El pasado miércoles, 31 de enero, se celebró el Día Nacional de la Juventud, fecha en la que también recordamos el nacimiento de Don Bosco, santo, guía y maestro de niños, adolescentes y jóvenes y fundador de la Congregación -familia- Salesiana, a quienes, fundamentalmente, debemos la celebración de dicha fiesta y que tanto han contribuido con su formación humana, educativa, técnica, cristiana y deportiva.

Siempre escucho decir, y lo repetimos hasta la saciedad, que la juventud es el futuro y que la gestión del presente corresponde a los adultos mayores. Esto no es cierto. Dicha afirmación parte de una actitud pesimista y conservadora. Si los jóvenes fueran el futuro ¿para qué y por qué se incentiva la creatividad en los jóvenes, a que tengan iniciativas, sean emprendedores y desarrollen proyectos?, ¿no es para que se ejecuten en el presente y no se vean aplazados para un futuro incierto?

Aunque hay muchas tareas pendientes, en el país estamos dando pasos importantes de integración de la juventud en la concepción, diseño, desarrollo y ejecución de planes, proyectos, tareas y actividades de interés nacional, tanto en el ámbito privado como público.

Ello ocurre porque muchas personas e instituciones han hecho una labor de concientización directa de la juventud y de sensibilización del liderazgo y la dirigencia política y gubernamental para que, en lugar de relegar o restringir a los jóvenes en los temas cardinales de nuestra vida social, se le den las mayores oportunidades para que estos vean realizar sus sueños, ideales y derechos.

Si de derechos de participación se trata, de manera particular para los jóvenes, no podemos perder de vista el sentido que tienen los derechos ciudadanos y fundamentales en la Constitución. La dimensión práctica, concreta y material de los derechos (no es derecho lo no realizable, Jhering) implican la participación real de quienes tienen, en democracia, el poder popular autónomo, los ciudadanos y con ellos la juventud, lo que no debe ser visto como amenaza del poder político y económico, tantas veces concentrado, sino como una gran oportunidad para que adultos mayores y jóvenes seamos corresponsables de la solidez institucional, del mayor alcance posible de los derechos para todos y del desarrollo sostenible.

El poder popular, en este caso a través de la juventud, entraña, genuinamente, su fortalecimiento y ampliación, pues la Constitución y los instrumentos internacionales de derechos humanos han garantizado el ingreso de la ciudadanía, y en particular de los grupos más desventajados, excluidos, pobres y jóvenes en conflicto con la ley, como lo quería e hizo Don Bosco. Sin embargo, como afirma Gargarella, es hora de que se consagre su ingreso en la “sala de máquinas” de la Constitución.

Con ello lo que deseo significar es que los jóvenes, lejos de ser de figuras de futuro, son entes y motores del desarrollo hoy y ahora y, como tal, si bien el gobierno del Estado ha venido dando demostraciones, sobre todo durante las últimas tres décadas, de su entendimiento e implantación, no menos cierto es que la labor no puede detenerse para lograr el cambio más sustancial de mentalidad.

Son los jóvenes que a lo largo de la historia han hecho posible la creación de las grandes civilizaciones, religiones, conquistas de nuevos mundos y los que han sido grandes inventores y creadores de arte y ciencia.

De ahí que, debemos conciliar la madurez de los adultos mayores con la de tantos jóvenes que, con sus aportes, han hecho posible las más grandes transformaciones, científicas, tecnológicas, económicas, religiosas, artísticas y culturales.

Son muchos los responsables de superar, en gran medida, la concepción de que el desarrollo y el gobierno deben estar solo en manos de oligarcas y burócratas adultos mayores y de la necesidad de dar responsabilidad directa a la juventud en los temas más trascedentes del país.

Le debemos mucho a los salesianos del mundo y, en especial, de nuestro país, por este cambio de mentalidad que se viene experimentando y que tanto ha incidido en nuestro progreso y en la lucha para superar la discriminación, la exclusión y la pobreza.

Deseo felicitar a todos los salesianos del mundo, en la persona del inspector de los salesianos para la Antillas, el muy apreciado P. José Pastor Ramírez y a toda la juventud, por sus grandes aportes al desarrollo, humanización y cristianización como a quienes desde el gobierno han permitido y propiciado los avances alcanzados.

¡Cuánto más marchamos, mayor es el compromiso que asumimos para la consolidación y expansión de los derechos!