La primera vez que oí el nombre de Julia Álvarez fue al Dr. Jesús Barquet, poeta y ensayista cubano, que luego sería mi profesor en New State University, en el año 1995. Recuerdo que me mostró el programa de lectura del Master en Literatura Hispanoamericana de NMSU, donde figuraba la novela De cómo las chicas García perdieron su acento. Barquet me reveló su admiración por esta novela que, para mí, era inédita, como también lo era su autora. Para ese entonces, Julia Álvarez era prácticamente una desconocida en tierra dominicana –de donde partió a los diez años, después de haber nacido en Nueva York, seis meses antes. De modo que, aunque creció en la República Dominicana, aprendió desde muy chica a hablar y escribir en inglés, por lo que su primera obra la escribió en la lengua de Shakespeare –como también ha escrito toda su producción literaria hasta hoy.

El dilema que presenta su recepción, y en especial, el reconocimiento de su tierra es, desde luego, ambiguo y contradictorio, pues los dominicanos no la reconocen como autora dominicana, porque no escribe en español, a pesar de que trata temas dominicanos, vinculados a su infancia. Lo mismo acontece con Junot Díaz, quien también escribe en inglés, pese a que aprendió a hablar español, aunque no a escribir. Tanto Álvarez como Díaz se propusieron aprender español, pero no se sienten con la competencia de escribir en la lengua de Cervantes. Solo son capaces de comunicarse. Ambos hablan un español con acento. Julia Álvarez lo habla con marcado énfasis cibaeño, es decir, con vocalizaciones, giros y tonos de la región norte del país, en tanto que Díaz habla un español que aprendió en los barrios de Nueva York, escuchando a los dominican york del Alto Manhattan, en esos ghettos donde creció, donde aprendió y captó el humor, el desenfado y el doble sentido de muchas de las expresiones que usa en sus obras. Entre ambos se plantea el dilema y la paradoja, de si son autores dominicanos por no escribir en español, aunque sus temas sean netamente criollos. ¿Dejó de ser irlandés Samuel Becket, por escribir gran parte de su obra en francés, y no en inglés? ¿Dejó de ser checo Kafka, por escribir en alemán, no en checo ni en yiddish? ¿Y Nabokov, dejó de ser ruso, cuya obra de su exilio en EU la escribió en inglés? ¿O Cioran y Ionesco, rumanos, cuyas obras primeras las escribieron en rumano, pero el grueso de sus obras de madurez fue escrito en francés?

Si una obra pertenece por derecho propio a una nacionalidad, de acuerdo a su tema, habría que afirmar que una de las mejores novelas sobre el dictador Trujillo y su régimen sería La fiesta del chivo, del Premio Nobel peruano, Mario Vargas Llosa, a pesar de que sobre esta temática se han escritos decenas de novelas en la isla. Si tanto Junot Díaz como Julia Álvarez escriben en inglés, pese a que aprendieron después de adultos el español, siempre han tratado el tema dominicano, su drama inmigratorio en sus obras, y, cuando no, hacen un viaje a la semilla de su infancia dominicana. En Junot Díaz, del barrio de Villa Juana, de donde salió de cinco años, y en Julia Álvarez, de Salcedo, una provincia del Cibao, de donde eran oriundas las hermanas Mirabal, de cuyas vida, drama y muerte, partió para escribir su novela En el tiempo de las mariposas —que fue llevada al cine exitosamente.

La recepción en nuestro país de las laureadas obras de Junot Díaz y de Julia Álvarez–editadas en español por el sello Alfaguara–, tiene sus aristas. Para la mayoría de los dominicanos –y en especial para los críticos literarios y profesores de literatura–, ellos no son autores dominicanos. Lo dicen bajo la premisa de que no escriben en español sino en inglés. De ser así – estimo, y como dije antes-, Nabokov y Samuel Beckett no debieron seguir siendo autores de sus patrias de orígenes, sino de sus patrias de adopción, pues Nabokov era ruso y aprendió a hablar y a escribir en inglés, y Beckett era irlandés y aprendió a hablar y a escribir en francés, y en ambos casos, sendos autores, continuaron siendo reconocidos como autores de sus patrias de origen. “La patria es la lengua”, ya lo han dicho muchos, entre ellos Unamuno. ¿Sigue siendo válido ese apotegma tras la globalización? Pero también la patria es una opción, una actitud de vida, y aun, un destino porque la patria nativa es un sentimiento, un estado de ser. Si tanto Julia Álvarez como Junot Díaz dicen que son dominicanos (y así lo hacen constar en sus libros, en la nota biográfica de la solapa), entonces, son dominicanos, aunque escriban en inglés. Además, sus temas son dominicanos y sienten como dominicanos, aunque quizás no piensen en español al escribir, pero sienten y aman la tierra de sus padres y de sus ancestros. Este drama existencial, que viven estos autores, los coloca en un limbo jurídico y lingüístico, aunque no vital y existencial. Sus memorias están marcadas por la historia de su patria, por la tierra de sus padres. Si la patria de un escritor es la lengua en que escriben -como siempre se dice-, entonces Junot Díaz y Julia Álvarez no son autores dominicanos ni tampoco hispanos, pues escriben en inglés, la lengua de su patria de adopción y crecimiento, de formación académica y profesional. No hay dudas que este laberinto cultural y ontológico genera en todo escritor inmigrante –exiliado o autoexiliado, diaspórico o exilarca– un desarraigo existencial que transforma su espíritu, su sentimiento y su visión del pasado y del futuro –es decir: su concepción temporal de la historia. Un escritor, en efecto, no tiene una patria en sí. Su identidad se diluye en su lengua de expresión, en la que escribe y expresa su visión del mundo y de la vida, de la sociedad y de las cosas: vale decir, sus ansias, miedos, temores, iras, pasiones, amores y deseos. El escritor existe, en efecto, en una lengua-cultura determinada

Julia Álvarez se fue a vivir a Estados Unidos desde los diez años, y solo escribe en inglés, aunque conserva sus raíces culturales, que reivindica, hasta el punto de que, durante varios años, se pasaba la mitad del año en Estados Unidos y la otra mitad -con su esposo norteamericano- en una finca en Manabao, un campo de Jarabacoa, cultivando café orgánico. De ahí que nunca se ha despegado de su pasado, a pesar de que siempre ha escrito sus libros en inglés. En una ocasión, Aída Cartagena Portalatín, le dijo: “Resulta absolutamente increíble que una dominicana se ponga a escribir en inglés; vuelve a tu lengua. Tú eres dominicana”.

Julia Álvarez, mucho tiempo después, le respondió a Aída Cartagena en una carta, de esta manera: “Yo no soy una novelista dominicana, ni siquiera una dominicana en el sentido tradicional del término (…) Yo narraría historias diferentes, escribiría poemas que tendrían un ritmo diferente si yo viviera allá, si enjugara allá mis lágrimas, y si estallara allá mi risa (…) tiene usted razón, Doña Aída, tampoco soy norteamericana. No escucho los mismos ritmos en el inglés que aquellos que lo tienen como lengua materna. A veces, en el inglés lo que oigo es el español y viceversa. Es por eso que me defino a mí misma como una escritora a la vez dominicana y estadounidense”. (Citado por la académica francesa, Catherine Pelage, en su artículo “La escritura emigrante de Julia Álvarez o como descubrir en su inglés la huella de sus raíces dominicanas”, traducción de Juan Carlos Mieses, País Cultural, No. 15, Año IX, marzo de 2014, Ministerio de Cultura de la República Dominicana).

Como se ve, nuestra novelista se siente dominicana, no americana, pero no escribe igual que los dominicanos porque no vive en la República Dominicana desde la adolescencia. Sin embargo, admite que tampoco puede escribir en inglés, como lo haría una persona cuya lengua materna es la lengua de Shakespeare. Reconoce que cuando escribe en inglés escucha los sonidos de este idioma. De ahí que se defina como dominicana y norteamericana a la vez. Esta definición es también una sentencia categórica contra los que piensan lo contrario y la critican por su doble condición de autora de la diáspora dominicana, pero que, al igual que Junot Díaz, escribe en inglés, siendo ambos dominicanos de nacimiento y norteamericanos por adopción y ciudadanía. (En tal virtud, Franklin Gutiérrez, en su Diccionario de Literatura Dominicana, incluye, tanto a Julia Álvarez como a Junot Díaz).

Este tipo de literatura de la diáspora, que hacen los latinos emigrantes –o desnacionalizados o trasterrados–, cuyos padres son latinoamericanos, pero nacidos en el territorio americano o emigrados desde muy joven o desde niños, está tomando mucha presencia en Estados Unidos, y ha dado ya dos premios Pulitzer: Oscar Hijuelos y Junot Díaz –de origen cubano el primero, y de procedencia dominicana el segundo (Hijuelos, fallecido en 2013, autor de la novela Los reyes del mambo, fue llevada con éxito al cine como Los reyes del mambo tocan baladas de amor, protagonizada por José Alberto “El Canario” y Celia Cruz, y Díaz con La increíble y maravillosa vida de Oscar Wao). Es claro que a estos autores les favorece el hecho de escribir en inglés, pues les garantiza tener un mayor mercado editorial. Sin embargo, la lengua desde donde escriben, les ha creado un conflicto complejo acerca del cuestionamiento sobre su identidad: en el caso de los autores dominicanos, la dominicanidad, pese a tratar temas dominicanos en sus obras. Los poemarios, libros de artículos y novelas de Julia Álvarez, la enmarcan en una dualidad, en un dilema lingüístico-cultural que permea su literatura, su mundo verbal y su imaginario sentimental. Su obra es la expresión de una “escritura emigrante”, en movimiento y desplazamiento de su propia impronta identitaria, en la que la dualidad cultural se ve marcada por la relación emigrar-inmigrar. En el fondo de esta cuestión de la identidad se refugia una búsqueda existencial, ontológica, que está vinculada a su origen, identidad lingüística y destino vital. Julia Álvarez nació en 1950, en Nueva York, pero a los seis meses retorna con sus padres a la República Dominicana para luego marcharse a los diez años de nuevo a Nueva York, y de ahí que introduzca en sus textos, giros y frases del habla dominicana, en especial, de su niñez rural y provinciana. De ahí que diga:

 

“Ese campuno constituyó mi verdadera lengua materna. No el español de Calderón de la Barca ni el de Cervantes, si siquiera el de Pablo Neruda, sino el de Chucha, iluminada, Gladys y Ursulina, que eran nativas de Juancalito, de Licey, de Boca de Yuma y de San Juan de la Maguana”.

De la identidad monolingüe de su infancia dominicana pasa a una cultura lingüística bilingüe, al arribar a los Estados Unidos, donde se formó y educó. Su lengua de comunicación es una lengua de exiliada, de inmigrante forzada, cuya experiencia plasma en sus obras narrativas, al poblarlas de nostalgias, con su mundo infantil y adolescente. Para ella esa etapa de su vida corresponde a su paraíso perdido. Con la salida de sus padres, en 1960, de la República Dominicana, huyéndole al régimen de Trujillo, cuando ella apenas tenía diez años de edad, comienza su periplo de errancia. Vivió así una especie de refugio voluntario, pero que significó una apertura a otro mundo, que le abrió su sensibilidad y su imaginario a otras fuentes de aprendizaje, que fueron vitales como materia prima, en el proceso de invención de su mundo novelesco. El uso de la lengua inglesa, como medio de expresión lingüístico, le permitió establecer, desde luego, una relación dolorosa, pero nutritiva, entre la lengua de sus padres y la lengua de adopción. Ese conflicto lingüístico ha funcionado en su vida profesional y de escritora como un dilema existencial. Aunque Julia Álvarez hable en inglés, y sus novelas se traduzcan al español, sus personajes y narradores se expresan en un tono castellano, con matices del habla dominicana, concretamente, de la oralidad rural dominicana. Las frases en inglés están condimentadas por el humor del habla cotidiana vernácula. Escritas en inglés, las novelas de Álvarez conservan, sin embargo, el contexto de su patria de origen, con sus inflexiones y giros expresivos. Sus ficciones narrativas se alimentan pues de su entorno familiar.

La recepción masiva de las obras de Julia Álvarez en la República Dominicana, realmente no se inicia con De cómo las chicas García perdieron su acento (1991 ), sino a partir de la publicación de En el tiempo de las mariposas (1994). A partir de esta novela de Álvarez se filmó una película protagonizada por Salma Hayek, Edward James Olmos y Marc Anthony, titulada en inglés “In the time of the butterflies”, rodada en gran parte en la República Dominicana, y que contribuyó a la difusión y conocimiento de este hecho, y, desde luego, a la lectura masiva de esta novela, en la que su autora logra, con extraordinaria magia imaginativa, frescura dialógica y trascendente fuerza sensible, recrear este nefando capítulo de la historia dominicana contemporánea, con deslumbrante y conmovedora maestría narrativa.

Otra obra narrativa que tuvo, aunque no igual impacto, pero sí una notable recepción, fue En el nombre de Salomé (2000), ya que se trata de la historia de una hija de la insigne poetisa dominicana Salomé Ureña de Henríquez, madre de los ilustres intelectuales Pedro y Max Henríquez Ureña, y de Camila Henríquez Ureña, y esposa de Francisco Henríquez y Carvajal, intelectual, político y ex presidente de la República. Y por tratarse de esta distinguida familia, y de la vida íntima de Camila, desde luego que esta obra tuvo la recepción que se esperaba. Las demás novelas de Álvarez no han tenido ni alcanzado estos niveles de popularidad en el país. Recientemente, ella publicó Una boda en Haití, que, por tratarse de un tema polémico, que involucra la tensa relación histórica y política con nuestro vecino, se espera que tenga una gran recepción crítica.

Con Junot Díaz ocurre algo similar, ya que estamos ante un narrador que se dio a conocer con su libro de cuentos Drow (1996), traducido al español con el título de Negocios, que tuvo una gran acogida en el público dominicano, y más aún, cuando este joven autor recibió un tentador contrato por una editorial de Estados Unidos. Luego vendría su aclamada y laureada novela La increíble y maravillosa vida de Oscar Wao, cuyo título en inglés es “The brief wondrous life of Oscar Wao”, que ganó en 2008, el prestigioso premio Pulitzer, el John Sargent, el Premio de la Paz de Dayton y el Book Critics Circle National Award, calificada por New York Magazine como la mejor novela del año 2008, y por la revista Time como el número uno de las diez mejores novelas del año 2007. Posteriormente, Díaz de publicaría otro libro de cuentos titulado “This is show you lose her (2012)”, y traducido al español por el sello editorial Alfaguara como Así es como la pierdes.

La increíble y maravillosa vida de Oscar Wao está ambientada en New Jersey, pero tiene como telón de fondo la Era de Trujillo de República Dominicana. Narra la vida de Oscar de León, un niño dominicano que crece en New Jersey, afectado por la maldición que cayó sobre su familia y obsesionado con los videos juegos, los comics y la ciencia ficción. La novela tiene notas a pie de página que actúan como recursos intertextuales y referencias culturales e históricas, que bien pueden prescindirse en el curso de su lectura, pues actúan como contrapunto con la ficción, y son innecesarias para el público dominicano porque se tratan de informaciones y anécdotas de la historia y la intrahistoria del régimen de Trujillo. La identidad interviene como contrapeso entre lo masculino y lo femenino, el poder y la opresión, la historia y la ficción. La increíble y maravillosa vida de Oscar Wao es una novela sobre la era de Trujillo, pero narrada desde la orilla, desde la óptica narrativa de un sujeto que no vivió la época, y que cuenta historias que a su vez escuchó de sus padres cuando niño. Esta novela se lee, en efecto, como una historia paródica contada por el personaje, Yunior de las Casas, un narrador omnisciente, compañero de estudio de Oscar Wao, y quien aparece en otros cuentos de Junot Díaz como su alter ego. Oscar Wao es una especie de nerd, incapaz de hacer conquistas amorosas y con poco éxito con las mujeres porque sus aficiones son los dibujos animados y la lectura de textos de ciencia ficción. La novela cambia de perspectiva narrativa en diferentes capítulos, lo cual hace más fluida la historia, pues es un recurso narrativo que le confiere ritmo al relato de ficción.

La recepción de Junot Díaz es diferente, pues es un autor, no una autora, con un estilo diferente, mucho más desenfadado, que rescata el habla soez de los dominicanos inmigrantes de Manhattan, de baja formación académica, pero con una gran carga de humor y erotismo. Ambos tienen en común que hicieron una master en escritura creativa: Díaz en el MIT, de Massachusetts y Álvarez en New York, y de que ambos enseñan en universidades americanas.

La lectura de ambos autores se divide entre un público mayormente femenino, el de Álvarez, y un público especialmente de jóvenes autores y lectores, en el caso de Díaz. A Julia Álvarez la unen lazos afectivos con su país de origen, y también a Junot Díaz, que está tratando de restaurar sus raíces dominicanas. Entre ambos autores, Díaz nacido en 1968 y Álvarez en 1950, hay un futuro promisorio, en razón de que son latinos, provenientes de una minoría étnica de inmigrantes newyorkinos, cuyas novelas y cuentos reflejan, en cierto modo, la idiosincrasia de sus ancestros y parte de la historia sentimental de la República Dominicana, por lo que cada día conquistan nuevas generaciones de lectores y admiradores, por sus temas y su lenguaje narrativo. Estas historias despiertan el interés y encienden la curiosidad de todo el mundo, y de los que quieran conocer las costumbres y los modos de vida de otras culturas y de otras regiones del mundo, en especial, de las culturas hispanoamericanas y caribeñas. Estos autores del Caribe Hispánico constituyen parte del centro de atracción del gusto de los lectores estadounidenses, y seducen por la fantasía de sus historias y el exotismo del realismo maravilloso y mágico de estas regiones insulares, otrora tesoros de las potencias coloniales europeas.