese escenario, que no visualiza muy lejano. Musk, en la Cumbre del Gobierno Mundial 2017 de Dubái, dijo: "¿Qué haremos con el desempleo masivo que provocarán las máquinas? El 50% de los trabajos desaparecerán en los próximos 15 años. Esto será un desafío social masivo. Creo que definitivamente llegará el momento en el que tengamos que utilizar una renta básica universal, no creo que haya otra opción". Aunque en el presente, simplemente otorgarle dinero a todo el mundo no sea plausible, pues estaría en contra de toda evidencia teórica. Y es simplemente imposible, para la mayoría de los gobiernos actualmente, pero en un futuro como el que visualiza Musk, no sería tan descabellado. La producción de bienes y servicios será extremadamente alta, hasta el punto en que pueda abastecer a toda la población. Con la automatización vendrá más abundancia. Por ejemplo, que las manufacturas y la agricultura serían ejecutadas por máquinas y robots y con mínima intervención humana. En ese momento, todo se volverá mucho más barato. Entonces, se resolverá el principal problema que la economía como ciencia busca darle solución: el hecho de que solo existe una cantidad finita de recursos para abastecer una infinita demanda.

Sin embargo, con esto surge un problema más difícil: ¿Cómo la gente le encontrará significado a su vida? Muchas personas derivan el significado de su vida de sus empleos y del trabajo. Así que, si no eres necesario, si no hay necesidad de tu trabajo, queda poco o ningún significado a tu vida. Nos sentiremos todos inútiles, ya que lo tendremos todo cubierto. Pues, tendríamos a las máquinas trabajando para nuestro confort. ¿Cierto? ¿Es posible encontrarle sentido a la vida, aunque nos sintamos completamente inútiles?

Si nos ubicamos en el escenario que visualiza Elon Musk, en el cual realmente no tengamos que trabajar, ¿qué resultados obtendríamos? Sin dudas, más ocio y aburrimiento, requerimientos básicos para ejercitar la imaginación y la creatividad.

Con el ocio creativo  podríamos potenciar nuestra parte artística y creativa. Me emociono al imaginar un mundo en el que Kafka, Borges o mi propio padre no hubiesen tenido que trabajar para cubrir sus necesidades básicas, sino que hayan podido dedicar toda su vida a leer y escribir, como hizo Descartes. La inteligencia entonces alcanzaría niveles inimaginables, la creación y producción artística y literaria se dispararían hasta el infinito. Con tiempo libre infinito, le dedicaríamos más tiempo a cosas que no dejan un beneficio literal. Entonces, le otorgaríamos cierta utilidad a lo inútil. Como yo, que gozo de este ejercicio de escritura que hago en estos momentos, sin ánimos de lucro ni fama. Y como incontables soñadores y románticos incomprendidos, que trataron de salir de sus cavernas y emprendieron el camino hacia la iluminación.

En el futuro, como dice Yuval Noah Harari: “Nos dividiremos entre los irrelevantes y los dueños del conocimiento.” Si nos quedamos tranquilos, bajo la infinita agonía de que el avance y el progreso tecnológico siempre son buenos, no serviremos ni para ser inútiles. En ese futuro no hay gente, solo hay ganado y máquinas, pues nos convertiremos en ganado. Esos que no se rindan, esos intelectuales ilustres, son los imprescindibles, pues serán la única reserva de conocimiento.

En ese futuro, en el que nos gobernarán las máquinas y la big data, le encontraremos, de alguna manera, divertimento a nuestra eterna inutilidad. Seremos lo que ahora juramos no ser, seres inferiores, como consideramos a los animales. Tal vez, en ese momento, todos podamos encontrar el verdadero camino,  que no es el del poder: ni de las riquezas, ni de la propiedad, ni del reconocimiento, ni siquiera el camino a la felicidad. Encontraremos el camino de la serenidad. Sentirnos, como dijo Antonio Gala: “Como una pequeña tesela en un gran mosaico: prescindible, mínima, confusa, pero en su sitio.”

Hay que trabajar, pues el que no trabaja, vive gracias al que sí trabaja. Pero si no hay necesidad de trabajar, sería lo mejor que le pudiese ocurrir a los hombres. Sería sin duda un mundo con más colores de los que somos capaces de ver ahora mismo. Nos podríamos concentrar exclusivamente a tener una verdadera causa. Encontraremos esa pasión, inútil siempre, que nos mueva. Es esa razón que tenemos para querer despertar cada día. Esa razón invisible es la respuesta a la pregunta fundamental de la filosofía. Aunque la vida sea absurda, implacable, diría Albert Camus, por alguna razón, quizá mística, todos queremos seguir en ella.

Acabaremos viviendo con el reflejo circular, como de aquel que vive soñando: mira sin ver, oye sin oír, se le olvida todo y no recuerda nada. O nos convertiremos en una especie de Ireneo Funes, el personaje borgeano, el cual, tras quedar tullido, tenía tanto tiempo como para analizar y recordar cada detalle de la realidad.