Jueves, día 24 de febrero de 2022, primera hora de la mañana.
Noticia: Rusia invade Ucrania. Ha empezado la guerra.
Boris Johnson dice: “Esto es una catástrofe para nuestro continente”.
Una primera imagen, la primera de todas las fotos, enseña metal deformado. Metal contra metal: cede el metal menos resistente.
El metal menos resistente es el que está parado y puesto sobre la tierra. El metal potente viene con dinamita y velocidad y vuelve torcido e inútil lo que antes estaba recto y funcionaba.
Es la primera fotografía que veo, la primera fotografía difundida por las agencias: solo metal deformado, quizá contorsionado – si es posible imaginar dolor y llanto venido de aquello que parece no tener más que materia y forma.
“Han sido registradas este jueves fuertes explosiones por lo menos en cinco ciudades de Ucrania, incluida la capital, Kiev, horas después de que el presidente ruso, Vladimir Putin, anunciara el inicio de una operación militar”.
Jueves, día 24 de febrero 2022, primeras noticias, primeras horas de la mañana.
El sonido de las explosiones ha vuelto a Europa.
Un viejo sonido vuelve nuevo y viejo al mismo tiempo.
La mala música antigua de la explosión militar vuelve a estar ahí.
Quizá estas sean máquinas y misiles más aptos para destruir, perfeccionados en el motor y en la precisión, pero en sonido que asusta sigue más o menos igual. En un siglo ha cambiado la tecnología, pero casi nada ha cambiado en ese sonido que sigue sonando como el aullido de un lobo mecánico que vuelve locos los oídos humanos y después vuelve locos el cráneo y el rostro humano y después, dentro, es el pensamiento humano quien se vuelve demente y asustado.
Sonido que enloquece a los humanos y los pone mirando hacia arriba como si los aviones fueran ese lobo o diablo en forma metálica y moderna.
Y llegan otras imágenes, primera hora de la mañana, día 24 de febrero de 2022, día en el que Rusia ha invadido Ucrania, día en el que la guerra ha empezado.
Y ahora son imágenes donde ya aparecen los cuerpos humanos. No se trata solo de metal o sonido.
Una anciana mujer, largo pelo blanco, tiene alrededor de la cabeza una venda y en la venda tiene sangre – y en el pelo blanco está también ese indeseado color rojo.
Otro hombre es retirado de una casa, baja las escaleras ayudado por dos elementos de los servicios de socorro ucranianos. Es una casa y el hombre tiene sangre en la pierna derecha, lo sabemos porque tiene sangre en los pantalones, del lado derecho de los pantalones.
La sangre puede venir de fuera, de otros –un eco terrible y material de la sangre de los demás que se queda en la ropa y que ni con fuego sale o se olvida– o la sangre puede venir del propio cuerpo. Y esta sangre, que vemos en los pantalones del hombre, no viene de fuera –es él quien está herido.
Y después, otra imagen terrible, imagen terrible, imagen terrible. Un coche destruido, un árbol no destruido, un cuerpo tendido en el suelo, de espaldas hacia arriba, un cuerpo muerto de un habitante de Europa y, a dos metros de él, un hombre vivo, otro habitante de Europa, con las manos en la cara. A primera vista parece que reza, pero en realidad, mirando con atención, vemos que tiene las manos sobre la boca como alguien que no sabe si debe gritar, llorar o rezar y por eso pone así las manos en la boca, las manos incrédulas, eso mismo, porque las manos también tienen esa capacidad de no creer, de perder la creencia; no son solo el rostro o las ideas quienes pierden la creencia, las manos humanas también; y tal vez ellas, quién sabe, sean las primeras.
En la misma foto, miramos de nuevo hacia el árbol y vemos que tiene un golpe, un pequeño golpe: la explosión ha matado un hombre, destrozado un coche, herido un árbol.
Coche, árbol, hombre, vestigios y trozos del misil, un cuerpo muerto, otro cuerpo todavía vivo, de rodillas, incrédulo con las manos tapando la boca.
Y en la imagen de la anciana mujer de pelo blanco, con venda en la cabeza, con sangre en la cara y en la mano derecha, lo chocante es también esto: en la fotografía vemos a un soldado ucraniano del lado izquierdo de esta mujer, de espaldas a ella, girado hacia otro punto que no sabemos cuál es porque la foto se acaba ahí y nada más nos enseña. Pero lo chocante, sí, es también esto, esta señal: cuando no se puede dar atención a una anciana mujer, de pelo blanco, con una venda en la cabeza, que tiene sangre en la cara, es porque la tragedia está por todos lados y aquella vieja mujer herida es, al fin y al cabo, una mujer con suerte.
Escribo el jueves, día 24 de febrero de 2022, primera hora de la mañana.
En pocos días, la primera imagen, la primera fotografía que enseñaba metal distorsionado, quedará soterrada bajo otras y otras imágenes. Imágenes cada vez peores; cada vez más humanas, deshumanas y desesperadas.
Escribo el jueves, día 24 de febrero de 2022; día en el que Rusia invade Ucrania, día en el que una anciana mujer con sangre en la cara es una mujer con suerte, día en el que ha empezado la guerra.
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Traducción de Leonor López de Carrión
Originalmente publicado en el Jornal Expresso