Con la masificación de las redes sociales se han multiplicado infinitamente la información, las mentiras, la propaganda y la predicación del odio. Hemos quitado la tapa de la cloaca humana a nivel global y sale todo, lo muy poco bueno y lo masivamente hediondo. Una ínfima minoría sabe como escoger, buscar y valorar lo que es verdadero y contribuye al desarrollo de los individuos y las sociedades, la vasta mayoría queda atrapada en el vomito de las mentes más enfermas que ahora pueden pasar a un primer plano gracias al Internet. Platón sabía de esa condición humana y por eso no pierde actualidad el mito de la Caverna, en el libro séptimo de La República. Motivo a que lo lean.

Millones y millones de jóvenes y adultos perciben el mundo a través de los videos y discursos construidos por sociópatas que odian a los que no tienen el color de su piel, no nacieron en su país, no son de su religión, no son de su género, no hablan su lengua, no pertenecen a su clase social y no tienen su preferencia sexual. A su vez esos receptores multiplican esos discursos y actúan en sociedad políticamente siguiendo esas coordenadas fundadas en aborrecer a la mayoría de los seres humanos. Son piezas latentes para la violencia cuando la ocasión se presente, inmunes a todo diálogo racional porque están profundamente convencidos de que tienen la verdad y que la mayor parte de la humanidad merecería vivir como animales, cuando no la muerte. Los discursos nazis prepararon a la sociedad alemana para exterminar los judíos, semejante a lo que hace el gobierno israelí actual contra los palestinos.

Una de las raíces fundamentales de esa manera de pensar es la tradición filosófica de Hobbes que suponía que los seres humanos eran violentos por naturaleza y necesitaban de un supremo acto de violencia, la de un tirano, para poder vivir unos junto a otros. Todos los reyes absolutistas y dictadores, como Hitler, Mussolini y Stalin, un Franco, un Trujillo o un Balaguer, partían de ese mismo supuesto de que la violencia se justificaba porque la naturaleza del ser humano era violenta. Sus gobiernos dejaron enormes charcos de sangre.

Locke, padre del liberalismo, partía de otro punto de vista, destacaba la naturaleza cooperadora de los seres humanos y que la vida en sociedad provenía precisamente de ese impulso esencial hacia la solidaridad y la vida en común. Bueno, ya Aristóteles indicaba que el ser humano por naturaleza era un ente social, un animal político, en el sentido de vivir en polís, no aislado. Pero no olvidemos que excluía de tal condición a las mujeres y los esclavizados.

Ni Hobbes, ni Locke, ni siquiera Marx en el siglo XIX, conocían lo que hoy sabemos sobre la evolución humana, la vida del homo sapiens, los neandertales y cromañones, durante la extendida etapa del paleolítico, y mucho menos sabían de la extrema violencia con que se formaron los primeros Estados a partir del neolítico. Nos ruborizamos en la actualidad de sus suposiciones de contratos sociales para fundar las sociedades. Dichos contratos nunca ocurrieron en los albores de las civilizaciones (fue todo lo contrario: un ejercicio de la violencia y el asesinato para encumbrar en el poder a unos pocos) pero si comenzaron a establecerse con las primeras revoluciones del siglo XVII, XVIII e inicios del XIX, buenos ejemplos el caso de la Revolución Inglesa (1688), la Norteamericana, la Francesa y la Haitiana. Luego vinieron las Cortes de Cádiz y todas las Constituciones Iberoamericanas.

Hoy día sabemos por las investigaciones arqueológicas previas al neolítico que las especies homínidas era solidarias con sus miembros más débiles. Mead señala la aparición de un fémur fracturado y soldado como el primer signo de civilización, porque significa que alguna persona se encargó de proteger a la persona cuya pierna se fracturó, la llevó a un lugar seguro, le proporcionó alimentos y todos los cuidados que requiere para su recuperación. Pero hay muchos otros casos. Incluso se ha desarrollado una rama denominada Bioarqueología de los cuidados.

El del yacimiento Shanidar I en Irak donde se descubrió un neandertal que vivió hace unos 40.000 años con graves limitaciones. Sus restos nos cuentan que padecía parálisis en una pierna y en un brazo, y que era sordo y ciego de un ojo. Sobrevivió, gracias a la ayuda de la tribu hasta pasados los 40 años. En Calabria, Italia se encontró un homo sapiens de hace 12 mil años que padecía displasia acromesomélica. Sus cortas piernas no podrían seguir el ritmo de la tribu nómada donde vivía. Pero no fue dejado atrás sino que le mantuvieron con sus necesidades cubiertas hasta su muerte, con 20 años, cuando recibió un entierro igual de digno que el resto de la comunidad. Y en Vietnam, en el yacimiento de Man Bac uno de los homínidos encontrados padecía una espantosa enfermedad congénita conocida como síndrome de Klippel-Feil. Debió quedar prácticamente tetrapléjico a los 10 años de edad pero sobrevivió una década más.

Tenemos entonces claro que los homínidos del paleolítico no eran tan violentos, mucho menos misóginos, como nos enseñaron con Trucutú o los Pica Piedras. Esos dibujos animados fueron hechos para ideologizar a los niños, jóvenes y adultos en actitudes como la agresión contra los que son diferentes y el sometimiento de las mujeres. Es la ideología del sistema capitalista, y toda forma de autoritarismo y chovinismo en general, que hunde sus raíces en la propiedad del suelo y el sometimiento de la mayoría para que trabaje para las minorías, tal como comenzaron los primeros Estados en el Medio Oriente, China, India, Mesoamérica o Perú.

Hoy, al igual que ayer, la mayor parte de la población es fácilmente dirigida como rebaño, usualmente en contra de sus intereses. En su momento la religión jugó ese papel, y el anticomunismo no hace mucho, hoy las redes sociales reclutan a millones -usualmente con baja educación y socialmente precarizados- para predicar el odio contra los otros. El tribalismo indudablemente tiene atractivo en grupos dirigidos por emociones y no razones, pero humanamente es miserable en el desarrollo material, espiritual y científico de las sociedades donde se enquista.