En la cultura política dominicana, la transición de gobierno cuando es del mismo partido suele causar más veleidades, inquietudes y hasta desesperación en los funcionarios que en circunstancias en que el oficialismo entrega el mando a la oposición. En este último caso, todos saben que deben recoger sus bártulos temprano, limpiar el despacho y prepararse para la partida.
En el primero, la situación es distinta, pues todos se creen con derecho a seguir en el cargo que ostentan o, cuando menos, ascender y quizás vivir otra experiencia dentro del gobierno. Esta vez, para el segundo mandato del presidente Luis Abinader, hay un elemento distintivo: el gobernante ha anunciado con antelación que habrá cambios de funcionarios.
Ha sido una declaración pública genérica, sin especificación, a la que ha seguido un manto de misterio porque, al parecer, solo Abinader sabe quiénes se van y quiénes se quedan en el próximo gobierno. Como es costumbre, circulan las listas especulativas de destituciones, ratificaciones, rotaciones y nuevos nombramientos.
Esa fórmula de la especulación circulando profusamente en los mentideros políticos, las peluquerías, los restaurantes y en el mundo empresarial, con el misterio que representa Abinader, inquieta a quienes sospechan que su pobre desempeño los condena inexorablemente a abandonar el gobierno.
Para saber quiénes están hechos un manojo de nervios bajo una tormenta de incertidumbre, tome en cuenta los siguientes parámetros: una obscena autopromoción tratando de exhibir resultados y buscando convencer que son los non plus ultra de las funciones a su cargo.
Otros, de manera descarada, invaden terrenos ajenos y elaboran opiniones no solicitadas sobre transformaciones y proyectos necesarios para intentar dar brillo a un liderazgo mustio, fracasado, sin los resultados que el país ha esperado. A veces me pregunto si son subnormales o piensan que el presidente es un tonto útil, que no está informado sobre metas logradas u objetivos no alcanzados en todas las esferas del gobierno.
Es casi un insulto a la inteligencia salir de los escombros del fracaso para, en una transición, querer proyectarse como influyentes llaves de soluciones. Si fuera yo el presidente, sacaría los primeros decretos de destituciones para estos malabaristas, que como payasos de circo van dando saltos de medio en medio hablando tonterías y generando titulares absurdos.
La transición de gobierno, incluso dentro del mismo partido, debería ser una oportunidad para evaluar honestamente los logros y fracasos, y hacer ajustes necesarios en beneficio del país. La honestidad y la eficiencia deben ser los pilares de cualquier gestión, más allá de las ansias de permanencia de ciertos funcionarios, quienes deben saber que los cargos públicos no son un derecho adquirido.