Cristina mi hermana y yo continuamos el recorrido por los Palacios Nazaríes de la Alambra que nos llevó hasta el Palacio de los Leones, y el Patio Feliz o Patio de los Leones, cuya terraza circundante nos hizo sentir de pronto abrazadas por las 124 columnas de mármol, que soportan arcos decorados en filigrana de la terraza, la cual rodea el patio antes de alcanzar la fuente, alimentada también por el agua del río Darro, que le llega a través del sistema de acequias y canales que alimentan el palacio.

Granada – La Alhambra: terraza hacia el Patio de los Leones. Foto propia.

La planta del patio es trapezoidal, dividido en cuatro partes, regada cada una por canales de agua que confluyen en una fuente central con forma de dodecaedro, rodeada por doce leones; la fuente, los canales y el suelo en mármol blanco.  Hay quienes afirman que el conjunto de patio y terraza conforman un conjunto unitario que constituye una alegoría arquitectónica del paraíso musulmán.

El agua de la fuente combina con los arcos y techos de terraza y salones del palacio cuyas formas parecen emular las inestables formas del líquido en movimiento que suple toda la ciudad palatina.

La obra de arte no estaría completa si no estuviera acompañada de un epigrama poético para describir su belleza, donde el poeta habla del agua sobre el mármol como plata fundida sobre las perlas.  Transcribimos este elegante poema a continuación:

“Bendito sea Aquél que otorgó al imán Mohamed

las bellas ideas para engalanar sus mansiones.

Pues, ¿acaso no hay en este jardín maravillas

que Dios ha hecho incomparables en su hermosura,

y una escultura de perlas de transparente claridad,

cuyos bordes se decoran con orla de aljófar?

Plata fundida corre entre las perlas,

a las que semeja belleza alba y pura.

En apariencia, agua y mármol parecen confundirse,

sin que sepamos cuál de ambos se desliza.

¿No ves cómo el agua se derrama en la taza,

pero sus caños la esconden enseguida?

Es un amante cuyos párpados rebosan de lágrimas,

lágrimas que esconde por miedo a un delator.

¿No es, en realidad, cual blanca nube

que vierte en los leones sus acequias

y parece la mano del califa, que, de mañana,

prodiga a los leones de la guerra sus favores?

Quien contempla los leones en actitud amenazante,

(sabe que) sólo el respeto (al Emir) contiene su enojo.

¡Oh descendiente de los Ansares, y no por línea indirecta,

herencia de nobleza, que a los fatuos desestima:

Que la paz de Dios sea contigo y pervivas incólume

renovando tus festines y afligiendo a tus enemigos!”

Ibn Zamrak

Granada – Alhambra: Fuente de los Leones, Palacios Nazaríes. Fuente: Wikipedia.

El disfrute del Patio y la Fuente de los Leones te transporta a los célebres cuadros orientalistas de Delacroix, para visualizar las alfombras, las cortinas y vestidos de seda, el recio porte y ceño fruncido de los nazaríes.  Así uno logra entender la fascinación que ejerció la Alhambra sobre ciertos integrantes del movimiento cultural romántico del siglo XIX.

De hecho, fue un romántico de origen inglés-estadounidense, Washington Irving, quien al conocer la Alhambra hacia el 1829, quedó tan impactado que incluso solicitó hospedarse en una de las habitaciones de los palacios.  Irving relata haber alcanzado su sueño de vivir como los nazaríes al poder desayunar en el Patio de los Leones y ver caer el sol a la vera de las murallas.  Fue mucha su decepción cuando lo visitó se encontraba muy deteriorado, habitado por vagabundos y viajeros que dañaban los muros escribiendo la fecha de su visita.

La pluma de Washington Irving se inspiró en el ambiente mágico de los Palacios Nazaríes, y así plasmó sus ensoñaciones y leyendas en una obra que se denominó Alhambra y más tarde se conoce como Cuentos de la Alhambra, el cual se popularizó de tal forma en Europa y Norteamérica que despertó el interés general sobre la necesidad de su conservación.  A continuación, les transcribo un fragmento de uno de los cuentos:

Leyenda del astrólogo árabe

(…) Cuando Aben-Habuz se hallaba contristado por estos tormentos y molestias llegó a su corte un antiguo médico árabe, cuya nevada barba le llegaba a la cintura; pero el cual, a pesar de sus señales evidentes de larga longevidad, había ido peregrinando a pie desde Egipto hasta Granada, sin otra ayuda que su báculo cubierto de jeroglíficos. Venía precedido de la aureola de la fama: se llamaba Ibrahim Eben Abu Ajib y se le creía contemporáneo de Mahoma, pues era hijo de Abu Ajib, el último compañero del Profeta. Cuando niño, siguió al ejército conquistador de Amrou al Egipto, y en aquel país habitó durante muchos años, estudiando las ciencias ocultas, y en particular la magia, con los sacerdotes egipcios.

Se decía también que había encontrado el secreto de prolongar la vida, y que por este medio había llegado a la larga edad de más de dos siglos; pero como no descubrió este secreto hasta muy entrado en años, sólo consiguió perpetuar sus canas y sus arrugas. (…)

Los cuentos de Irving se inscriben en lo que ha conocido como el orientalismo, que representa la visión que los europeos del siglo XIX tenían del cercano oriente, sobre todo por las noticias respecto de la caída de los otomanos y el desmembramiento del imperio.  Incluso hay estudios literarios que han detectado una mirada a la España mora con un dejo de prejuicio en autores de origen británico de la época.

Su obra y estancia en Granada son sumamente valorados, habiendo una estatua en su honor ante una de las puertas de la Alhambra y un hotel de larga data con su nombre.

En una próxima entrega relataré cómo el cielo raso de los Palacios Nazaríes, especialmente el Palacio de los Leones nos sobrecogió.