En fecha 16 de enero 1961, Balaguer y los trece secretarios de estado que conformaban el gabinete de gobierno, dirigieron una misiva a los cinco obispos dominicanos de entonces, en la cual solicitaban formalmente el otorgamiento al tirano del anhelado título de “Benefactor de la Iglesia”.
Resulta imposible no ver en la carta el timbre estilístico de Joaquín Balaguer, quien, de hecho, antes de asumir la presidencia por procuración en agosto de 1960, por designación de Trujillo, era quien tenía a su cargo, en nombre del gobierno, todo lo relacionado con las relaciones iglesia-Estado.
Seis días antes de la remisión de la carta, los obispos dominicanos visitaron el palacio nacional, un año después del profundo distanciamiento entre ambas potestades, tras la publicación y lectura en todos los templos dominicanos de la Carta Pastoral, el domingo 31 de enero de 1960.
En el encuentro del 10 de enero de 1961 con Trujillo, los obispos entregaron al tirano un memorándum, con el cual se procuraba limar asperezas, ocasión que el régimen aprovecharía para volver a plantear el tema del otorgamiento a Trujillo del título de “Benefactor de la Iglesia”.
La carta de Balaguer y los secretarios de estado a los obispos, sirvió de base para consultar personalidades civiles y eclesiásticas, a fines de que hicieran público su parecer, que desde luego, se esperaba fuera favorable al pedimento formulado.
Una de las respuestas que la propaganda del régimen promovió como un triunfo resonante, fue la otorgada por el notable intelectual y sacerdote Oscar Robles Toledano.
No obstante, cuando se analiza la misma, escrita con la elegancia y profundidad retórica de aquel sabio, se advierte que en el fondo remite su parecer definitivo a lo que al respecto decidan sus superiores.
Trujillo, su hermano Negro y Balaguer, de rodillas durante una misa de campaña, en agosto de 1960,A continuación, los textos de ambas misivas.
Ciudad Trujillo, D.N
16 de enero de 1961
Monseñores
Octavio A. Beras
Administrador Apostólico, Sede Plena
Hugo Eduardo Polanco Brito,
Obispo de Santiago;
Francisco Panal,
Obispo de La Vega;
Juan F. Pepén
Obispo de La Altagracia
Tomás F. Reilly,
Obispo de San Juan de La Maguana
Excelentísimos Señores:
En el Memorándum que Vuestras Excelencias entregaron personalmente al Generalísimo Dr. Rafael L. Trujillo Molina, Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva, el día 10 de enero en curso, os hacéis eco, con noble y justicieras palabras, de los beneficios, favores y mercedes que directa o indirectamente ha recibido la Iglesia Católica en nuestro país del Gran Estadista que la dotó de Personalidad Jurídica y que no sólo le ha proporcionado el clima de paz fructífera necesario para el desenvolvimiento de sus actividades sino también los medios de orden material gracias a los cuales ha podido alcanzar un florecimiento y un esplendor sin precedentes en la historia dominicana.
La obra del Generalísimo Trujillo en favor de la Iglesia tiene un valor extraordinario que no puede escapar a la sagaz penetración y al buen sentido de quienes, como vosotros, teneis la obligación, por razón de la naturaleza de vuestro ministerio y por vuestra elevada jerarquía, de conduciros ante vuestros compatriotas como fieles intérpretes del sentimiento divino de la justicia para dar acabada expresión a ese sublime atributo de la Divinidad en los dictámenes y en los actos con que estáis llamados a intervenir en los acontecimientos humanos.
El eximio estadista no sólo ha contribuido, con fondos de su propio peculio muchas veces, para la edificación de templos, ermitas y colegios católicos y para la reconstrucción y acondicionamiento de un gran número de iglesias, sino que también a su acción e influencia se deben la importancia y vigor que el catolicismo ha adquirido en el país como supremo valor religioso, hecho de inmensa significación para la estabilidad de la familia nacional en los actuales tiempos en que la brutalidad del materialismo ateo amenaza con destruir las bases en que descansa la Iglesia Católica y en que se fundan en el mundo entero las imponderables proyecciones espirituales de su historia dos veces milenaria.
La acción del Generalísimo Trujillo en favor de la Iglesia, no ha terminado, desde luego como no ha terminado su obra salvadora en beneficio del país, porque el pensamiento y la voluntad del esclarecido conductor y maestro se hallan orientados inexorablemente hacia el logro de un destino cada día mejor para todos los dominicanos.
Hace apenas unos días, en la Ciudad de Higüey, la Villa- Santuario donde hizo su milagrosa aparición la Santísima Virgen de la Altagracia, Madre Espiritual de nuestro país, el Generalísimo anunció la fundación de una universidad católica, noble iniciativa cuya realización nos permitirá contar con un alto centro de estudios desde el cual podrá edificarse y fortalecerse en la sabiduría y en la grandeza de las verdades del catolicismo la juventud dominicana.
El Excelentísimo Señor Obispo de la Altagracia, Mons. Juan F. Pepén, en el hermoso discurso con que ponderó y exaltó la visita hecha recientemente por el Generalísimo Trujillo a la ciudad de Higüey, proclamó que son tantos los beneficios que la Iglesia Católica ha recibido del gran repúblico que a los ministros del Señor sólo les es posible retribuirlos impetrando para ese esclarecido Benefáctor de nuestros mayores la gracia y la asistencia divinas.
“No somos nosotros capaces, dijo Mons. Pepén en esa memorable oración, de retribuir vuestros favores con la reciprocidad y proporción justa… No lo podemos nosotros; pero lo puede la Virgen Santísima de Altagracia, a cuya intercesión acudimos, como lo ha enseñado siempre la Iglesia a sus hijos al imponerles el deber de rogar por sus gobernantes”.
Mención especial merece, en el magnífico discurso de este alto dignatario de la iglesia dominicana, la alabanza que hace de la profunda fe católica del Generalísimo Trujillo que se manifiesta con mayor elocuencia que en las palabras, en los templos que ha levantado para honra y gloria de Dios, y especialmente en la suntuosa Basílica que ha construido para glorificar el culto de la Madre del pueblo dominicano.
La circunstancia, es pues, particularmente propicia para que os invitemos a dar vuestro apoyo y a convertir en realidad la justiciera iniciativa del Pbro. Zenón Castillo de Aza, encaminada a que se otorgue a Su Excelencia el Generalísimo Dr. Rafael L. Trujillo Molina el título de BENEFACTOR DE LA IGLESIA CATOLICA EN LA REPUBLICA. Los firmantes de esta comunicación creemos que la concesión a Su Excelencia el Generalísimo Trujillo del título propuesto por el Pbro. Zenón Castillo de Aza, además de constituir un justo reconocimiento a la obra del más conspicuo protector que ha tenido la Iglesia Católica en la República Dominicana, tendría, en los momentos presentes, el inestimable valor de ofrecer al mundo un testimonio de la indestructible solidaridad con que el pueblo dominicano, representado por sus dirigentes políticos y por la iglesia cuya doctrina profesan las mayorías nacionales, se enfrenta a la grave amenaza que gravita sobre el destino de la humanidad contemporánea.
Saludan a Vuestras Excelencias con la más elevada y distinguida consideración,
Joaquín Balaguer
Presidente de la República
José René Román Fernández,
Mayor General, E.N, Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas;
- Paíno Pichardo,
Secretario de Estado de Interior y Cultos;
Dr. José Benjamín Uribe Macías,
Secretario de Estado de la Presidencia;
Dr. Porfirio Herrera Báez,
Secretario de Estado de Relaciones Exteriores;
Miguel Ángel Jiménez,
Secretario de Estado de Educación y Bellas Artes;
Lic. Francisco Augusto Lora,
Secretario de Estado de Industria y Comercio;
Dr. Rogelio Lamarche Soto,
Secretario de Estado de Salud y Previsión Social;
Lic. Luis E. Suero,
Secretario de Estado de Justicia;
Arq. José Antonio Caro Álvarez,
Secretario de Estado de Obras Públicas y Comunicaciones;
Dr. José G. Sobá,
Secretario de Estado sin Cartera;
Dr. Oscar Guaroa Ginebra,
Secretario de Estado sin Cartera.
La respuesta del Padre Robles Toledano, se publicaría en la prensa nacional dos semanas después. A continuación su texto íntegro:
Ciudad Trujillo, Distrito Nacional
1 de febrero de 1961
Señor
Dr. Joaquín Balaguer
Honorable Presidente de la República.
CIUDAD.
La carta dirigida por Ud. y por el Gabinete del Gobierno a los Excelentísimos Señores Obispos encareciéndoles dar apoyo a la iniciativa de conferir al Generalísimo el título de “BENEFACTOR DE LA IGLESIA CATÓLICA EN LA REPÚBLICA” respira tan limpia sinceridad, descansa en tan ponderables motivos, está labrada en tan gallarda e iluminada prosa y se cimenta en tan hermosos conceptos, bañados en lozanísima espontaneidad que nadie sensible a los halagos de la lógica puede no adherirse a ella.
Trujillo, con su desbordante personalidad ha colmado más de un cuarto de siglo de la historia nacional. Las huellas de sus cesáreas gestiones están hondamente grabadas en cada rincón del País. Nada ha podido substraerse a su avasallador influjo transformador. Las ideas, los hombres, las instituciones, hasta la propia fisonomía geográfica de la República han mudado de semblante.
La Iglesia no ha sido una excepción. También ella ha sentido la mágica sacudida de este insólito y desconcertante varón. Lo atestigua, con veraz testimonio, el reconocimiento de su personalidad jurídica; los templos, colegios y seminarios que, derramados por todo el ámbito nacional, ostentan el sello de una edad nueva en los capítulos de su vieja y muy trabajada historia.
A la Jerarquía Católica, integrada por varones dotados de alto y profundo consejo, formada por hombres hechos a captar en lo fugaz lo permanente, en lo huidizo lo eterno y perdurable, en lo deleznable y perecedero los bienes inacabables en las almas inmortales, no se le escapará la serena ponderación de estos motivos. No es mi designio anticipar ni prevenir su dictamen. Es lógico que no me compete.
Los venerables Obispos- quos Spiritus Santus posuit regere Ecclesiam Dei- han de expresar a la luz de sus conciencias y de la posteridad justiciera su iluminada y ecuánime decisión. Su voz será la mía. Su parecer mi juicio.
En las actuales patéticas congojas por las que atraviesa la estirpe humana nada más puesto en razón y nada más deseable que abogar por una fértil y asidua colaboración entre la Iglesia y el Estado.
El unánime y noble empeño de ambos poderes, redundará, invariablemente, en beneficio y tranquilidad íntima para la colectividad a cuyo servicio, por querer Divino y cada uno en su esfera, están destinadas por esencia, la Sociedad Civil y la Sociedad Religiosa.
Al reiterarle, Señor Presidente, mi compenetración con el parecer de su carta, quiero hacer provecho de esta oportunidad para significarle mis sentimientos de alta consideración y estima.
Atentamente,
Pbro. Dr. Oscar Robles Toledano