A Víctor e Ingrid, por todo.

Kandinsky, Composición VIII. 1923

Sicilia, otrora estratégico territorio de la expansión griega hacia el sur del viejo continente, se vio inserta en pleno centro de la disputa que sobre su control protagonizaron Roma y Cartago durante los tempranos lustros del siglo III a.C. Se trataba de la jurisdicción marítimo-comercial del Mediterráneo, principal vía de intercambio entre los dominios africanos y europeos, conflicto en el que la ciudad de Siracusa jugó un importantísimo rol defensivo hasta su ulterior desenlace. La aguerrida resistencia de sus habitantes fue evidenciada en el histórico sitio sufrido por esta comunidad durante la Segunda guerra púnica bajo el liderazgo del general Marco Claudio Marcelo, contienda que culmina con el triunfo de la República Romana y su instauración como poder supremo. Se sabe que muchas de las estrategias bélicas empleadas por aquella heroica ciudad contra las huestes invasoras se les deben a Arquímedes, reconocidísimo astrónomo y matemático cuya genialidad inventora de todo tipo de armas de asedio les atemorizó durante largos meses.

Son múltiples las contribuciones legadas por Arquímedes al conocimiento de las ciencias exactas: apenas bastaría mencionar la aproximación a la solución del valor exacto de los números irracionales, incluyendo el pi, empresa precursora del moderno cálculo integral; la explicación científica del principio de la palanca; la clara diferenciación establecida entre tangente y secante; y un tesonero interés en resolver el problema de la cuadratura del círculo. En efecto, fueron sus estudios de la geometría los que más aportaron a la futura comprensión del espacio bidimensional y tridimensional que influenciará irreversiblemente la ingeniería y las artes a venir. Noli Turbare círculos meos —“No molestes mis círculos”— fueron las últimas palabras expresadas por este brillante hombre justo antes de morir asesinado por un soldado mientras trabajaba; gracias a sus agudas observaciones, se consolidará como verdadero maestro de las formas tras convertirse en el primero en establecer, entre muchos otros descubrimientos, que el área del círculo estaba determinada por el producto de pi sobre el radio al cuadrado, aparente banal concepto mas uno de naturaleza transformadora de las ciencias aritméticas.

Cabe destacar que desde los orígenes del pensamiento racional, las consideraciones sobre la figura lenticular provocarán al Hombre de todas las civilizaciones quien, sorprendido ante su inescrutable perfección, la hará motivo místico para posteriormente ser abrazada por la Filosofía, la Arquitectura, las artes plásticas, y, por supuesto la poesía, lenguaje último del sentir y metáfora del infinito partir y retornar del ciclo vital. Desde la más remota antigüedad, pues, círculo designará origen, eternidad, universo y plenitud; incuestionable perímetro de la omnipresencia divina. Más tarde se convertirá en útil instrumento para la comprensión y medición del tiempo, tal cual representaron el reloj y la brújula. Y si bien, contrario a la línea recta, Aristóteles le adjudicará primacía como forma perfecta, Vitruvio armonizará cuadrado y círculo inmortalizando la noción helénica de la relación entre parte y todo; la cuasi mágica proporción áurea abrazada por Da Vinci. Por último, no se olvide eso sí, cómo en la circularidad metatextual del poema, Lezama Lima adoptará el ojo-esfera como eje facilitador del tránsito de la mirada interior hacia el mundo exterior en provocador ejercicio ontológico.

La concepción y ejecución de la faena artística sobre el lienzo siempre ha estado supeditada al dominio de la geometría, sea esta esqueleto facilitador de la perspectiva, de la proporción, o de la forma, e incluso, motivo pictórico propiamente dicho ejemplo paradigmáticamente representado en la obra del incomparable Vasili Kandinsky (1866-1944) especialmente gracias a su empleo del círculo como símbolo o propósito temático. “El círculo —sentenció una vez— es la síntesis de las mayores oposiciones. Combina lo concéntrico y lo excéntrico en una sola forma y en equilibrio. De las tres formas primarias, apunta más claramente a la cuarta dimensión.” Así, en una de las más importantes muestras de este maestro de la conceptualización abstracta exhibidas en las últimas décadas, el neoyorkino Museo Guggenheim ha reunido decenas de trabajos en una exposición que no por coincidencia ha titulado “Vasili Kandinsky: Alrededor del círculo”.

Recuérdese que desde su fundación, la icónica pinacoteca abrazó el revolucionario trabajo de Kandinsky adquiriendo para su primera colección Composición VIII (1923), un pionero óleo revelador del innovador uso del formato, las siluetas y el color inventados, mas no observados. Semejantes rasgos pictóricos coincidían con la noción arquitectónica del diseñador del museo, el eterno Frank Lloyd Wright, siempre preocupado por concebir un entorno donde la forma orgánica basada en los principios de la naturaleza conviviera armónicamente con el espacio y este, a su vez, con el arte que alojaría. Forma y función como entidad única integradas en comunión espiritual, en sus propias palabras, explicaron la concepción de semejante deslumbrante lugar —museo en sí mismo— en el que una gigantesca escalera en espiral descendiente se ofrece para exhibir, y desde la cual se accede a múltiples alas individuales anexas similar al árbol que ofrenda sus ramas.

El devenir del Kandinsky maduro partirá del abandono de la representación (figurativa y escénica) y se consolidará con el abrazo definitivo a la abstracción, proceso acontecido desde diferentes geografías (Rusia, Alemania y Francia), y, sobre todo, alimentado por las vanguardias predominantes en aquella turbulenta época. Marcado por múltiples estéticas (Expresionismo, Constructivismo y Cubismo) a juicio de la curadora Carmen Hermo, Kandinsky logró distanciarse de la imitación y retrato de la naturaleza a fin de liberar el color de su tradicional rol descriptivo. De tal forma, le convirtió en instrumento que reflejará eso que está presente más allá de la simple observación: las emociones e interioridades del artista. Lo mismo podría afirmarse sobre las intenciones ocultas tras su empleo de la línea, el trapecio, y el círculo con el fin de conformar un lenguaje gráfico de naturaleza universal particularmente evidente durante su etapa experimental en la escuela Bauhaus.

Kandinsky, Muchos círculos. 1926

La exposición que nos ocupa está organizada intencionalmente en sentido cronológicamente reverso en tanto que tal disposición persigue reflejar la trayectoria circular de Kandinsky, narrar una historia en la que las huellas remanentes de la representación se valdrán de la abstracción en la perenne persecución de lo espiritual que siempre le obsesionó. En los niveles inferiores del museo encontraremos trabajos ilustrativos de sus últimos años productivos, particularmente en Francia, en los cuales se evidencia la influencia surrealista en temáticas relevantes a las costumbres de su región de origen y afición por las ciencias naturales. En los pisos intermedios aparecerán vestigios de las vivencias del docente en la progresista Bauhaus, para culminar con las experimentaciones del joven pintor correspondientes al Múnich decimonónico en las que emplea la composición y la poesía.

En esta muestra, abierta hasta septiembre 2022, destacan dos singulares telas: la ya mencionada Composición VIII (1923), y Muchos círculos (1926). En la primera, aparecen marcas del simbolismo paisajista evocador del avant-garde ruso al que Kandinsky estuvo expuesto, pero del cual posteriormente se aparta a fin de experimentar con configuraciones matemáticas y geométricas “objetivas” y evocar las “subjetividades” de las emociones que otorgarán al observador absoluta libertad interpretativa. Nótese la referencia a la imagen solar dominante en el perímetro superior izquierdo de este óleo la cual, extendiéndose en sentido opuesto, abraza una serie de imágenes triangulares alusivas al paisaje montañoso de una campiña. El riquísimo colorido esparcido por doquier explora exitosamente el maridaje forma-color y su correspondencia con el efecto psicológico provocado; no en vano Kandinsky dedicó páginas enteras a detallar sus consideraciones sobre las relaciones entre color y alma en el deslumbrante ensayo De lo espiritual en el arte, imperecedero texto teórico que publicase en los albores de la primera gran Guerra y del cual extraemos un pertinente párrafo:

“Nuestra alma, que después de un largo período materialista se encuentra aún en los comienzos del despertar, contiene gérmenes de la desesperación, de la falta de fe, de la falta de meta y de sentido. Todavía no ha pasado toda la pesadilla de las ideas materialistas que convirtieron la vida del universo en un penoso juego sin sentido. El alma que despierta se halla aún bajo la impresión de esta pesadilla. Sólo una débil luz alborea como un puntito único en un enorme círculo negro. Esta débil luz es sólo un presentimiento que el alma no se atreve a ver, dudando si la luz será un sueño y el círculo negro la realidad (…) Cada cuadro encierra misteriosamente toda una vida, toda una vida con muchos sufrimientos, dudas, horas de entusiasmo y de luz. ¿Hacia dónde se dirige esta vida? ¿Hacia dónde clama el alma del artista, si también participó en la creación? ¿Qué proclama? “Enviar la luz a las profundidades del corazón humano es la misión del artista”, dice Schumann…”

En la búsqueda de su propio vocabulario pictórico, Kandinsky logra un ritmo geométrico que en la escena de la obra previamente mencionada es reminiscente de la musicalidad liberadora del Jazz orquestada por líneas, curvas, círculos y triángulos por momentos pulsátiles y dinámicos, y en otros, ejemplificadores de la calmada paz insignia del alma sensibilizada. La veintena de esferas multicolores inscritas en Composición VIII, a juicio de la crítica, se constituirán además en anticipo de ulteriores propuestas que representarán la tan ansiada armonía cósmica y universal presagio de ese mejor futuro que siempre ansió para la humanidad entera.

Un segundo cuadro que ocupa un importante lugar en la muestra exhibida en el Guggenheim —incomparable monumento al arte moderno de la mítica Quinta avenida de Nueva York— y que lleva como título Muchos círculos (1926), demuestra cómo Kandinsky experimenta con la relación establecida entre superficie e imagen en tanto que los múltiples perfiles representados en colisión sugieren la presencia de un movimiento de corte cósmico; etéreo si se quiere. Danza en la que las referencias a la astrología son más que obvias, y, sobre todo, una que invita al testigo a hacerse presente en la gesta provocadora del espíritu que emana del cuadro.

Este enigmático lienzo nos enrostra un gran globo negro, de hecho, la superficie más negra de todas las dibujadas, que aparece inserto en el perímetro de otro de tonos azules circunscritos en un halo blanco. Parecería que se nos insinúa la portentosa presencia de una suerte de agujero desde donde escapan múltiples círculos menores, evidente alegoría al origen del Universo y a la archiconocida teoría del Big Bang. A pesar de que en los lienzos donde lo geométrico asume un rol preponderante Kandinsky fuese fiel a sus consideraciones sobre la especificidad de los colores asignados a las formas (el triángulo sólo podrá acoger al amarillo, el rojo pertenece al cuadrado, y el círculo al azul), en Muchos círculos, por el contrario, nos regala una amalgama de tonos libres. Arrebato de luces y emociones que de seguro poblaban el territorio de sus sueños e igual sacudían el pensar de hombres y mujeres habitantes de aquella atormentada época que les tocó vivir. Tiempos, que como el hoy, fueron testigos de los grandiosos y a la vez profundamente trágicos eventos experimentados por la modernidad occidental, y, por supuesto, su Rusia natal.