“La historia no es el pasado. Es el presente. Cargamos nuestra historia a cuestas”. James Baldwin
Vivir parte de mi vida en Estados Unidos me ha ayudado a entender mejor cómo funciona la desigualdad racial, una de las formas más importantes de desigualdad en el mundo. Ese aprendizaje empezó casi inmediatamente después de llegar a estudiar allá, días antes del trágico 11 de septiembre de ese país (recordemos que en Latinoamérica ya teníamos el terrible 11 de septiembre del 1973 en Chile). Ya sabía, por lo mucho que vemos de la cultura estadounidense en los medios, que la comunidad afroamericana ha sido históricamente una de las más discriminadas desde que se empezó a formar con las personas traídas a la fuerza desde África en el comercio esclavista que había iniciado un siglo antes trayendo más de 10 millones de personas al continente empezando por nuestra isla en el mismo centro del Caribe.
Sin embargo, desconocía lo diferentes que son la cultura y las actitudes políticas de la comunidad afroamericana como resultado de esa historia. Por ejemplo, poco después del 11 de septiembre, me sorprendí al escuchar a Chris, uno de mis compañeros de clases afroamericanos en la Maestría en Política Pública en Harvard explicando que su comunidad era la única que en las encuestas que no estaba convencida de que invadir Afganistán y luego Iraq era la respuesta adecuada al ataque. La historia les daría la razón y, de hecho, ése era también el consenso entre las y los estudiantes internacionales, especialmente entre quienes veníamos de Latinoamérica y conocíamos la historia de docenas de invasiones de EEUU en la región.
Pero no sabía que esa era también la postura de la mayoría de las personas negras en ese momento. Y Chris explicó en uno de los muchos eventos que tuvimos sobre el tema en la Escuela Kennedy de Gobierno que esa opinión, totalmente opuesta al fanatismo que generó el gobierno de George W. Bush, se debía a la falta de confianza que tiene la comunidad afroamericana por la discriminación que ha sufrido históricamente incluso a manos de su propio gobierno. Es un patrón que no solo incluye el sistema esclavista en sí, sino los experimentos médicos con mujeres negras esclavizadas y luego con hombres negros desde 1932 a 1972 enfermándolos de sífilis para estudiar la enfermedad (el infame estudio Tuskegee), el no cumplir las promesas de la llamada “reconstrucción” de dar tierra y animales a las y los ex esclavos para que pudieran mantenerse, el hacerse de la vista gorda con los miles de linchamientos y otros asesinatos de personas negras por décadas, la segregación de los espacios públicos en el sur de EEUU y más recientemente la “guerra contra las drogas” y el encarcelamiento masivo de personas negras y latinas a la que llevó generalmente sin apresar a las personas blancas cometiendo el mismo crimen. (El documental “13th” sobre la 13era Enmienda a la Constitución de EEUU es una fuente excelente sobre estos temas).
De hecho, la discriminación y los prejuicios contra la comunidad afroamericana (y otras comunidades incluyendo la nuestra) continúan hoy hasta en la manera en que se da cobertura a sus luchas. Por ejemplo, durante la expansión del movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) en el verano del 2020 la mayor parte de los medios tanto dentro como fuera de EEUU destacaban la destrucción de propiedades que se dio en algunas de las protestas queriendo hacer creer que el movimiento es violento por naturaleza y que solo eran personas de la comunidad afroamericana. Sin embargo, como destaca un artículo del New York Times y un mapa interactivo que uso mucho en mis clases (publicado el 3 de julio del 2020 por Larry Buchanan, Quoctrung Bui y Jugal K. Patel) casi el 95% ocurrieron en pueblos y ciudades predominantemente blancas y la mitad de quienes protestaban era la primera vez que lo hacían.
Recordé estas diferencias porque justamente antes de ayer, el 19 de junio, se conmemoró la celebración más importante para la comunidad afrodescendiente de Estados Unidos: el llamado Juneteenth cuyo nombre viene de combinar las palabras “June” (junio) y “nineteenth” (diecinueve). Juneteenth es el 4 de julio o día de la libertad de la comunidad afroamericana en Estados Unidos. ¿Por qué? Porque fue el día en que se terminó de abolir la esclavitud en ese país cuando el mayor general Gordon Granger llegó a Tejas el 19 de junio del 1865 y obligó a los esclavistas del estado, en ese momento el último de la unión, a finalmente cumplir con la Proclamación de Emancipación que había emitido el presidente Lincoln dos años y medio antes el 1ero de enero del 1863.
Desde entonces Juneteenth se celebraba, de manera similar al 4 de julio, día de la independencia de EEUU de Inglaterra, con lecturas, fiestas, picnics, comelonas y otros eventos comunitarios celebrando la cultura afroamericana y la multiculturalidad en todo el país. Pero hasta hace dos años, era visto casi como un tema exclusivo de dicha comunidad debido al temor que tanto en EEUU, como en nuestro país y muchos otros lugares tenemos de afrontar los errores de nuestra historia en vez de aprender de ellos para evitar repetirla. Por décadas, activistas de esta comunidad, especialmente la profesora Opal Lee y otras personas y organizaciones aliadas lucharon por establecer Juneteenth como una conmemoración oficial a nivel nacional. Se lograría finalmente el 17 de junio del 2021 con la ley firmada por el presidente Biden.
Dos momentos más que me han dejado marcada y ampliaron mi aprendizaje con respecto a la historia de la comunidad afroamericana y la desigualdad racial ocurrieron en Wichita, Kansas y en la ciudad de Washington respectivamente. En Wichita porque durante una de mis visitas a la familia de mi exmarido en esa ciudad, conocí a una pareja de personas mayores afroamericanas muy amigas de la familia. Mi exesposo es blanco pero él y su familia pertenecen a la Fe Baha’í, una religión poco conocida pero muy progresista que tiene entre sus enseñanzas la equidad de género, la equidad racial y el respeto entre diferentes religiones. Por eso el esposo, un señor dulce y amoroso se sintió en confianza de contarnos un episodio terrible de su vida con la calma y el aplomo de quien no solo ha vivido mucho sino que, además, ha aprendido a perdonar para poder estar en paz.
Yo no pude articular palabra mientras nos contaba cómo en un estado sureño (Mississippi si no recuerdo mal) en los años 40 y 50, los adolescentes y jóvenes negros como él vivían con el temor constante de poner sus vidas en peligro si por cualquier razón “ofendían” a alguna persona blanca. Y las ofensas eran cosas como hablar sin que les hablaran primero, no cruzar a la otra acera si pasaba una persona blanca y otras que hoy vemos como ridiculeces pero que utilizan los grupos dominantes en situaciones extremas para poner a los demás grupos “en su lugar”. No recuerdo cuál fue la “ofensa” que cometió pero el castigo fue casi un linchamiento (muy comunes en esa época) pero en movimiento. Un grupo de hombres blancos le puso una soga al cuello y desde una carreta con caballos halaban la soga por todo el pueblo mientras él corría literalmente por su vida para evitar morir desnucado.
El otro episodio que recuerdo fue la boda de mi amiga Melissa, también compañera de la Kennedy, en el 2015 en Washington. Melissa es hija de dos intelectuales, un hombre blanco y una negra jamaiquina y terminó casándose también con un hombre blanco en lo que en EEUU se denomina un “matrimonio inter-racial”. Un concepto que yo aprendí allá porque, como el colonialismo que tuvimos en América Latina llevó a la mezcla racial frecuente no tenemos ese concepto y por eso mucha gente piensa, erróneamente, que tampoco tenemos racismo. (Pero eso es un tema muy amplio al que volveré en otra crónica). De manera muy deliberada, Melissa y su esposo conmemoraron en su boda el caso Loving de la pareja inter-racial por la que finalmente se hicieron legales este tipo de matrimonios en el 1967; caso que también hizo posible que ella y su hermano llegaran al mundo y su propia unión.
Y me preguntarán que por qué me fijo en un tema supuestamente del pasado como Juneteenth y la historia de la comunidad afroamericana, por demás de otro país. La razón es que, aunque no lo sepamos, seguimos llevando la historia a cuestas. Y, aunque no lo queramos, es la nuestra y la de las y los demás.