“La que más influyó sobre mi formación intelectual en estos primeros años, fue doña Rosa Smester, una maestra vocacional que amaba apasionadamente las letras y que distinguía sobre todo a sus discípulos, según el grado de sensibilidad literaria que advirtiera en cada uno de ellos. Estimuló mi afición a la poesía y aprovechaba las visitas que hacía semanalmente al plantel el Intendente de Enseñanza, don Salvador Cucurullo para presentarme como el mejor declamador de su clase”. Joaquín Balaguer
” …Los amables días de mi infancia, florecidos de ilusiones al cobijo de la ternura de doña Rosa Smester, la maestra querida que guio mis primeros pasos por el augusto templo de la Historia, despertó en mi espíritu el amor a la belleza y a la bondad y colmó mi alma ávida y curiosa, de sabias enseñanzas y sanos consejos, perdurarán, aunque el tiempo haya devanado su madeja largos años.” Fefita S, de González
La educadora Rosa Smester Marrero nació en Santiago de los Caballeros en 1874. Hija del farmacéutico guadalupeño Pablo Smester y de la dominicana Trinidad Marrero. Con toda probabilidad, aprendió el francés como segunda lengua a edad muy temprana y se inició en la docencia en 1897[1] como maestra particular de Francés y, en 1898, como perceptora particular en la residencia de la familia Muñoz Morel.
Dos de sus hermanas: María Georgina y Clementina Smester, también se dedicaron a la docencia, dirigiendo ambas sus escuelas particulares. Tanto Rosa, como su hermano Juan Gabriel Smester, residieron en Francia. Rosa, acompañando a su hijo Federico Máximo Smester a París, donde estudiaba Medicina; Juan Gabriel, trabajando en un negocio familiar.
En 1905, Rosa fue maestra de la Escuela Superior de Señoritas de Santiago y directora, en 1907, de la Normal de Montecristi, donde preparó el primer grupo de Maestras Normales. Impartió las asignaturas de Sintaxis, Literatura e Historia. En 1922, fue fundadora de la sociedad San Vicente de Paúl. Se destacó como férrea opositora de la intervención militar norteamericana.
En el libro Rosa Smester maestra de maestras, el historiador Julio Jaime Julia recopila 29 escritos de su autoría, publicados en la revista literaria Iris y en el periódico La Información, así como conferencias dictadas en España, en la Sociedad Cultural Renovación de Puerto Plata y en la Escuela Normal de Santiago, entre los años 1920 y 1940. En estos textos, se tocan temas que fueron de interés en la vida de la profesora Rosa: el feminismo, la crítica literaria, el ejercicio docente, el patriotismo frente a la primera intervención militar, así como su obra literaria, que recoge cuentos y anécdotas biográficas.
A través de la lectura de estos textos seleccionados, se aprecian algunas de las cualidades que se le atribuyeron a la profesora Rosa Smester ya en vida: “figura nacional” “maestra consagrada”, poseedora de “destacadas capacidades intelectuales”, “de las mejores plumas literarias”, de “reconocida erudición”[2].
En sus textos autobiográficos, dos destacan la abnegación con la que proyectó su ser madre y su ser hija. El primero, “Filial”, dedicado a su progenitora, revela cómo fue alfabetizada por ella, cómo a través de ella cultivó el amor por la literatura y el amor que por ella profesa:
“¡Pobre madre! Con el tiempo muchos sucesos de mi vida han caído en el olvido; pero no así los más lejanos, los de la infancia bendita, cuando tú eras mi único amor.”…veo la pobre casita que abrigó mi niñez y vuelven a mi memoria aquellas tardes luminosas, cuando a tu lado, porque siempre tenías en tu regazo a otro pequeñuelo, tú me enseñabas aquellas décimas vernáculas de Alix que eran mi encanto y mi tormento… Bien me acuerdo de nuestras veladas, junto a la lumbre, tú me leías tu libro favorito, la Historia Sagrada; y yo sentada en la mesa, te escuchaba ansiosa hasta que el sueño me rendía”.
El segundo, titulado “Una Página”, redactado en formato de epístola dedicada a su hijo Federico Máximo para ser leída cuando ella muera. En este texto, le desea a su hijo, sobre todo, caminar por la vida apegado a los valores de la nobleza, la bondad, el amor por la ciencia y por la sabiduría: “Quisiera la palabra de oro para vestir mis ideas y que estas, grabadas en tu corazón de niño, te hicieran mañana un hombre noble y bueno… Olvido, hijo mío que para dar es necesario poseer. Estudia mucho, ama la ciencia que da la sabiduría y emancipa al hombre del error…”
En otras de sus anécdotas autobiográficas, resalta la admiración que tiene por Francia, sus vivencias en París como extranjera y como turista, visitando iglesias, museos y haciendo paseos por el Sena.
“…Largo sería contar nuestro VIA CRUCIS. Perdida ya toda esperanza de mejorar nos mudamos a dos cuartuchos, hago todos los trabajos de la casa, me voy por esas calles de Dios, bajo el sol o entre la nieve buscando en donde las provisiones sean más baratas… Lo que no me ha impedido de gozar a veces lo que un millonario ante la contemplación del arte puro, o bien oyendo discurrir a un sabio, o cuando mi hijo aprueba un curso, o leyendo simplemente un poema de Claudel, junto a la fuente de los Médicis…”
En sus textos literarios se destaca una predilección por la prosa preciosista y bien pulida, donde abundan las citas de clásicos de la narrativa y la poesía, se evidencia un vocabulario abundante y un denso abanico de referentes culturales, que van desde la clásica Grecia, la imperial Roma, a la admirada por ella, metrópolis:
“Amanecía. Los rayos del sol doraban las cumbres que circundan aquel pintoresco vallecito, y de todo el contorno se elevaban leves copos de niebla que se disolvían, lentamente en el azul purísimo: olía a flores el ambiente y al canto de las aves murmurio del riachuelo, se mezclan los ruidos del bosque con un himno triunfal que se elevase desde la tierra al cielo.”
Sus textos feministas refieren su adhesión a la Unión de Mujeres Francesas que dirige Madame Bonneschieg en París y a la Acción Femenina que dirige Carmen Karr en Barcelona. En ellos, aunque aparecen expresiones contrarias a una visión feminista[3], aboga por un reconocimiento de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer y una participación más equitativa en la vida pública:
“Ella sabe que la limosna, inspirada por la bondad, es una forma estéril de la compasión y que la verdadera obra de caridad; la que reclama nuestro tiempo, es la de prevenir el mal para no tener que remediarlo; sabe que no basta enjugar simplemente las lágrimas, sino que hay que despertar las energías dormidas, que estimular la actividad y levantar el espíritu desvalido…”
No quiero terminar este artículo sin destacar la relación que establece en sus textos -muy propia de la época- entre magisterio y vocación; magisterio y apostolado; magisterio y altruismo; magisterio y rectitud moral:
“¿Qué es más (preguntaba Sancho a Quijote) resucitar a un muerto o matar un gigante?… Y yo pregunto: ¿Qué es más? ¿Legislar, construir cárceles seguras, crear medios de defensa contra los malvados, suprimirlos si es necesario, o disminuir el número de los candidatos al presidio y al burdel? Clara es la repuesta: lo primero es deber de todo ciudadano digno; pero lo segundo es labor de apóstoles; y es esa la misión de maestro.”
[1] https://www.idg.org.do/capsulas/octubre2010/octubre201023.htm
[2] Publicado por los servicios editoriales del periódico La Información.
[3] Por ejemplo: “La marimacho es un caso de aberración natural y merece compasión”. Dictada en una conferencia en la Sociedad Cultural Renovación en Puerto Plata.