La sociedad estadounidense se ha proclamado como “el melting pot” de las etnias del mundo. Por ese afán crearon, el fenómeno Obama (mezcla de padre keniano y madre irlandesa, pero criado por los abuelos blancos en Hawái). En la carambola de la política, se buscó la misma fórmula para resaltar este efecto de crisol migratorio y apareció Kamala Harris para ser la vicepresidenta y resulta que de vice pasa a ser la virtual candidata presidencial demócrata.
Ya he sostenido que el problema identitario de Kamala (con un apellido de raigambre sajona por matrimonio) no la lleva a identificarse con el barrio de cultura africana de su California natal. Porque su padre era de raíces antillanas (de la antigua colonia española de Jamaica, arrancada a España por fracasar el General Penn y el Almirante Venables en la conquista de la isla de La Española) y de una madre de la península indostánica, más precisamente del sur de la India, alejado del norte donde surgieron los “arios”, la etnia del hombre blanco.
¿Sería juicioso adoptarla los caribeños de la diáspora como su coetánea y visibilizarla como una de los nuestros? Entiendo la debilidad de la identidad latina en los Estados Unidos: los dos bloques predominantes son los “chicanos” y los “boricuas”, con agendas diferentes al resto de la cofradía del sur del río Bravo.
Soy consciente de que éste es un tema menor, pero es un detalle curioso que puede darle un giro al colorido paisaje electoral estadounidense. ¿Verdad? Tal vez Kamala salga cantándonos reggae en recuerdo de Bob Marley, el jamaiquino más famoso y universal, para ser una “chica del Caribe” de pleno derecho.