“Los políticos son iguales en todas partes. Prometen construir un puente incluso donde no hay río”. Nikita Kruschev.

En los boletines definitivos de la Junta Central Electoral (JCE), observamos que tres grandes partidos, incluyendo el PLD, se presentan como especies en extinción, comparables a los gigantes dinosaurios de los fantásticos inicios de la Tierra (ver artículo anterior). Entre sus inevitables escisiones, el PRD es el progenitor de las principales organizaciones políticas de nuestro país, entre ellas el PLD y luego el PRM, sin contar otras tantas que sobreviven a la sombra de los partidos con mayor aceptación electoral. El PLD, en un parto forzado, dio origen a la Fuerza del Pueblo, liderada hasta ahora por el doctor Leonel Fernández.

Transitando por la tercera década del siglo, el PRM y el PLD prometen a la sociedad cambios sustanciales y hacer honor a las expectativas de los ciudadanos. Sin embargo, la alta abstención tanto en las elecciones municipales como en las congresuales y presidenciales refleja la crisis de representatividad política que caracteriza nuestra democracia.

Para salvar la situación, algunos sugieren el voto obligatorio como solución. Pero obligar al ciudadano a votar puede resultar en una forma distinta de abstención: la de los votos nulos. El problema no reside en la obligatoriedad del voto, sino en la deshonestidad de los políticos, quienes utilizan los cargos públicos para su beneficio personal, olvidan sus promesas de campaña y compran conciencias para mantenerse en el poder.

La democracia que conocemos parece reducirse a la participación ciudadana cada cuatro años en elecciones libres. En estos períodos, aún se percibe cierto entusiasmo y una participación relativamente importante de los ciudadanos. Sin embargo, la democracia es mucho más que eso; es, en esencia, la redistribución del poder para garantizar a los individuos el ejercicio de sus derechos en libertad y armonía. Este concepto ha sido criticado y reformulado a lo largo de la historia, pero nos quedamos con él.

Para nuestros viejos partidos, la democracia se ha reducido, durante más de cinco décadas, a convocar a los ciudadanos cada cuatro años para votar. Nuestra democracia no ha garantizado el ejercicio de los derechos ciudadanos, incluidos los fundamentales; en ocasiones, incluso los ha negado utilizando la fuerza.

Nuestra llamada Democracia Representativa funciona según las características, motivaciones, valores y cultura política predominantes en el sistema de partidos. Así que este sistema puede hacerla funcional y próspera, o disfuncional e ineficiente.  Dicho de otro modo: los partidos son intermediarios entre la sociedad civil y el Estado. Cuando este rol se degrada, transitamos inexorablemente hacia la ingobernabilidad, incertidumbre, desconfianza ciudadana e inestabilidad democrática.

 Nuestros grandes partidos han negado sus principios fundacionales, haciendo lo contrario a lo establecido en sus programas de gobierno y adoptando características elitistas y excluyentes. Se han convertido en meros instrumentos electorales, promoviendo la desarticulación social al convencer a los electores de que no son los canales adecuados para sus problemas y necesidades prioritarias, sino formaciones que persiguen objetivos grupales y egoístas, desprovistos de la esencia social que debería caracterizarlos.

 Un factor adicional que agrava la decadencia de los partidos tradicionales es su adelgazamiento ideológico y la supremacía de los personalismos. Las estrategias electorales cada cuatro años se convierten en su razón de ser, exponiéndose a serios cuestionamientos desde sus bases sociales.

Por otro lado, los políticos profesionales se están extinguiendo y son reemplazados por actores mediocres con grandes recursos financieros.

La política dominicana se ha llenado de megadivas de dudosa reputación, artistas, empresarios de distintos linajes, líderes religiosos, narcotraficantes y analfabetos funcionales. Ante este panorama desolador, surgen movimientos sociales que buscan articular la sociedad con el Estado de manera eficiente y honesta. Por lo menos, así lo declaran.

La gente se cansa. El ciudadano despierta. La gran decepción llegó con los últimos mandatos del PLD, y ahora los ciudadanos parecen reacios a acudir a los colegios electorales, como demuestran los recientes resultados electorales.

La culpa recae en un sistema de partidos débil, atrapado por una cultura clientelar y utilitarista de las funciones públicas. Estos se mueven en la arena movediza de los intereses corporativos y personales inmediatos. No cumplen, en general, sus promesas electorales ni actúan con base en sus declaradas intenciones programáticas ni críticas constructivas.

El PRM parece ser la última apuesta, y si no cumple sus promesas, seguramente entraríamos en una etapa de predominio del sentimiento popular anti-partido. En un contexto global incierto y peligroso, esto podría abrir la puerta a figuras como Ramfis, un "loco cobrador", o incluso a un Bukele o Noboa. Somos de la convicción de que todavía no es tarde para impulsar los cambios institucionales, económicos, sociales y tecnológicos que demanda la etapa actual del desarrollo nacional.